Me apetece jugar a ser Dani Gómez. Asumamos entre todos que celebro el gol como cualquier otro, solo que con más rabia de lo habitual por el no despreciable hecho de estar año y medio sin ver portería. Asumamos, ya que estamos, que, según se orientaba el partido, meto un segundo gol. Vamos a imaginar todos como buenos hermanos. Cuando acaba el partido y llego a casa, llamo a mi padre, a mi madre, a mi hermano, a algún colega... ¿me sigues? Pongamos que ya estoy tumbado en la cama. Y digo: «Cuando he celebrado los goles, cada vez que levantaba los brazos, en realidad, les hacía una peineta a todos esos idiotas que me silban antes, si quiera, de empezar el partido, que me silban incluso cuando esquivo a rivales, que se burlan de mí llamándome pijo y ricachón. Papá/mamá/tío, estos me van acabar aplaudiendo».
Y aquí no hace falta imaginar nada: en el propio partido, cuando recibió el balón yo grité tres veces: «Mete gol, joder. Mete gol, coño. Mete gol, hostia». al mismo tiempo que pensaba: «Mete gol y demuestrale a todo el mundo que eres un gran jugador». Una voluntad genuina para que la jugada terminara en gol como pocas veces en los últimos tiempos. La maniobra de Dani con el balón en los pies no dejó lugar a dudas: es un gran jugador. La posterior celebración tampoco permitió opiniones contrarias. No logré distinguir si fue durante el partido de ayer o bien a lo largo del transcurso de esta temporada, pero hubo un momento en el que Dani dejó de correr por el equipo, dejó, incluso, de correr por él mismo y pasó a correr simplemente para callarnos la boca, para tener una sola razón de mostrar la oreja a la grada.
Hace dos semanas nació el hijo de Dani o puede que sea dentro de dos, es indiferente. Con un hijo recién nacido o con uno a punto de llegar, me da hasta rabia pensar que ese soberbio golazo que marcó anoche no se lo brindase a su hijo y pudieran verlo juntos en un futuro. Añado: el Levante ayer jugó con una camiseta conmemorativa, una excelente iniciativa plasmada en la camiseta de les barres blaugranes. Con limitarse a alzar con dos dedos la zona del pecho de la camiseta, con ese simple gesto que pone los pelos de punta, Dani y su dedicatoria coparían portadas y páginas web, recibiría halagos y reconocimientos de cualquiera y, además, tendría el apoyo de Orriols entero que hubiera visto, ahí dentro, a un ser humano. Aún con esas dos muy nobles opciones a su alcance optó por mirarse a sí mismo y ningunear al público en la celebración.
Y a mí el «mientras meta, vale», no me vale. Particularmente doy mayor importancia a cuidar las formas que a conseguir el fondo a cualquier precio. Prefiero un tío que supla sus limitadas condiciones técnicas con un incontrolable entusiasmo por jugar al fútbol -Cantero- que un mendrugo, con un historial de chulerías que abruma, que tras cada acción buena imagina mirar a la grada y llevarse el índice a los labios -ayer igualó en goles a Cantero. Todo el mundo tiene derecho a rectificar, todo el mundo tiene derecho a conseguir el perdón; incluso quien tú te estás imaginando ahora mismo. Sin embargo, Dani debe reunir méritos para que Orriols le acabe aplaudiendo. Y me da igual los goles que meta.