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martes, 29 de enero de 2019

Estoy enamorado del Levante

Damas y caballeros, así es, estoy enamorado del Levante. Mi corazón, henchido de amor hasta el más microscópico de los capilares, late al ritmo del himno interpretado por Pastoret. No veo la vida de color de rosa, sino azul y grana. Si me gustasen los animales tendría en casa un gato a una palmera subido. Y mi amor es enteramente correspondido; el Levante, con el paso de los años, no pierde la capacidad de sorprenderme. Y es que el amor no se forja queriendo en San Valentín y el día del aniversario (si te acuerdas), el amor se trabaja día a día, detalle a detalle, partido a partido. Pico y pala en mano, el Levante ha hecho sobresaltar mi corazón cual rana buscando el amparo de los nenúfares sobre un lago en calma más que ninguno otro. Ser del Levante es divertidísimo, pero además decididamente arrebatador. Cuando se espera un tranvía se sabe que en poco más de diez minutos aparecerá el armatoste por las vías desfilando; cuando se abre huevo Kinder se sabe, primero, que el envoltorio de plástico es amarillo y que dentro habrá un juguete, con casi toda seguridad inservible, con su manual de instrucciones; cuando se juega al parchís se sabe que el dado no va a mostrar ni un siete, ni un menos uno, ni ningún tres cuartos. Pero cuando juega el Levante o cuando el Levante publica un tweet nadie sabe a qué con cojones te vas a tener que enfrentar.

Jugamos como nunca, tenemos al mejor entrenador que recuerdo (y además es valenciano), tenemos a un tío egoísta, con tatus y blanco pero que lleva más goles que Koné y Caicedo en sus respectivos meses de enero (y además es valenciano), y el año que viene, salvo que el Valencia descienda, tendremos la oportunidad de ganar en Mestalla. Pero el sábado pasado nos metieron cinco y hemos perdido la cabeza, hace una semana robamos un partido jugando bastante bien y pensamos en Europa; y hace dos semanas nos robaron un partido sin salir de nuestra área y: «por fin nos volvímos un equipo sobrío» antes de cagarnos por un penalti en nuestra victoria incontestable al puto Barcelona. Hace un mes cuando nos quedamos a una victoria de desbancar al Real Madrid de los puesto Champions se nos metió en la cabeza vender a nuestro director deportivo, hay quien cree que PacoLo ya no sirve y otro piensan que Morales sigue estando para la selección mientras Campaña debería no haber vuelto de Sevilla. Tres chavales se han ido del filial y otro tres han venido, y Fran Manzanara es ya más de Primera que de Segunda B. Persich se ha ido cedido, Ducuré se va a ir. Sasa Luquich puede que nunca venga. Y nuestro central de garantías va a ser el suplente de Diacabí.

El Levante no es un circo, ni es la última mierda que cagó pilatos y está bastante lejos de convertirse en eso. Porque para llegar a tal punto primero hay que ser Getafe, Girona y Valencia. Con cinco a cero en el marcador, acogí de buen grado posibilidad de que el Sevilla nos metiese el sexto, y que también fuese de penalti (Cabaco a Roque Mesa), por echar un poco de picante a la pizza diavolo (no la pidáis). Lo que pretendo llegar a explicar es que ante tanta noticia, según parecen, mala no podemos ponernos de morros por justificar todo lo que queremos y nos preocupamos por el Levante. Sería mejor tomar asiento en un sitio cómodo, donde se note la brisa en verano y la ola cálida del calefactor en invierno, y admirar en sin-fin de posibilidades que te presenta un Levante tan divertidísimo y decididamente arrebatador.

Mientras tanto seré fiel al ritual de encender una vela cada mañana a La Mare de Déu dels Desamparats para que la chotera no se separé su línea habitual y deje a Rubén Vezo anotar el gol de la victoria en Mestalla.

lunes, 14 de enero de 2019

Una línea muy fina

Entre la gloria y el abismo existe una línea muy fina; concretamente, del tamaño del cordel rojo que envuelve las galletas Maria. Tan sumamente estrecha que el Athletic Club de Bilbao, agonizando que salió del Ciutat a principio de diciembre, ahora se permite mirar hacia el viejo continente de la mano de Iñaki Williams. El vasco parece como dotado de todas la virtudes de los cuatro grandes negros de nuestro tiempo (Caicedo, Koné, Martins y la amalgama que Riga, Babá, Ettien, Kapó y Boateng forman). Tan sumamente delgada que de Oblak no haber tenido cara y de contar con un grito en la sala del VAR: <<Tiene la mano apoyada en el suelo>> en el momento oportuno, nuestro Levante ahora mismo estaría pegándose de hostias con Betis y Getafe por un puesto europeo.

Rodrigo Cascante cometió una falta tan tímida y absurda como transcendente. Vítolo soltó a los perros por banda valiéndose del boquete que su compañero había cavado por medios antirreglamentarios. Koke metió gol y el Levante rodeó al señor colegiado. El gol fue anulado sin, en ningún caso, abandonarme la sensación de que si no se monta el pollo, habríamos sacado de centro. Tan triste como cuando se necesita gritar y rodar por el suelo para que se señale una falta.

La situación empezaba a ser insostenible del 30 al 36 miré al marcador siete veces una por cada saque de puerta o parada de Oier. Pero la Virgen de los Desamparados es más granota que el tio del voy pallá y no nos abandonó cuando el Sol más apretaba.

Se detuvieron la manecillas del reloj cuando la mano de Vuchevich y el balón quisiera ocupar el mismo lugar. Los colchoneros montaron el pollo y Prieto Iglesias sucumbió a las suplicas huecas y envenenadas de los pupilos del Cholo y del propio Cholo. Oier rozó del disparo de Griezmann pero iba demasiado fuerte como para desviarlo aún tocándolo.

El psicópata de Montenegro, correcto, expeditivo y con una cuantas carteras en el zurrón cuajó su mejor partido con la camiseta de les barres blaugranes, pero el principal problema del balcánico ni tan si quiera se encuentra dentro de él o de su juego; lamentablemente para quien tenga en el Fantasy a Nicolás, cuando él posa su dos botas sobre el terreno de juego presenciamos una versión atenuada del mejor Campaña. No considero casualidad que los dos peores partidos del sevillano de los últimos quinientos catorce haya sido con las intimidatorias facciones del yugoslavo tras de él. Otra cosa para la que no sirve mucho Vuchevich es para jugar la última media hora, Rochina, una cara más amigable, salió a escena para rescatar un punto que parecía colarse por el sumidero.

A Morales le faltó el ancho del rojo cordel de las galletas Maria para terminar su jugada en gol. Apareció la jeta de Oblak para impedírselo. Cuando el madrileño disparo ni si quiera había dado un solo pase. El fin de que viene contra el Valladolid habrá que jugar con dos balones. Mayoral absorbió las virtudes de Morales pero supo saber mantener al margen sus defectos: cogió la pelota a fer la mà y corrió y corrió sin mirar atrás hasta que llegó a la portería; Oblak la paró, no nos vamos a venir arriba y el rebote le cayó a Bardhi (sigue siendo está la única forma de batir al esloveno); pero Godín acudió al rescate y la pelota que debió ser gol se estampó en el uruguayo.

El Atleti mereció ganar, y nosotros no merecido ni empatar. Y por su parte, el fútbol, ese ente metafísico al que hoy día adoramos todos los días, fue justo siendo terriblemente injusto.