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martes, 30 de julio de 2024

Un momento de silencio

Un momento de silencio, por favor. No me quiero venir arriba. El domingo tuvo lugar una de las mejores carreras de Fórmula 1 que he visto nunca. Tan simple como eso. Así de caprichosa es la setentañera y así de acusado es el vaivén que tiene mi relación con ella, a veces pendiendo de un hilo y a veces anclada con pernos de los duros. El domingo en el soberbio circuito de Spa-Francorchamps se vivió una carrera en la que hasta ocho pilotos tuvieron, en algún momento, en alguna vuelta, opciones de llevársela. Esta rabiosa igualdad que reina en la Fórmula 1 siempre ha sido un oscuro objeto de deseo por parte del aficionado promedio a los cochecitos con pegatinas, yo, que no obstante, abrigaba ciertas reservas, he de reconocer que es mejor de lo que me imaginaba. Sin embargo, pese a ser una de las mejores carreras jamás vista, sí tengo la sensación de haberlo visto con anterioridad. Espera que voy. Mi escepticismo para con la igualdad que se promulgaba en tiempos donde la Fórmula 1 estaba secuestrada por Mercedes, Red Bull o Ferrari no iba tan en la línea del gusto que pudiera sentir por ver ganar a Hamilton sin pasar de la quinta marcha, sino más bien por la igualdad sí presente en la parte media de la parrilla. Al acabar la carrera, totalmente eufórico por esa última persecución, tuve la sensación de haber revivido aquellas peleas tan ajustadas por el sexto puesto en 2019, solo que esta vez era por la victoria; un detalle no menor.

Si mañana me planto en casa de Frédéric Vasseur y, como si fuera el genio de Aladdin, le concedo tres deseos... bueno que tres deseos, un solo deseo y encima lo elijo yo, sé que me diría que sí. Si mañana, cual vendedor de enciclopedias de los que ya no hay, me planto en casa de Frédéric Vasseur y le digo: «Acabo de conseguir que solo Charles Leclerc participé en el resto de carreras de la temporada. Carlos Sainz ya no va a correr más para tí.» y el francesazo de mi primo me diría: «¿Y te debo algo?». Me puedo imaginar que seguiría insistiendo ante mi negativa y al final acabaría accediendo a que me invitara a una bichisuá, como gesto simbólico, o a la basura de comida a la que inviten los franceses cuando por el cuerpo les recorre esa extraña sensación -para ellos- de agradecimiento. Venga va, como si fuera Mourinho: Abiteboul, Vasseur, Marko y tantos jefes cazurros que no han sabido tener en consideración a Carletes. Antes de empezar la carrera veo que Carlos es el único, salvo Zhou, que sale con neumáticos duros. Sonrío. Qué poco cuesta contentar a un aficionado a la Fórmula 1. A partir de la vuelta 15 Carlos lidera la carrera, tal y como estaba previsto, todo marchaba según el plan: Smooth Operator. Unas pocas vueltas después lo llaman a boxes mientras miro la tele muy de cerca y asombrado. Le calzan medios y con media carrera por delante, todavía quedaba vida; pero siete vueltas después lo llaman a boxes. Media hora más tarde, Russell gana yendo a una parada. Puto Vasseur.

Y todo este carrerón, episodio de Carlos Sainz incluido, sin la imperiosa necesidad de verse enterrado en adelantamientos. Nadie me va a quitar la sensación que hace un tiempo, los señores que dirigen el negocio de la Fórmula 1, después de hacer un DAFO y un CAME en un pizarra magnética, definieron un objetivo SMART de aumentar en un 15% el número de adelantamientos. Años después, cuando vieron todos los adelantamientos que consiguió Verstappen en cinco vueltas la temporada pasada en Spa-Francorchamps, no entendían qué estaba pasando: «¿Pero cómo puede ser? -decían- si el número de adelantamientos es mayor que el del año pasado». Las carreras de Fórmula 1 se parecen más a un concierto de jazz que a una canción de requetón, más a una película de Scorsese que a un TikTok cortando jabón. No estoy diciendo que una cosa sea mejor que la otra, bueno sí: lo estoy diciendo directamente. Pero el objetivo de esta comparativa es ejemplificar que, de igual manera que un vídeo de una chavala bailando no puede durar tres horas captando la atención, Scorssese no puede condensar un pausado ritmo creciente para desembocar en un punto álgido en menos de un minuto. Y eso es exactamente lo que ocurre en la Fórmula 1: que el mejor momento de la película llega tras una persecución de veinte minutos, con un invitado inesperado en el último momento, y sin que se produzca un solo adelantamiento.

Total, que miro a ver si Víctor Abad ya ha empezado su directo post-carrera y me dice que Russell está descalificado.



martes, 23 de julio de 2024

Todo un honor

La Fórmula 1 pasa por un buen momento. Cuando solo quedan tres días para que empiece el Gran Premio de Bélgica, ocho son los pilotos candidatos a alzar los brazos en la meta del circuito que recorre el bosque de Spa-Francorchamps; siete si se ignora la improbable recuperación de Sergio Pérez. Entre McLaren, RedBull, Ferrari y Mercedes -cuatro de los más importantes equipos de la historia de la Fórmula 1- se está librando una competición tan ajustada que un piloto con un ritmo de carrera decente, y no muy lejos del más rápido, puede acabar el Gran Premio séptimo con una mano delante y un Aston Martin detrás. La igualdad en la máxima competición del automovilismo ha alcanzado un punto que no debe haber reparo por comparar esta situación con la de 2010, en donde cuatro pilotos pudieron ganar el campeonato en la última prueba, o con la de 2012, temporada en la que se sucedieron consecutivamente siete ganadores diferentes. 2012... el recuerdo, la infancia, la carrera pasada por agua en Brasil, Fernando Alonso en el punto más dulce de su trayectoria... Será la madurez o será la última desilusión, de una larga lista, fruto de una insondable diferencia entre la habilidad de Alonso y la velocidad del coche que pilota, pero estoy seguro que los ecos de aquellos años no me dejan valorar las numerosas bondades de la presente temporada. Con la victoria del domingo, Óscar Piastri se convierte en el séptimo piloto diferente en conseguir una victoria en las trece carreras que lleva el campeonato. Y no me pude alegrar más por él.

Esta igualdad tan ajustada es una de las cosas que me puede ayudar en mi proceso de reconciliación con la setentañera. Para los que me preguntéis cómo lo llevo: «Poco a poco». Estoy totalmente convencido de ver Fórmula 1 durante toda mi vida, pero reconozco que tal vez deba dejar pasar tres o cuatro carreras ahora para no perderme treinta o cuarenta y hartarme del todo de aquí a veinte años. La última carrera que ví, antes de la de este fin de semana, fue la del Gran Premio de España, en junio, y antes, la que tuvo lugar en el fenomenal circuito de Suzuka, en abril. Así las cosas, llegado el viernes tenía verdaderas ganas de zambullirme en un Gran Premio de Fórmula 1, buscando, como últimamente, un reencuentro con la setentañera: y lo encontré. Tan pronto como se apagan los semáforos, Lando Norris, el poleman, se duerme y como resultado lo pasan por izquierda y derecha. Oscar Piastri lidera la carrera, seguido de Verstappen y Norris, pero a Max le aconsejan ceder su posición para evitar malentendidos con el director de carrera y pasa a ser tercero en beneficio de Norris. Hamilton y Leclerc arriesgan con la estrategia y tras las primeras paradas en boxes, Max Verstappen, segundo tras la salida, se ve relegado a la quinta posición. Mad Max entra en acción y empieza a despotricar a través de la radio, su ingeniero pidiéndole calma y madurez, para frustrarse y perder toda opción de podio al chocar como un burro contra Hamilton. Por delante, Norris para una vuelta antes que Piastri y se pone primero por efecto del rendimiento extra que le ofreció su neumático más nuevo durante una vuelta. Y al final todo se resuelve con un paripé cediendo la posición.

El caso es que, finalmente, Óscar Piastri ganó la carrera. Mi primo australiano es seis meses más joven que yo. Él ya se convirtió en el primer piloto en participar en la Fórmula 1 que había nacido después de noviembre del 2000 y el domingo se convirtió en el primer ganador de un Gran Premio que es más pequeño que yo. Más allá de la reflexión suscitada al mismo término de la carrera acerca de mi edad y mi inicio de adultez, creo que debo abandonar aquel antiguo sueño de aceptar una oferta como piloto de Fórmula 1 de Ferrari. Piastri, como cualquier otro buen piloto, es un tío que como chaval arrasó en las categorías inferiores del automovilismo pero que, al dar su paso a la Fórmula 1, se vio envuelto en una trama legal solo alimentada por la desmesurada soberbia francesa del equipo Alpine. Tras debutar el año pasado pilotando un McLaren tuvo que soportar el ninguneo de su equipo, en no pocas carreras, para dejar pasar a su compañero cuando éste era más lento que él y marchaba por detrás. Un tío tranquilo, que no dice una palabra más alta que la otra, que después de asombrar al mundo en su primera participación en un Gran Premio de Japón no pudo ocultar una leve sonrisa. En esta casa no somos del Levante Unión Deportiva por la grandeza de sus victorias, de lo contrario nos faltarían argumentos, sino por el sentimiento más profundo que provocan sus derrotas. Me imagino a Piastri conteniendo la ilusión dentro del casco, sin querer fiarse demasiado de esa intuición que le invitaba a pensar que su primera victoria en la Fórmula 1 estaba cerca; me imagino también la rabia que sentiría al ver que, otra vez, su equipo estaba beneficiando a su compañero y el desazón completo que sintió al adelantar al primer clasificado, que se estaba dejando. Me pregunto si en las últimas vueltas se acordaría de todos aquellos momentos que le llevaron a conseguir su primera victoria, de su familia y amigos o si por el contario no podría dejar de desear que las cosas se hubieran dado diferentes. Hasta su primera victoria ha tenido que ser así. Me pongo a pensar en todos los pilotos que podrían haberme hecho sentir mayor durante una tarde y Óscar, tío, es todo un honor que hayas sido tú.