En esta casa somos de todo menos resultadistas. Seremos incrédulos, tal vez cándidos o directamente, tontos; pero resultadistas, nunca. De hecho, tan inquebrantable es la sentencia que solamente seriamos resultadistas antes que chotos, se consideraría conveniente ser francés antes que resultadista y con respecto a ser catalán, se prefiere no responder. Este mediodía el Levante Unión Deportiva ha arañado un punto con un tanto en el último minuto del partido; esta sería la lectura resultadista a la que se le podría añadir que claro, lo que no puede ser, es jugar un día bien (bien porque se ganó tres a uno) y al día siguiente mal (mal porque se empató hacia el final del partido). Esta es la explicación que podría encontrar cualquier persona que conociera las reglas por las que se rigen los números y mirase al marcador una vez al menos cada cinco-diez minutos. Se le podría añadir, por otra parte, que el gol agónico anotado por Róber Ibáñez ha convertido en justo el resultado según lo jugado por ambos equipos y, ya que estamos, también se podría decir que el problema no es que no hayamos podido ganar a pesar de haber contado con los medios para hacerlo o que el gol del empate llegase más tarde de la cuenta, el problema más grande de todos es que el Levante haya jugado un partido en el que el resultado más justo sea el empate.
El simple hecho de no ser resultadista obliga a empequeñecer la importancia del resultado final, pero no evita tenerlo en consideración. La temporada anterior el Levante descendió por no sumar más puntos que el envidiado decimoséptimo clasificado, a pesar de merecerlo. Hoy, el Levante se codea con la élite de la división de plata del fútbol español gracias a los resultados cosechados por mucho que no merezcamos algunos puntos de los que ostentamos. Y en mayo, el Levante se quedará en segunda o subirá en primera solamente por los resultados obtenidos: por las victorias, por las victorias que acaban siendo empatitos y por los empatitos que terminan esquivando derrotas. Sin embargo, lo que a mi manera de entender parece evidente es que cuantos más puntos se merezcan, más puntos se obtendrán y exactamente al revés.
Hablando del descenso que no pudimos remediar con Alessio en el banquillo y con Morales y Roger haciendo goles, uno de los principales motivos fue la dolorosa espiral de resultados negativos que nos hacía perder partidos que, incluso, mereciamos ganar. El Levante de entonces se sentía hechizado por varios tuertos y todos ellos llevaban la camiseta del equipo que tú ya sabes y no hace falta que mencione. Había un embrujo etéreo, sobrehumano, transcendental, multidimensional que nos hacía recibir el gol de la derrota siempre. No se precisa, por tanto, una explicación muy pormenorizada de lo que le está ocurriendo al Levante actualmente; pero la voy a hacer.
Como contrapunto, el Levante se siente ahora intocable. Intocable en su imbatibilidad, en su férrea negación a perder partidos. Ese Levante que sabe que no va a caer derrotado porque De Frutos entra al área y pum, penalti; y ya van siete, tres en los últimos tres partidos y cinco en las últimas ocho visitas, todos anotados. Este es el Levante que cuando le pitan un penalti en contra como una casa, pum, lo para Cárdenas. Ese Levante que cuando finalmente le meten gol, porque entre Vezo y Postigo hoy no han hecho uno, pum, ocasión de Saracchi inmediamente después. Ese Levante que siente que va a perder por primera vez desde principios de octubre pero pum, Pepelu cerrando la defensa a la desesperada cruza un pase a la banda. Ese Levante que teme mancillar la racha de partidos invictos desde que Calleja llegó al banquilo, pero pum De Frutos y ese recio propósito suyo para echarse el equipo a la espalda conduce la pelota hasta el propio borde del área. Ese Levante que deja entender que va a desaprovechar ponerse por delante fuera de casa pero, pum Bouldini redondea una jugada repleta de fútbol con un sutil toque al área. Ese Levante que te hace anticipar que va a despediciar su quinto tiro de volea en la segunda parte, pero pum Nyom despeja como un niño y Róber Ibáñez empuja la pelota al fondo de la red. Ese Levante que cuando parece que va a perder, pum empatito.
Dicho esto: apuntad la primera derrota con Calleja el próximo partido contra el Burgos.