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domingo, 6 de septiembre de 2020

Un podio también puede ser amargo

Para que nos entendamos, Il Parco di Monza es como Viveros pero más grande, con más árboles y con un circuito de Fórmula 1 en una esquina. Sumergido en la hipnotizante melodía de la brisa entre los árboles, el visitante medio del parque pudo notar como algo se movía el sábado por la mañana; y no era tanto el sonido de unos furiosos motores de Fórmula 1, sino más bien que el hijo de El Matador había acabado segundo en la antesala de la clasificación. Carletes parecía capaz de liderar la clase media de la parrilla, y a la hora de la siesta el madrileño marcó el tercer mejor tiempo confirmando las sospechas del visitante medio. Cuando los semáforos se apagasen hoy domingo, Carlos ya estaría en el podio y los formuleros de la piel de toro pedían por una carrera aburrida en la que quien empezase primero, terminase primero, quien empezase segundo, terminase segundo y, sobre todo, quien empezase tercero, al menos terminase tercero. Señora Fórmula 1, tampoco era tan difícil.

La setentañera convirtió en órdenes los deseos de los españolitos, aunque solo fuera por media hora. Exceptuando la primera vuelta, no hubo ni un solo adelantamiento hasta que el taxista vikingo empezó a buscar un sitio en el circuito en donde aparcar el buga. Esta vez la moneda de las salidas de Kevin salió cruz y bien por un pichazo, o bien por un alerón delantero tocado, tuvo que pasar por lo boxes. Hastiado por el hosco conducir de su dueño, el propio coche decidió cortar por lo sano; y la tortura terminó para la máquina sobre el mullido césped de los márgenes de la recta principal una veintena de vueltas después. Tampoco vamos a ser gilipollas y mirar para otro lado cuando un taxista, por muy taxista que sea, hace algo bien: y es que el tío más rápido del lado izquierdo del box de Haas sí supo situar el coche para que fuese retirado. Pero los comisarios no pudieron tirar del monoplaza hacia atrás y Masi, apellido que ni tú ni yo deberíamos conocer, sacó el coche de seguridad a pista cuando era completamente innecesario. Y, encima, justo cuando se estaban haciendo las paradas en boxes. Todos queremos carreras divertidas, golpes de teatro que pongan la parrilla patas arribas, situaciones inesperadas... en una palabra: ver a los Mercedes ante la simple posibilidad de no ganar la carrera. ¿Pero tendría que ser precisamente esta carrera?, ¿la señora Fórmula 1 no nos podía haber deleitado con un procesión tan típicamente suya?, ¿necesitaba precisamente hoy liarla bien gorda? Y el Safety Car innecesario fue solo el principio.

Antes de que el coche de las luces saliese a pista, solo ocurrió la salida. Sainz se agarró al rebufo de Hamilton y no lo soltó hasta que pasó a Bottas antes de la primera curva. Norris salió bien, se puso quinto y adelantó a Pérez, obstaculizado por Bottas, y adelantó a Bottas, curvas después, obstaculizado por sí mismo. Verstappen se diluyó en los primeros metros; y su hermano Albon y su primo Gasly estuvieron cerca de quemar la falla en la primera curva del Gran Premio, Albon, sin embargo, se fue a la cola de la clase media. Vettel abandonó por un fallo en lo freno, percance que se dice muy rápido. Sainz abrió unos cinco segundos con respecto a Norris y este se fue de Pérez hasta el segundo y medio. Todo controlado. A McLaren y a Sainz solo le faltaba pasar la gorra en la vuelta cincuenta y tres y recoger la pareja de trofeos. Pero Masi sacó el innecesario Safety Car.

Un segundo después del enfado monumental por el innecesario Safety Car (sí, otra vez) que amenazaba con jodernos nuestra puta carrera; nos sobrevino un susto todavía más grande: "¿Pero qué hace que no para?" (Las declaraciones tras el Safety Car, lamentablemente, no pudieron ser recogidas). "¿Pero qué pasa que no para nadie?", "¿Pero por qué para Giovinazzi?". El amigo Masi, un apellido, que insisto, ni tú ni yo deberíamos conocer, había cerrado el pit lane para que entrase el coche del taxista empujado por los comisarios. Hamilton paró a cambiar justo cuando se emitió el mensaje y Giovinazzi lo hizo mucho después: sanción para los dos, la más severa de todas, justísima para Antonio y algo inmerecida para Luis. El resto del planeta entró cuando Masi (ejem) dejó. Los que tuvieron problemas con los neumáticos en el primer stint, y entraron algo pronto (Leclerc, Kimi, Latifi y Gasly) escalaron, aupados por la Diosa Fortuna, a las primeras plazas. Kvyat que, calzado con duros, se había metido una paliza para igualar el ritmo de los blandos no se lo podía creer. Pérez, mermado por una parada horrenda, tampoco podía creer que una vuelta atrás estuviera peleando por el podio.

A pesar de ir octavo, a efectos prácticos delante de Sainz solo estaban Leclerc, Kimi, Gasly y Latifi (si es que estar detrás de un Williams es estar detrás de algo); porque Luis y Antonio estaban noqueados y el hijo del dueño estaba obligado a parar. Sainz y su equipo se veían ya levantando los brazos en el podio con una victoria a cuestas; hay quienes se mostraban más escépticos. En lo que ni en los escépticos pensaron es que Leclerc cometiese un error. El monoplaza rosso reventó la barrera de neumáticos a 250 kilómetros por hora y el chavalín volvió corriendo al box, la setentañera a veces también hace milagros. Safety Car de manual y bandera roja que, aunque discutible, bastante entendible. La carrera quedó parada casi media hora.

Al que le vino Dios a ver... quiero decir... al que le vino Fernando Alonso a ver fue al hijo del dueño que, además de dinero, tiene suerte; pues con bandera roja se pueden cambiar neumáticos y modificar el coche entero, Fernando Alonso sabe porqué. Lo que también solo sabe Fernando Alonso son los motivos que le empujaron a Alfa Romeo a poner neumáticos blandos con media carrera por delante. En el paddock de la Fórmula solo unos pocos son los afortunados que no llevan balas en los pies. Masi (ejem) había dicho que nada de salida lanzada, que todos a la parrilla a esperar los cinco semáforos en rojo, pero, aún así, Stroll tenía ante sí una oportunidad inmejorable de ganar un Gran Premio: pole position virtual, con veinte y cinco vueltas por delante, sin tener que parar en boxes y con un coche realmente rápido. Sin embargo, el hijo del dueño volvió a demostrar los verdaderos motivos que lo llevaron a la Fórmula 1. Tuvo una resalida horrible  y después de una vuelta, hasta Sainz lo pasó.

La vida sin Mercedes es una maravilla; es como estar comiendo y, de repente, oír cómo se apaga el extractor, una delicia, un descanso infinito. Con Hamilton sancionado y Bottas atrapado en el tráfico, por fin, el orgullo de la Fórmula 1, la clase media, pudo copar las primeras posiciones. Y como viene haciendo desde tiempos colombinos: dio espectáculo. Carlos, desoyendo las timoratas indicaciones de su ingeniero, adelantó a Räikkönen en una maniobra antológica para ser segundo. Kimi, porque tenia blandos, fue cayendo en la clasificación y finalmente fue superado por Latifi en la guerra de los cuchillos de plástico. Las últimas vueltas estuvieron amenizadas por los adelantamientos de Hamilton que, stop&go mediante, terminó séptimo; y por Carletes que recuperaba tiempo en las largas rectas, pero cedía algo en las pocas curvas. El señor de la radio de Carlos, con la carrera acabada, confesó que se moría de ganas por animar a Sainz, pero al chiquet solo le faltaba que, además de ver como poco a poco se acercaba a Gasly, le susurrasen al oído que si lo pasaba se llevaría la victoria; por eso, a dos vueltas del final, y con el francés en el punto de mira, Tomasso se volvió a morder la lengua: «Piensa con la cabeza, el segundo puesto está bien.». Pero, a pesar de que Carletes no le hizo ni caso, terminó segundo, cuatro décimas detrás de Gasly y con un «Ay, ay, ay» que Fernando quiera, no sea eterno.

Con la casi forzada reacción eufórica del equipo McLaren ante la llegada de Carlos Sainz al parque cerrado, uno se pone a pensar si realmente la suerte es hereditaria, si Sainz lleva en los genes el mal fario. En Alemania el año pasado solo una apuesta loca de Kvyat y Stroll le privó de su primer podio, en Brasil quedó tercero pero no subió al cajón y le dieron una botella de champán vacía a la hora cenar y hoy, Sainz, hubiera dormido con una sonrisa de oreja a oreja siendo segundo si a Masi (ejem) no le da por sacar el Safety Car; en cambio, esta noche dormirá combatiendo con el inevitable amargor de poder haber quedado primero.