Páginas

lunes, 1 de julio de 2019

Maximiliano, Carlos y Charly

En el año 2013 Mercedes era un equipo simpaticón. Curioso deporte el de la Fórmula 1 en el que el que más gana suele ser el más odiado. Quienes denegaron la siesta el último domingo del mes de junio, adquieren automáticamente ese carácter segundón que les hace apoyar al más desfavorecido, a ese que no siempre gana, en este caso, cualquiera de los otros ocho equipos (Haas no se considera equipo de Fórmula 1 desde que pusieron a taxistas en sus monoplazas). En 2013 el público aplaudía cada maniobra de Hamilton, de Alonso, de Rosberg, de Webber o de Charles Pic que amenazase con putear a Vettel; desde entonces, Hamilton se ha vuelto más tontico y en muchos circuitos le silban. El domingo se planteaba interesante dado que se alzaba la posibilidad de ver a los dos metros de arrogancia del peliculero Toto Wolff rebozarse en el barro de la resignación de una vez por todas. En 2013, también, la gente era menos guarra adelantando; Magnussen estaba a un año de irrumpir y Verstappen estaba estudiando el verbo to be en el cole. En 2013, además, los circuitos parecían reticentes a las escapatorias de asfalto; mero espejismo.

Pues no va el muy idiota de Maximiliano y la lía en la salida. Bottas y Hamilton, segundo y tercero, esperaban pacientes que las ruedas blandas de Leclerc dijeran basta. Pero cuando te habías olvidado del ahorro de los neumáticos, coge Leclerc y empieza a pilotar como se hacia en 2013; el del principado redujo a nada la diferencia en la duración que existía entre sus gomas y las de sus perseguidores. Hamilton, sin embargo, tuvo la oportunidad de asaltar el liderato alargando la vida de sus cuatro compuestos deteriorados; necesitaba, eso sí, que la moneda cayese de canto, pero peores cosas se vieron en Shakir y en la isla de Notre Dame. La tragedia se mascaba en las laderas tirolesas: otra victoria de la estrella de tres puntas; hasta que de pronto, el británico, aunque sobrío, piloto de Mercedes, alegaba por radio problemas con el alerón delantero e instaba a sus hombres a cambiarlos. El planeta sonrío.

Carlos Sainz, mientras tanto, se abonó a la idea de guardar neumáticos y, a pesar de que el piloto español rodaba sexto, competía por recortar distancia con Lance Stroll que era decimocuarto o decimoquinto (dígamos que decimoquinto para agigantar la remontada de Charly). En esta casa no hemos sido muy de Sainz; los argentinos explicarían mi sensación llamándole pecho frío. A mi, personalmente, no me ha insipirado mucho las carreras de Sainz, y no ha sido por falta de voluntad. Sin embargo, desde que tumbase la puerta en Abu Dhabi el año pasado, bien se está ganando que cambie de opinión. Esto, tal vez, demuestre que ha tenido mucho que callar en Toro Rosso y Renault. La pantalla del ordenador de su ingeniero mutó a verde. Era el momento de cambiar neumáticos i manar per l'aire a la parrilla entera. Uno a uno fue apartándose a todo aquel que se ponía por delante, sin ningún toque, sin ninguna guarrada... era octavo solo unas vueltas después hasta que el alerón delantero de su McLaren dejó de redirigir el aire como acostumbraba; justo después, le doblaron Charles Leclerc y Maximiliano. Os juro que dura el alerón y torra a Gasly (7º), a Norris (6º), a Hamilton (5º) y a Rosberg (en la cabina de una televisión seria comentando la carrera).

A destacar la carrera de Vettel, que dejó de ser él, para llevar a cabo una excelente remontada que bien mereció podio.

Verstappen también se había apuntado al ancestral ejercicio de cuidar neumáticos. Su ingeniero, susurrándole al oído el plan, sirvió de excepcional preludio. El neerlandés comenzó a exprimir sus neumáticos cuando los cálculos de su ingeniero pronosticaron que llegaría con goma suficiente a las últimas vueltas. Adelantó a to Dios, a Vettel, a Hamilton, a Bottas y hasta a los doblados. Iba segundo, a cinco o seis vueltas del final; y, entonces, recordé que se le había calado el coche en la salida. En esta casa no es que no seamos mucho de Verstappen, es que directamente lo odiamos. Entré en conflicto, de pronto: a un lado estaba la épica victoria de Verstappen aún metiendo la pata en la salida y al otro la primera victoria de Leclerc, un piloto más afín a mi gusto. Dudé realmente sobre si quería ver a Verstappen alzar los brazos en el podio, hasta que a la segunda vuelta de batalla celebré la defensa italiana de Leclerc y me decidí por completo. Una vuelta después Maximiliano hizo de las suyas, TIRÓ A LECLERC DE LA PISTA, y arruinó lo que hubiese sido la mejor carrera de su vida. Mi odio no es gratuitamente dispensado. Querido Carlos, yo también tenía ganas de reventarle la botella de champán en los morritos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario