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miércoles, 27 de diciembre de 2023

Feliz Navidad

Desconozco a partir de qué momento se deja de decir «Feliz Navidad» para decir «Feliz Año». La solución de limitarse a decir «Felices Fiestas» si y solo si se utiliza como recurso evasivo-disuasiorio, con el perdón de las damas, no colma mis expectativas. «Felices Fiestas» un veintidos de diciembre, de acuerdo; «Felices Fiestas» para evitar meter la pata un dudoso veintisiete de diciembre, de ninguna de las maneras. O blanco o negro, gris jamás, Diego Armando. Me gustaría que existiera un convenio colectivo, un acuerdo humanitario que dijera «A partir del día 29 de diciembre a las 14:15h, ya se puede felicitar el año; hasta entonces, solo las navidades». Pero me surgen algunas dudas. La primera: ¿Quién lo decide?, ¿Qué tipo determina que a partir de aquí blanco pero a partir de aquí negro?, ¿Felipe VI?, ¿Pedro Sánchez?, ¿Sheldon Cooper?. La segunda: ¿Por qué no se ha decidido ya?, ¿Por qué razón yo sé que a partir de las 20:00h tengo que decir «buenas noches», a partir de las 14:00h «buenas tardes» y el resto del tiempo «buenos días» pero, por el contrario, hoy, al comprar en la mayor cooperativa valenciana, no he sabido si a la cajera debía desearle un buen año que está por venir o felicitarle por una navidad que ya ha pasado? Hay quienes me llaman cuadriculado, y yo asiento; hay quienes me piden que fluya, y yo niego.

Con quien también me surgen dudas es con el Levante Unión Deportiva. Que el más mentiroso de todos se atreva a levantar la mano, ¿en qué patido de esta temporada, en qué solo momento un solo jugador que vestía de azul y grana ha dado síntomas de no querer jugar, de no querer correr, de no querer luchar? Ni si quiera Dani Gómez, chupón, egolatra, carne de Mestalla, ha dejado de pelear -por sí mismo- y buscar el gol -para sí mismo. Ni palmando uno a cuatro contra el Espanyol, ni palmando dos a cuatro contra el Racing, ni después que en Leganés nos levantaran una victoria. Si el Levante está fuera de los dos primeros puestos nunca podría ser por una cuestión de ganas o compromiso. El equipo me tiene cautivado, estoy con ellos a muerte, más que la temporada pasada con una plantilla plagada de estrellas. El gol del empate a dos en Zaragoza con un cabezazo en un corner de Brugué -que mide uno setenta y cinco- sobre un zamarro de dos metros casi hace que el corazón se me salga del pecho. Por ello, empieza a ser común que acabe los partidos con una duda, más bien con la duda: ¿Realmente pueden dar más?, ¿He de esperar que hagan un fútbol mejor?, ¿son razonables mis expectivas de un ver un juego mucho mejor?

Lo que no sé es si estoy empezando a quedar atrapado en las redes de Calleja. Llevo tanto tiempo pensado que el preparador madrileño está infrautilizando al equipo, que ahora me planteo si la culpa es mía por sobrevalorar las capacidades de nuestros jugadores. Pablo, Lozano, Oriol, Valle, Álvarez, Cantero, Brugué, Bouldini podría dar mucho más de lo que han dado en promedio este año. Cada vez que veo a Fabricio jugar tengo la sensación de que en cualquier otro Levante o que en cualquier otro equipo llevaría doce goles en los mismos cuatro ratos que ha jugado. Honestamente, no creo que Calleja sea un entrenador defensivo. En La Romareda, con la inercia de empatar un dos a cero, el Levante no es que no gane porque el planteamiento fuese no salir de área, defender juntitos la portería y despejar a la mínima. En La Romareda, el Levante no gana porque le falta ambición, le falta valentía. Defensivo es Alessio, Calleja simplemente es miedica. Dicho de otra forma y poniendo otro ejemplo: de subir, no lo haremos gracias a haber empatado en El Molinión; sino que de subir, lo haremos a pesar de haber empatado en El Molinón. No es reconstruir el árbol táctico de Calleja, es simplemente un cambio de perspectiva; ese que te hace pensar que el año pasado nos quedamos en Segunda por la mano de Róber Pier y no por jugar sin alma en Málaga; ese que te hace creer que Son es mejor que Pubill porque es más experimentado; ese que te hace ir a Andorra con la posibilidad de volver liderando la categoría pero te quedas esperando a que un golpe de suerte te dé la victoria. Calleja diría «Felices Fiestas» solo para no equivocarse.

Para este nuevo año deseo: el ascenso y el tricampeonato.



domingo, 26 de noviembre de 2023

Perdón por la melancolia

Este siempre ha sido el día más triste del año. El fin de la temporada de la Fórmula 1 siempre me ha producido una sensación de melancolia idéntica año tras año. Primero por el cese de la actividad de los cochecitos hasta pasados tres meses; y, desde 2012 hacia aquí, por el recuerdo de aquella oscura tarde que ni tan si quiera un tricampeonato puede curar. Hoy, sin embargo, siento más pena por volver a imaginarme que ninguno de los veinticuatro coches choca contra Vettel que por estar noventa días sin ver una carrera de Fórmula 1. Será la edad, será que finalmente he alcanzado la madurez, será el desengaño de estas últimas temporadas. Cuando acaba una temporada del Levante -que también tiene lo suyo- obtienes o bien el premio jugar en Primera División o bien el castigo de jugar en Segunda División; no hay un punto final como tal. Pero cuándo acaba una temporada de Fórmula 1, ¿qué queda a parte del vacío, de Massa celebrando un campeonato antes de hora o de Alonso mirando a un punto fijo? Pero ahora la cosa es una poco diferente: Brasil 2012 clavada en el centro del corazón, pero tres meses de Fórmula 1 hasta se agradecen.

A mi modo de entender este deporte, la temporada realmente terminó en el circuito de Interlagos y con el podio descomunal de Fernando Alonso. Mi primo asturiano cumplío 42 años en verano, pero ¿quién se atreve a decir que está acabado cuando hace tres semanas hizo una de las mejores carreras de su trayectoria? Del Gran Premio de Las Vegas solo vi las primeras veinte vueltas porque, en el fondo, quiero seguir viendo carreras de Fórmula 1 durante muchos años más y de este último Gran Premio en Abu Dhabi solo he visto la carrera porque simplemente me apetecía verla -aqui, ante todo, quiero ser razonable y sincero. De hecho, ya entonces, viendo a Alonso levantar el trofeo de tercer clasificado en Sao Paulo, tuve todo mi proceso melancólico que te cuento, con recuerdo de 2012 incluidos, y prácticamente no he levantado cabeza desde aquel momento. Mising ef uan.

La temporada 2023 ha sido rara, pero solo rara desde mi exclusivo punto de vista. El avezado lector de este sucedáneo de portal web conoce perfectamente que mi relación con la setenteañera ha pendido de un hilo, en varias ocasiones. Si tu vida gira totalmente entorno a la Fórmula 1, ventitrés carreras puede ser un número atractivo. Pero como se te ocurra ser seguidor del Levante o, simplemente, como se te ocurra trabajar los viernes por la tarde, ventitrés Grandes Premios -que no veintitrés carreras- es un número demasiado grande como para seguir el campeonato. Lo poco gusta y lo mucho cansa; y, lamentablemente, la Fórmula 1 esta temporada me ha cansado. El reirle las gracias una vez al año a Baréin o a China, como hace unos años, puede tener un pase. Que la gira europea se tenga apretujar para que Oriente Medio nos use en medio de su absurda disputa intraterritorial, ya no me mola tanto. Siendo Mercedes el segundo mejor equipo de la parrilla que Alemania no tenga Gran Premio, pero siendo el postizo de Sargeant el único representante yanqui, estos que tengan tres: uno en Miami y otro en Las Vegas, no lo encuentro natural. Tres en Estados Unidos, cuatro en Oriente Medio; dieciseis me parece un número perfecto de Grandes Premios.

Sin embargo, sin tener mi cruzada con la Fórmula 1 en cuenta, la temporada ha sido mucho mejor de lo que se recordará o, al menos, de la imagen que se tiene ahora de ella. RedBull y Verstappen han dominado como jamás hubieran podido hacer Mercedes y Hamilton que, en comparativa, parece una dupla frágil y con tendencia al error. Eso, el dominio incontestable, no ayuda a la valoración positiva de una temporada; pero lo que sí ayuda ha sido la soberbia pelea por ser el segundo coche del campeonato. Fin de semana tras fin de semana no se podía conocer que equipo iba a acompañar a RedBull en el podio el domingo por la tarde. Por no mencionar, las improbables tendencias opuestas de Aston Martin y McLaren. Mercedes ha merecido ser segundo por rendimiento, pero Ferrari no ha merecido ser tercero por sus pilotos. Alpine se ha movido en tierra de nadie y hubiera conseguido un mayor rédito de no centrar sus esfuerzos en la ratilla de todas las ratas francesas; Gasly me ha llegado a caer hasta bien. Y cuando se decida dar puntos a todo aquel quien cruce la línea de meta podremos disfrutar como se merece de la interesantísima pelea en la cola del grupo con Williams, Alpha Tauri, Alfa Romeo y Haas.

Vamos a hablar de carrera, que me apetece. A Charles Leclerc le ha faltado un chupito de abuelo cargado de instinto asesino para ponerse a liderar la carrera en la primera vuelta. Verstappen se había jugado quinientos euros con su jefe -el estupendo que tiene un ojo de vidrio- a que hacía la pole. Afortunadamente para el equipo de las bebidas energéticas Helmut mejor ojo -guiño, guiño- para dirigir un equipo de Fórmula 1 que para hacer apuestas: obviamente, no solo pole sino que victoria aplastante de Max. Total que no pasa nada y empieza a parar la gente. En ese momento, Alonso anticipa su cambio de neumáticos y no adelanta a Piastri por tres décimas de segundo y esa vaina desencadena, con la parada lenta de Norris, que Alonso no pueda acceder al podio por delante de Piastri, Norris y Russell; que le hubieran pasado a Alonso luego, pero vete tú a saber si por tres décimas de segundo en la vuelta 20 Alonso no hace la de Interlagos y se casca un podio. Después, no sé si lo de Carlos ha sido una estrategia del equipo para provocar que su multimencionado primer piloto, efectivamente, acabara por delante en la clasificación general, pero si no ha sido una estrategia, les ha salido genial -lo que me hace pensar que Ferrari no lo había planificado. Y la segunda parte de la carrera ha estado divertida con los cambios en la clasificación por equipos y por pilotos, con Tsunoda yendo a una parada y con nanosecso amenizando a través de Twitch. Espero que en la próxima temporada me reencuentre con la setenteañera.



martes, 17 de octubre de 2023

D. Gómez

Anoche, el equipo para el que juega Dani Gómez reunió méritos para llevarse la victoria. Retirando el primer y último cuarto de hora de partido, el Levante dominó el fútbol durante la fase central sin valerse de holgadas aptitudes técnicas pero con un ímpetu desbordante que tapaba cualquier carencia. Al principio, despertó dudas a raíz de no encadenar jugadas de ataque y, al final, Calleja acercó al Racing de Ferrol al gol mientras acumulaba a sus hombres frente a nuestra portería, como siempre. A la hora de juego el Levante ya sumaba un tanto anulado y una clara oportunidad desbaratada por un sí desafortunado Dani Gómez. No obstante, Rúben Vezo mandó, sin tocar el suelo, la pelota a precisamente Dani Gómez; esté condujo el balón hacia la portería, pisó el área, dejó a su defensor con los tacos atornillados al césped y soltó un fortísimo derechazo que rozó el palo antes de estallar contra la red.

Me apetece jugar a ser Dani Gómez. Asumamos entre todos que celebro el gol como cualquier otro, solo que con más rabia de lo habitual por el no despreciable hecho de estar año y medio sin ver portería. Asumamos, ya que estamos, que, según se orientaba el partido, meto un segundo gol. Vamos a imaginar todos como buenos hermanos. Cuando acaba el partido y llego a casa, llamo a mi padre, a mi madre, a mi hermano, a algún colega... ¿me sigues? Pongamos que ya estoy tumbado en la cama. Y digo: «Cuando he celebrado los goles, cada vez que levantaba los brazos, en realidad, les hacía una peineta a todos esos idiotas que me silban antes, si quiera, de empezar el partido, que me silban incluso cuando esquivo a rivales, que se burlan de mí llamándome pijo y ricachón. Papá/mamá/tío, estos me van acabar aplaudiendo».

Y aquí no hace falta imaginar nada: en el propio partido, cuando recibió el balón yo grité tres veces: «Mete gol, joder. Mete gol, coño. Mete gol, hostia». al mismo tiempo que pensaba: «Mete gol y demuestrale a todo el mundo que eres un gran jugador». Una voluntad genuina para que la jugada terminara en gol como pocas veces en los últimos tiempos. La maniobra de Dani con el balón en los pies no dejó lugar a dudas: es un gran jugador. La posterior celebración tampoco permitió opiniones contrarias. No logré distinguir si fue durante el partido de ayer o bien a lo largo del transcurso de esta temporada, pero hubo un momento en el que Dani dejó de correr por el equipo, dejó, incluso, de correr por él mismo y pasó a correr simplemente para callarnos la boca, para tener una sola razón de mostrar la oreja a la grada.

Hace dos semanas nació el hijo de Dani o puede que sea dentro de dos, es indiferente. Con un hijo recién nacido o con uno a punto de llegar, me da hasta rabia pensar que ese soberbio golazo que marcó anoche no se lo brindase a su hijo y pudieran verlo juntos en un futuro. Añado: el Levante ayer jugó con una camiseta conmemorativa, una excelente iniciativa plasmada en la camiseta de les barres blaugranes. Con limitarse a alzar con dos dedos la zona del pecho de la camiseta, con ese simple gesto que pone los pelos de punta, Dani y su dedicatoria coparían portadas y páginas web, recibiría halagos y reconocimientos de cualquiera y, además, tendría el apoyo de Orriols entero que hubiera visto, ahí dentro, a un ser humano. Aún con esas dos muy nobles opciones a su alcance optó por mirarse a sí mismo y ningunear al público en la celebración.

Y a mí el «mientras meta, vale», no me vale. Particularmente doy mayor importancia a cuidar las formas que a conseguir el fondo a cualquier precio. Prefiero un tío que supla sus limitadas condiciones técnicas con un incontrolable entusiasmo por jugar al fútbol -Cantero- que un mendrugo, con un historial de chulerías que abruma, que tras cada acción buena imagina mirar a la grada y llevarse el índice a los labios -ayer igualó en goles a Cantero. Todo el mundo tiene derecho a rectificar, todo el mundo tiene derecho a conseguir el perdón; incluso quien tú te estás imaginando ahora mismo. Sin embargo, Dani debe reunir méritos para que Orriols le acabe aplaudiendo. Y me da igual los goles que meta.



martes, 3 de octubre de 2023

Con una vena en la yugular

Por segunda vez esta temporada he visto al Levante con una vena atravensándole la yugular, a punto de estallar. Aguerrido, con brío y convincción. Algo que tanto eché a faltar y que no recuerdo haber visto  en todo el curso pasado; los partidos contra Zaragoza, Mirandés, Tenerife... los superaré cuando a mí me dé la gana, ¿sí? Les barres blaugranes por fin tienen sangre corriendo por sus venas, que no paseando, y eso es harto motivo de celebración en el barrio de Orriols. Con el tiempo a punto de cumplirse se señala una falta en el borde del área, Sergio Lozano mete un cañonazo al segundo palo que Bouldini acaba por rematar alto; debería haber anotado gol, de acuerdo, pero el máximo goleador granota corrió y saltó con todo el ímpetu que expulsaba la grada. Bouldini tenía unas ganas terribles de meter gol, Fabricio estaba como loco por meter gol, Lozano, Brugué, Capa, Valle... jugaban por y para meter el gol de la victoria.

El lamentable tanto anulado al inicio del segundo acto junto con el penalti no señalado en las postrimerías del encuentro son puntos clasificatorios que no vuelven. Nada más que añadir. Lo que sí vuelve es este Levante que juega en tres días en Albacete. Con los ojos inyectados en sangre, el Levante me siembra la duda. La duda de si creer o no creer. El partido de esta tarde, con mención especial a los segundos cuarenta y cinco minutos, me basta para replantearme con qué perspectiva encarar el resto de la temporada. Seguramente, el equipo sufra una dirección encogida por parte de Javi, tenemos una cort d'honor de mediapuntas y delanteros pero solo un señor que sepa jugar pegado a la banda -lesionado y con ficha del filial- y nos falta una última vuelta de tuerca en el aspecto técnico, pero me da igual. Me da igual que Bouldini estuviera habilitado o en fuera de juego; me da lo mismo que el penalti a Lozano fuera claro o riguroso. El Levante hoy ha jugado con algo más que lo físico y lo táctico, el Levante hoy ha jugado con el puto corazón.

Será la falta de costumbre y la abundancia de participaciones sosas del Levante en los últimos tiempos, pero es que estoy muy contento. Salgo mucho más contento que con algunas de las victorias cosechadas en este primer tramo de la temporada. Cuando al Levante le pisan la cola, al fin, ruge.



sábado, 9 de septiembre de 2023

Su siguiente matao

El Levante me tiene entre contento y enfadado. Hace veinte días, en el estadio de Cartagonova, el Levante jugó una primera mitad de Primera División: pases al primer toque, desmarques, cambios de juego; y eso me pone contento. Unos minutos después, tras el paso por los vestuarios y, en consecuencia, tras un motivador discurso de Javier Calleja, con una vena atravesándole la yugular, el Levante solo supo dar cinco pases seguidos; y eso me pone enfadado. Mi postura es sencilla, no hay mayor complicación. Álex Valle jugando como Pelé me pone contento, Álex Valle jugando como Son me pone enfadado. El Levante que, después de encajar un gol, se vuelve loco por devolverlo -Oviedo- me pone contento. El Levante que, después de tomar una ventaja de goles, se pone a controlar el partido -Burgos- me pone enfadado. Se me capta. En los cinco partidos que han tenido lugar hasta anoche, el Levante ha demostrado ser un equipo de Primera División y, poco después, ser exactamente lo contrario, varias veces. Mi pronóstico, entonces, vuelve a ser muy simple: si hacemos lo primero, ascenderemos, nada de conseguir «el objetivo», ascenderemos; si hacemos lo segundo, claro, no cabrá otra opción que recordar la puta mano de Róber Pier -ahora te cuento.

Ayer visitó Orriols el principal candidato para ascender a principios de junio, sino lo consigue un poco antes. El Real Club Deportivo Espanyol de Barcelona, con un equipo hasta arriba de estrellas, propuso un partido de la máxima categoría. Avanzada la primera mitad, me dio la sensación de directamente estar viendo un partido de Primera División. Y el Levante, atención, dio la talla, justo antes de derrumbarse. Durante no poco tiempo del partido, el Levante se pudo considerar adversario del Espanyol. Entre cuarenta o cincuenta minutos, les barres blaugranes fueron verdaderamente una oposición al juego perico. El gol anotado por Bouldini, con el pecho a dos palmos de la línea de gol, es demostrable científicamente, con prueba de ADN mediante, que es hijo del fútbol que desplegamos. Y, honestamente lo creo, pudimos haber sumado un segundo gol en ese tramo, otorgándonos el liderato, por mucho que seguramente acabaramos siendo remontados por el vendaval de Puado, Milla y Melamed en punta de ataque. No insinúo que el Levante fuera superior al Espanyol, de hecho, el Espanyol lo hizo mucho mejor que el Levante, pero sí plantó cara durante la mayor parte del encuentro, algo que resultó insuficiente. Entre ganar con facilidad y ser claramente inferior hay mil partidos distintos, y el de anoche es uno de esos mil. Simplemente, el Espanyol ganó porque son mejores.

¿Que cuántos partidos ganamos el año pasado simplemente porque éramos mejores? Eso es lo otro que me tiene enfadado con el Levante. Me sé de memoria la inquebrantable retahíla de palabras de «hay que mirar hacia adelante» y todo ese sermón estándar de Mr. Wonderful que le sigue, pero lo de la temporada pasada no se puede olvidar con seis semanas sin fútbol, el fichaje de Sergio Lozano y media hora de fútbol espectaculo en Cartagena. La mano de Róber Pier me importa exactamente lo mismo que el grito apesadumbrado de cualquier visitante de Mestalla contra su presidente: nada. Me da lo mismo la mano de Róber Pier. El año pasado nos merecíamos que una jugada de mierda nos dejase en Segunda. No hubo más de dos partidos que hiciéramos por ascender. Anoche, en Orriols, sobre el centro del campo pendía una puerta al pasado. El Levante se enfrentó a lo que fue meses atrás y Puado y sus asistentes nos explicaron cómo tuvimos que haber jugado. ¿A que nadie vio a ningún brasileño descoordinado de delantero?, ¿A qué nadie vio arrugarse a los periquitos después de ser empatados justamente? De haber jugado como el Espanyol la temporada pasada, habríamos subido a Primera contra el Mirandés, por mucho que Nafti hubiera durado hasta octubre, por mucho que Pablo estuviera lesionado. De haber atacado como contra el Oviedo durante solo diez míseros minutos en cualquiera de los 25 partidos que no ganamos por capullos, Wesley seguiría vistiendo la camiseta del Levante, Pepelu llevaría el brazalete y Felipe nos hubiera devuelto a Segunda, tras destituir a Calleja, por firmar a su siguiente matao.



viernes, 18 de agosto de 2023

Pronto

Quedan siete días para el próximo Gran Premio de Fórmula 1 y han pasado tres semanas desde el último. Es viernes, por la tarde y empieza ya el fin de semana. He barrido la casa y tengo la cena prácticamente preparada. Acabo de tender una lavadora y hace nada he bajado a repostar el depósito de agua que nutre el sistema limpiaparabrisas del fantástico Seat Ibiza. Salvo dormir religiosamente ocho horas, no tengo nada que hacer hasta mañana a las siete y media de la tarde cuando el Levante se enfrente al Burgos en el barrio de Orriols. No sé si queda lo suficientemente claro que este es el momento idóneo para advertir que pronto dejaré de ver la Fórmula 1.

El más experimentado de los visitantes de este sucedáneo de portal web conocerá, de primera mano, que esta decisión es una meditada y especialmente valorada. Masi es un nombre que ni tú ni yo deberíamos conocer, pero sí fue con él con el que empecé a plantearme si me salía a cuenta ver a la setenteañera; si en el balance de alegrías y desengaños, la una acababa venciendo a la otra. Las escapatorias de asfalto, los insufribles límites de pista, ese instinto felino que tiene los actuales monoplazas por pisar sobre seco y, sobre todo, las decisiones inexplicables Suave tarde veraniega en el golfo de León, El problema no es Hamilton, Maximiliano, Carlos y Charly... Cuando le anularon a Norris la vuelta de clasificación hace dos años, apagué la tele; me negué a ver la clasificación del Gran Premio de Turquía meses después; y tras el Gran Premio de Australia, la relación pendía de un finísimo hilo Tenemos que hablar.

Puedo nombrar muchas razones por las que estoy a punto de abandonar a la Fórmula 1. Y si me esfuerzo, todavía encontraría algunas más. ¿Os parece si solo me centró en la más representativa?... ya sabía que ibáis a decir que no: os la cuento igualemente. Las carreras de Fórmula 1, han pasado a ser verter un vaso de agua sobre una botella de aceite. El aceite asciende sin mayor oposición mientras que el agua baja sin presentar especial resistencia. El último fin de semana de Gran Premio, Charles Leclerc, a los mandos de un Ferrari, se clasificó segundo gracias a una gran vuelta rápida. Nada más salir, el domingo, se colocó brevemente en la primera posición antes de que lo pasara Pérez. Aguantó el ritmo, Verstappen lo arrolló, y siguió aguantando el ritmo hasta terminar la carrera en tercera posición. Bien, ¿qué incentivo tenía Leclerc para practicar una conducción defensiva ante dos coches, a todas luces, más rápidos?, ¿por qué motivo razonable Leclerc iba a trazar todas las curvas por el interior, a frenar tarde tras las rectas y a malgastar la puta batería que parece la estrellita del Mario Kart? Leclerc iba a dejar pasar a Pérez y a Verstappen, sin oponer mayores complicaciones, porque simplemente le convenía.

La Fórmula 1 ha pasado a ser un deporte en el que, salvo que queden tres míseras vueltas, nadie defiende la posición. Nadie la defiende, primero, porque es tontería y, segundo, porque nadie puede. Pérez, en Spa-Francorchamps, perdió la carrera con un adelantamiento a medio kilómetro de la siguiente curva y con treinta, de cuarenta y cuatro, vueltas por delante. Todo se decidió en diez segundos, a decir verdad, bastante tranquilos. Y el problema no es el invento del DRS, ni que el de RedBull sea un 7,42% más eficiente que el del resto del parrilla: el problema es la nefasta gestión de su uso por parte de la FIA que regula el reglamento deportivo. Y lo más sangrente es lo simple que sería ponerle fin a esta inaguantable procesión de adelantamientos pintando una línea más allá, la otra más acá y siendo tan severo como con el limite de velocidad en el pit lane. Si el DRS es para evitar aquellas marchas militares de Michael Schumacher adelantando solo a doblados, ¿por qué nos debe interesar estas de Max Verstappen adelantando a todos como si fueran doblados y sin que nadie, haciendo valer su habilidad al volante, pueda impedir que gane la carrera?

Por tanto, el último domingo, vi el Gran Premio de MotoGP como quien se descarga Tinder. Y, joder, ahí sí se puede distinguir a un piloto de otro por ser especialmente rápido en las puñeteras carreras al esprín o sí puede sobresalir un piloto por saber defender la posición o, incluso, atención, por tener destrezar para adelantar. Madre de Dios, creía que era imposible. Moto3 sigue siendo una carrera de una vuelta, Moto2 no la vi, pero MotoGP mola bastante. Con el último adelantamiento de Aleix Espargaró en plena entrada a Maggots no pude hacer otra cosa que levantarme del asiento ante tal demostración de valentía y decisión, de destreza para adelantar; sin mayor ayuda que su manillar, el agarre de sus neumáticos y su vehículo, que es la sexta o séptima parte del ancho de la pista. Lo peor de MotoGP: esa enfermiza manía suya por querer parecerse a la Fórmula 1. Seguramente no empiece a ver MotoGP porque he dejado de ver Fórmula 1, aunque pronto dejaré de verla; sin embargo, el Gran Premio de los Paises Bajos comienza en siete días.



viernes, 11 de agosto de 2023

Una cuestión de probabilidad

Viendo este partido, no puedo decir si los jugadores del Levante son buenos o, por el contrario, malos. Ninguno ha hecho nada que me permita saber si este tio es de los buenos o si, por el contrario, se ha marcado una pifiada que solo puede llevar la firma de un matao. Les barres blaugranes esta tarde solo han sido de un color. Mucho azul y nada de grana. Azul, frío, inmóvil, como quién está hasta los huevos de todo, su mujer le ha dicho que ir a ese sitio es buena idea, pero solo piensa en volver a casa. ¿Dónde está el grana?, ¿dónde están la sangre?, que me enseñen esas ganas por ver a un tio con la pelota y querer ir a muerte a quitársela. Que venga un jugador del Levante y me enseñe que cuando tiene el balón solo piensa en marcar gol. Que haya un hombre vestido de azul y de grana, con la pelota en los pies y corriendo hacia la portería.

¿Cuándo fue el último buen partido del Levante?, ¿cuándo fue la última vez que viste tres pase al primer toque y en seguida un tío encarando a portería?, ¿por qué no ha sido esta tarde? Para Calleja el fútbol es una cuestión de probabilidad: como la pelota está dentro del campo, existe una pequeña posibilidad de que entre en la portería correcta; a veces ocurre, a veces no. Si al portero del Oviedo se le va la olla, ganamos y si no, no. Si de Frutos juega como Pelé en Cartagena, ganamos y si no, no. Frente al Ibiza había una ligera probabilidad de que nos pitasen penalti, pero como no se pitó, ahora jugamos en segunda. Un mero espectador, un pasajero que mira el partido como quien se imagina acariciar las nubes a través de la ventanilla de un avión. No creo pedir demasiado, no me considero exigente si creo que con sangre, ímpetu, atrevimiento y dos gotas, una de técnica y otra de la puta buena suerte que espera tener siempre Calleja sería suficiente para tener un equipo con el que no aburrirse, con el que apretar los dientes desde la grada cuando defiende e imaginarse el gol cuando ataca. Hay quien realmente piensa que los problemas se solucionan solos, que con no pensar en ellos, basta; nuestro entrenador es una de esas personas.




jueves, 29 de junio de 2023

Noche de carretera

La noche en la que Carlos conoció a Luis, Luis tenía 25 años y conducía a unos pocos kilómetros de distancia de Carlos. Bien entrada la madrugada, las líneas discontinuas de la carretera pasaban bajo el coche a una velocidad que impedía ser contadas. Los faros iluminaban las inmediaciones y solo un poco más allá. Los campos de color verde y ocre, que rodeaban la vía, ya estaban apagados y solo tenuemente iluminados cuando las nubes, que oscurecían la noche, lo permitían. Las montañas del fondo recortadas sobre el cielo añil a una tonalidad simplemente de convertirse en negro. La luz era blanca e intensa, concreta en un punto, por los retrovisores y roja y algo más difusa por la luna frontal. Tras ver vencer al Levante en Cartagena, ambos viajaban de vuelta a casa, hasta que sin previo aviso la rueda posterior del coche de Carlos falló; el vehículo viajaba zigzagueante por la calzada mientras Carlos ponía todos los medios por dominar el volante. Finalmente, a baja velocidad, el coche se arrastró por el guardarrail, arañando el costado del copiloto y crujiendo el cristal del faro delantero.

Luis, que tardó menos de un minuto en alcanzar a Carlos, detuvo el vehículo al instante al ver las luces de emergencia y el coche varado con su conductor de pie sobre el arcén. Carlos miraba la rueda cuando Luis bajó y con amabilidad preguntó: «¿Se encuentra bien?», Carlos, solo dos años más joven, sonrió y afirmó al tiempo que agradecía la preocupación. Se rascaba la cabeza mientras pensaba cómo explicarle al conductor recién llegado que no tenía ni la más mínima noción de cambiar una rueda. Pero cuando volvió Luis de visitar fugazmente su coche, lo hizo con un gato mecánico en una mano y un equipo de herramientas, con linterna, en la otra. «Descuide, caballero, en un momento le cambió la rueda». Justo tras ajustar la última tuerca Luis le extendió la mano anunciando su nombre. «Carlos», contestó. «Este contratiempo se lleva mejor con una victoria bajo el brazo, ¿no cree?», «Es usted también granota», «He visto la bufanda que guardaba sobre la bandeja del maletero». Charlaron un breve tiempo sobre los jugadores del equipo, la idea de la entrenador y las miras que tenía el club en el corto plazo hasta que interrumpió Luis con un ofrecimiento que cambió para siempre sus vidas: «En el coche tengo algunas bridas y cinta americana, no hace falta que llame a la grúa, sígame hasta mi casa, que vivo a 15 minutos, y mañana le reparan el coche. Un amigo que me debe favores tiene un taller en mi pueblo». Carlos aceptó, cortó cinta americana con los dientes, anudaron un par de bridas para mantener sujeto el parachoques y condujeron con tres faros alumbrando la carretera, Luis delante de Carlos, a poca distancia. Al llegar a casa, Carlos saludó a su novia que esperaba la llegada de Luis, despierta, mirando la tele. Luis les presentó, le explicó a su pareja el percance y, entre los dos, prepararon el sofá para que Carlos pudiera pasar la noche.

Al día siguiente, mientras Carlos desayunaba copiosamente, Luis fui a avisar al mecánico que revisó los desperfectos allí mismo. Pasaron el coche al taller y en cuestión de horas, el faro estaba sustituido y el parachoques y el resto del vehículo como antes del accidente. Carlos emprendió la hora de viaje hasta su casa, no sin antes colmar de elogios y parabienes al mecánico, a su pareja, pero en especial a Luis. Y mientras conducía pensó que sería una buena idea agradecérselo en el próximo partido del Levante con un aperitivo previo al encuentro.

A los seis días se vieron en un bar en los aledaños del estadio y Carlos y Luis encajaron como dos piezas de puzzle contiguas. El equipo no era la única coincidencia, pidieron la misma bebida por los mismos motivos, tenían una forma muy similiar de entender el mundo y la vida y su mutua compañía les reconfortaba el ánimo y les entretenía en grande. No necesitaron pactar verse al próximo partido. Un día, Luis invitó a Carlos pasar las fiestas de su pueblo con su familia y amigos. Se interesaba por él, le preguntaba por el trabajo, por el piso alquilado en el que vivía, por aquella chica que conoció un día y con la que festeó un tiempo, le tendió una mano cuando pasó por momentos familiares complicados. El día que Carlos cumplió 30 años, recibió un mensaje enigmático de su amigo Luis: que, si podía, se acercara a su casa que tenía una cosa importante que enseñarle. Cuando apareció Carlos en de casa Luis, este le dijo: «Hoy hace día de pillar una mochila e irnos por Europa a ver a ese grupo rockero que a tí y a mí nos mola, ¿no te parece? Pilla la cartera, pero llévate solo el DNI, del resto me encargo yo».

El día que Luis anunció que se casaba, a Carlos le costó contener las lágrimas que ascendían a sus ojos. Lloraba de alegría, lloraba por su amigo, por la felicidad que él sentiría. Acudió a la boda, como no podría ser de otra manera. Camisa, cinturón, chaqueta, zapatos, colonia, pañuelo y corbata. Carlos se prestó voluntario tras la comida, agarró el micrófono que se aguantaba sobre un pie cerca de la mesa principal y entonó un discurso en honor a su amigo Luis. Recordó aquel viaje a Cartagena, destacó su amabilidad y su altruismo en aquel momento, lo bien que ambos congeniaban, su calidad humana, su ejemplo, su naturalidad, su inquebrantable insistencia por ser buena persona y ayudar a quienes le rodean. Y esta vez quien no pudo contener las lágrimas ascendentes fue Luis que agradeció las palabras de su amigo primero con una mano sobre el pecho y luego con un abrazo eterno rodeado del ruido emitido por los aplausos de los presentes.

Una noche, mientras los párpados y la retina de Luis todavía conservaban el recuerdo de aquellas lágrimas vertidas por las palabras de su amigo Carlos, se acerco a él. «Carlos, por favor, necesito cinco euros. Estoy en un apuro. Son solo cinco euros. ¿Me los puedes dar?» Carlos no dudó ni un momento: «Pero, ¿estás bien?, -poniendo sobre la mano de Luis el billete de cinco euros-, ¿pasa algo?, ¿puedo ayudarte en algo más?, ¿tu familia bien?», «Sí, sí, está todo bien, son solo cinco euros, mañana te lo explico». Carlos apenas durmió esa noche, pensando en qué motivos podría tener un hombre como Luis para necesitar cinco euros con esa urgencia. Luis, mi amigo, al que tanto conozco, el que tanto me ha demostrado, con el que tanto he vivido. ¿Para qué querrá cinco euros? Al día siguiente, Carlos no tuvo señales de vida de Luis, tres días después Carlos se percató de que Luis había cortado todas las vías de comunicación con él. Se presentó en su pueblo, fue a su casa y estaba vacía. Los vecinos y amigos le aconsejaron no preguntar y Carlos volvió a su casa pensativo, contrariado, sin encontrar explicaciones sólidas. A día de hoy sigue sin saber nada de Luis.

La noche en la que Pedro conoció a Luis, Luis tenía 35 años y cinco euros en el bolsillo.

domingo, 18 de junio de 2023

Una promesa

No recuerdo con exactitud el minuto, porque no miré el marcador inmediatamente después, pero sí recuerdo vivamente que Vicente Iborra estaba dando un pase el círculo central. Era de noche y el partido ya llevaba un buen rato jugándose. Me pareció que el orgullo me iba a colmar por completo. Tuve el impulso de agarrar el escudo de mi camiseta y levantarlo al cielo. En el día más importante de la temporada, en el mayor «vida o muerte» que recuerdo, el Levante estaba siendo representado por once tios valientes y decididos, que jugaban al fútbol con determinación y que no les temblaba el pulso para atreverse. El cero a cero fue del todo circunstancial, en Orriols se vivió un inmenso partido de fútbol, de los que hacen afición, gracias a un equipo que necesitaba el gol y a otro que lo buscaba insistentemente sin necesitarlo. Sin embargo, el tanto no llegó y en el último minuto del partido, prórroga incluida, el Alavés gozó de un córner a su favor; tras un barullo inicial, Róber Pier, que a mi forma de ver jugó su mejor partido que le he visto, salió con el balón jugado hasta el centro del campo con la salvedad que, al principio, la pelota había chocado con su mano. El árbitro, el más cobarde de quienes pisaban el cesped, señaló el punto de penalti desde la lejanía y Femenías no acertó la intención de Villalibre.

Siendo tan frío que me expongo a ser directamente un capullo. El mayor problema del Levante, torpemente dirigido por Calleja, ha sido haber permitido que el ascenso dependiera de que no se pitase un penalti en el último minuto de la temporada. La evergadura del proyecto, la altura de los recursos a nuestro alcance no permiten la súplica inútil para que el disparo de Pepelu, justo antes del infausto toque con la mano de Róber, rebote en el larguero y entre a la portería. De los que yo he visto, este es el Levante al que más se le debía exigir y, sin embargo, es el que menos ha dado en proporción. Con o sin penalti, el ascenso del Levante habría sido injusto y, en absoluto, acorde a nuestros merecimientos. Encadenando malas decisiones, mal fútbol y, en general, un desesperante miedo a hacerlo mal hemos forzado la situación para que el ascenso acabara dependiendo de despejar un córner en el último minuto del último partido de la temporada, momento en el que la situación nos ha forzado a nosotros para rematar con el desenlace más cruel jamás imaginado.

Al ser de Levante, he visto más derrotas que victorias. He sentido más veces esta disgustada sensación que la euforia desbordante de la victoria. Me ha visitado tantas veces que la reconozco a la perfección; siempre es la misma. Si mi consciencia se pudiera trasladar al otro día de un partido del Levante, aunque solo durase un segundo, sería capaz de averiguar el resultado o, más precisamente, sería capaz de saber si perdimos o no. No obstante, con cada partido que pasa, con cada derrota que pasa, me cuesta más encontrar las diferencias entre perder y ganar, es decir, le empiezo a reconocer a la derrota un envolvente sabor amargo; como un canto de sirena que hechiza y no suelta. Mi abuelo, que eligió ser del Levante, supo a qué me refiero; mi padre, que le siguió sus pasos, también sabe a qué me refiero. Con el estadio casi vacío, un sentido caballero, unas filas más allá y la mirada brillante, quizás se sintió culpable de haber a arrastrado a sus hijos, ya mayores, ante tal circunstancia; pero reconoce y se indentifica con ese envolvente sabor amargo que curte, que endurece el ánimo, que forja un carácter valiente, aguerrido. Sentimientos que no se pueden atrapar y se escapan por la piel, sentimientos de pertenencia a un club, a un grupo reducido de individuos con corazones palpitantes y que se hacen más grandes en la derrota. Solo un alma de piedra puede haber estado presente y no prometerse ser del Levante hasta que terminen sus días.

domingo, 21 de mayo de 2023

Una última oportunidad

Ayer por la tarde, hace unas veinte y cuatro horas, en el momento en el que Brugué filtró un pase al área con destino a las botas de Montiel, el Levante no tenía ninguna posibilidad de ascender por la via rápida. Es más, habiendo lanzado el penalti, aún cuando el portero groguet impidió el gol, el Levante estaba condenado a jugar la promoción de ascenso; no había escapatoria. Felizmente la pelota volvió rebotada, de nuevo, a las botas de Montiel que no falló dos veces seguidas y, a placer, permitió una última oportunidad para el ascenso granota. Tan cerca se bordeó el precipicio que la grada gritó desatada gol, sabedora que a este Levante, a punto de morir, todavía le queda un hilo de vida.

El Levante, el último de los contendientes con opciones, tiene dos formas de ascender: ganar y esperar a que el Granada pierda o esperar el empate entre Las Palmas y Alavés, los otros dos candidatos, y enchufarle seis goles al Oviedo. Calleja es un hombre que no considera que Pubill sea infinitamente mejor que Son, que pone a jugar a Wesley sea cual sea la circunstancia, que ayer quiso poner a De Frutos en el carril diestro como quinto defensa, que hace seis días quitó a Montiel y metió a Musonda, que mira impasible cuando Wesley le agarra de las manos el balón a Campaña y que gracias a él nuestras opciones de ascenso se reducen a una sola, y es a costa del equipo más serio de los cinco mamarrachos que han optado a subir de categoría esta temporada. Calleja nunca ha dado importancia a la diferencia de goles, con solo cuatro victorias por más de un gol de las trece que ha cosechado. Y, ni tan si quiera lo ha puesto en relieve a última hora, pues mientras Las Palmas metía cuatro goles en Cartagena, él chistaba si oía una radio y se centraba en ganar el partido. Calleja, ¿sabes acaso cuántos goles a favor llevamos, cuantos en contra, cuantos lleva Las Palmas?, ¿cuántas tarjetas amarillas le han sacado al Levante?, ¿y a Las Palmas?, ¿conoces los criterios de desempate?, ¿conoces el significado de la palabra desempate?, ¿y criterio?, ¿sabes lo que es criterio?

Por otra parte, tengo sentimientos mínimamente encontrados. Si pudiera proyectar mi perspectiva sobre el Ciutat de València, de las 24.534 localidades, solo se librarían tres asientos, el resto son todos pesimistas. Pero algo en mí, me hace reservar tres asientos a la esperanza. Ayer por la tarde, hace unas veinte y cuatro horas, en el momento en el que Brugué filtró un pase al área con destino a las botas de Montiel, el Granada era equipo de Primera División; y no había escapatoria. El gol de Joni, con suspense incluido, hizo reprimir la alegría a jugadores y afición. Incluso la derrota les vale, siempre y cuando, no consigamos hacerle un gol al Oviedo. De hecho, 20.000 de los asientos me hacen pensar en un triple empate a cero. Pero imagínese, mi muy estimado amigo granota, una victoria ligeramente holgada, dos goles a nuestro favor y el Granada sin pasar del empate en su propia casa, conservando a capa y espada el punto que les permite subir a Primera. Un aleteo de mariposa que empieza con un robo de Brugué en el centro del campo de El Madrigal. Una última oportunidad, aquí y ahora, hora y media para subir a Primera. Y un extraño impulso que me invita firmemente a llevar un mensaje el sábado que viene al Ciutat: «¿Y si ?».



sábado, 6 de mayo de 2023

sábado, 29 de abril de 2023

Convocando a las estrellas

Me sé el nombre de Pepelu desde antes que Joaquín Caparrós coordinara un entrenamiento con los jóvenes valores de la cantera entre los que se encontraba David Beckham. ¿Empezará este sucedánero de portal web también a saber el nombre de la rigurosidad? No sé quien de los dos aprendió fútbol esa tarde; a Caparrós le vi tomar nota pero a Pepelu le he visto llegar a Primera División. Posiblemente, me sé el nombre de Pepelu desde que el Levante lo fichó procedente del Denia cuando solo era un chaval. Desde entonces, todo el levantinismo ha posado la mirada en él con la no discreta esperanza de que llegará al primer equipo y nos hiciera jugar mejor que la tétrica manera de entender el fútbol de, su mentor, Caparrós. Esta tarde, en el centro del campo del Levante no han jugado tres tiarrones torpes, con músculos en los párpados y que por cada pase tibio de cinco metros, metian cinco patadas a la tibia del rival. Esta tarde en el centro del campo del Levante ha jugado Vicente Iborra, en lo que se está revelando como el broche a su carrera, dos tipos habilidosos y escurridizos que no solo despiertan el aplauso, sino también el oh de la grada y un señor jugador de fútbol que después de robar un balón haciéndose valer de su fuerza, suelta un pase de cincuenta metros a la bota de un compañero. Nuestra antigua esperanza de un fútbol mejor se ha vuelto realidad con Pepelu en el primer equipo.

Alessio, uno de sus verdaderos entrenadores cuando todavía era un joven valor de la cantera, le responsabilizó del centro del campo cuando ambos coincidieron en el primer equipo. La temporada pasada hizo un partido contra el Barcelona que me hizo temer que Xavi tuviera una conversación con él al acabar, fuera de los focos al abrigo del túnel que da acceso a los vestuarios. Posiblemente nadie recuerde el fallo en Getafe antes de encajar, pero sí todos recuerdan su ímpetu y su ferviente deseo por mantener a nuestro club en Primera División. Contra el Sevilla en casa y con 1-2 en el marcador, se señaló penalti a favor de les barres blaugranes; Morales ya había anotado desde los once metros en la primera parte, Roger estaba en la grada, Melero en el banquillo, Bardhi llevaba dos minutos jugando y nuestro delantero era Dani Gómez; Con 23 años, veinte partidos con el primer equipo y cero goles, Pepelu se aplastaba el pelo contra la cabeza viendo como Morales se preparaba para lanzar un penalti que, en realidad, no le correspondía tirar. Morales falló, el Levante perdió y a final de temporada se consumó el descenso. Un descenso que tenía muchos motivos pero, entre ellos, la derrota frente al Sevilla.

Desde entonces y también desde aquel entrenamiento en el que Caparrós salía de puta madre en la foto, el primer gol de Pepelu ha pasado a ser una prioridad para el levantinismo y, en especial, para la pequeña porción de grada que el propetario de este sucedáneo de portal web representa. Se lamentaron ácidamente el libre directo en el Bernabéu, el mano a mano, ya esta temporada, frente al Éibar y el paradón de Chipipurri, portero del Burgos, al zambombazo de Pepelu. Encontré muy injusto que tampoco diera con el gol hace dos viernes contra el Mirandés y, sobre todo, que su soberbio disparo ante el Zaragoza reventase en el larguero y no entrase dentro de la portería. Su persistencia merecia una recompensa. Al final de la temporada pasada, con varias ofertas de equipos de Primera División encima de la mesa, decidió unirse al levante con un acuerdo para toda su carrera deportiva. Esa misma tarde me lo crucé haciendo cola para una hamburguesa y tras preguntarle si seguía, me dijo con la mayor sonrisa del planeta: «Sí, acaba de salir, ¡me quedo!». Un año antes, Paco López le aconseja salir cedido y él, temiendo desvincularse del Levante, se queda en el primer equipo a sabiendas de que no iba a partir de titular. Dos años antes, el Levante le obliga a reconsiderar las condiciones de su contrato porque va a pasarse otro año en el filial. Encadenaba una temporada tras otra juntando una cesión con un paso por Segunda B, pero su respuesta siempre fue Levante. Un fin de semana, el Club Deportivo Denia se desplaza a la Ciudad Deportiva de Buñol a jugar sus distintos partidos coincidiendo con un compromiso del equipo filial; los jugadores de la escuela alicantina van acudiendo a la grada conforme van terminando de jugar y, al acabar Pepelu, se acerca a la zona donde están, charla tranquilamente con ellos, se hace una foto y, antes de irse a las duchas, le da las gracias al empleado de seguridad por permitir que los chavales pudieran acceder al terreno de juego. Su garra, su buen fútbol, su naturalidad, su ejemplo, su inquebrantable insistencia por el Levante merecían que el derechazo de esta tarde, exactamente seis años después del último ascenso, reventase en el larguero y, por fin, entrara en la portería.




El de la foto bien podría ser yo lanzando todo el confeti que tenía previsto para el resto de la temporada y varios partidos de la siguiente.


sábado, 22 de abril de 2023

Castigo

El levantinismo está inquieto. Tiene sus motivos. En un mes y unos pocos días nuestro destino quedará sellado para, por lo pronto, la siguiente temporada. Por dejar de mencionar, que el quedarse en Segunda o subir a primera al final de este campeonato seguramente vaya a determinar qué va a ser de nosotros para varias de las siguientes temporadas. Hace dos noches un buen granota con sentido de transcendencia pintó en la fachada del estadio: «Vamos a subir». Las verdaderas redes sociales. El avezado lector de este sucedáneo de portal web conocerá sobradamente que mi opinión desentona con la del anónimo granota con dotes artísticas, pero quisiera subrayar que es el más evidente ejemplo de que el chaval está inquieto, el que vigilaba que no viniera nadie está inquieto, el que leyó el mensaje al día siguiente está inquieto y todos pertenecemos a un levantinismo que sin ayuda de nadie vive inquieto.

El fútbol es entretenimiento y el Levante no es una excepción. Un entretenimiento contado a base de historias que se enlazan unas con otras. No hay granota que no esté como loco por presenciar esa tarde crucial que nos permitió volver a Primera. De la misma manera, nadie se quiere perder el desastre de abalanzarse sobre nosotros. Acabe el cuento en tragedia o epopeya no deja ser igualmente absorbente. La historia del ascenso, o la del no ascenso, se escribe a través de relatos como el último penalti. A través del miedo que sintió la grada cuando Wesley agarró el balón, a pesar de que había quien pensaba que en el último momento iba a entregárselo a Campaña. Un inquieto, por supuesto, caballero desde una de las bocas de acceso a Grada Central proclamaba con los brazos en alto: «Que lo va tirar Wesley, que lo va a tirar Wesley». Sus poderosos intentos por cambiar el lanzador de la pena máxima cayeron en saco roto cuando Wesley plantó el balón sobre la cal, tomó una carrera de unos pocos pasos y mandó el balón a la grada tras ser desviado por el larguero. ¿Quien, al acabar el partido, no quiso escribir en las paredes del estadio: «El penalti lo tenía que haber tirado Campaña»? A nadie pareció importarle haber encajado el segundo gol castellano tras conseguir el empate por otros medios.

De ahora al próximo partido del Levante solo nos separa una pausa para comer y el tiempo justo para echarse una siesta breve. El levantinismo desea fervientemente estar presente en esa tarde crucial que nos permita volver a Primera, o que nos prive de. Hasta donde me puedo imaginar quienes representarán a les barres blaugranes de aquí a pocas horas ya están en Gran Canaria preparados para ser los protagonistas de esa tarde crucial. Pero este es un mensaje para la tranquilidad. En Orriols tenemos lo que nos hemos ganado. Doña Segunda División esta siendo severa con nosotros pero justa. Nuestro merecimientos para con el ascenso van estrechamente acorde a nuestra posición. Contestar con un gol pocos segundos después de encajar contra el Lugo es hacer méritos para subir a primera, tirar del carro en Huesca perdiendo por tres goles y con mínimas posibilidades de ganar, lo mismo. Empatar a cero contra el Albacete con uno más no es sinónimo de ascender, hacer el capullo en Málaga, tampoco. Perder una ventaja contra el Zaragoza en casa, y que Róber Pier la lie siete dias después en Éibar, y que Wesley le quite la pelota a Campaña antes de lanzar un penalti no es compatible con ascender. Cuando ya hayamos jugado las cuarenta y dos jornadas reglamentarias, nuestra posición tendrá mucho que ver con nuestros méritos cosechados. ¿Se puede ascender sin merecerlo? sí. ¿Se puede no ascender a pesar de merecerlo? ya te digo yo a tí que sí. Pero no se puede merecer quedarse en Segunda, jugar el año que viene contra el Valencia como castigo y luego lamentarse de no haber ascendido.



lunes, 10 de abril de 2023

La madre que te parió, Róber Pier

Sea bienvenido a la entrega número 100 de este sucedáneo de portal web.

Doña Segunda División se parece más a esta temporada que a la mentirita que nos contaron Muñiz, los 20 goles de Roger y el patético peinado rubio platino de Morales-Chupón la última vez que perdimos la categoría. Aquel meteórico ascenso, cabezadita mediante después de Navidad, no se corresponde con los férreos designios de la Doña. Aunque me cueste ver qué tiene que ver en el gol del Éibar, Doña Segunda División estaba sosteniendo una espada desenvainada atada a un único pelo de crin de caballo sobre la impia cabeza de Róber Pier cuando éste no supo qué hacer enfrente del área pequeña. Es ella, y no otra, la que nos tiende una trampa cada domingo y somos nosotros, y no otros, los que picamos como novatos. Por otra parte, la Doña también merece una disculpa: es entretenida como pocas cosas. Recuerdo, en nuestra última temporada en Segunda, un partido contra el Mirandés en el que me daba absolutamente igual el resultado y cuando acabó, incluso, sentí pena por aquellos pobres chicos castellanos que habían perdido injustamente. Los partidos en Segunda, oye, absolutamente insufribles; pero que tire la primera piedra aquel granota que no esté como loco esperando a que sea el viernes para ver si ganamos de una puñetera vez. El Levante es entretenimiento, el entretenimiento es diversión y divertidos estamos; que no todo es ascender.

Segunda División sería más sencilla para nosotros si ayer Róber Pier, en lugar de dejarle la pelota delante de la portería a Stoickhov, hubiera despejado o le hubiera regateado como creo que tenía en mente. Se mirase por donde se mirase el de ayer parecía un partido de empate a cero, incluso antes de que la pelota echase a rodar. Para nuestra suerte, encontramos un gol en propia puerta que fue resultado de un centro digno, ¿tanto cuesta?, de Marc Pubill que nos dejó la victoria a mano hasta que Róber Pier la lió y la victoria se fue por donde vino. De todos modos, no quiero culparlo más de lo que él ya lo esté haciendo. El chaval eligió muy mala tarde para equivocarse, estoy de acuerdo, ¿pero como se entiende no haber tirado a puerta en todo el partido? En el centro del campo del Levante estaban Iborra, Pepelu Campaña, Montiel y Jorge De Frutos. Ojalá jugar 38 partidos el año que viene con estos cinco. Y, sin embargo, no contamos ni un mal tiro a la grada desde dentro del área. ¿Cómo de mal organizado está este equipo para tener una plantilla abarrotada de jugones pero que nuestro ataque siga siendo igual de ramplón que siempre? No sirve de nada haber retenido a jugadores que merecen participar en Primera División para luego usarlos como si fueran de segunda. No sirve de nada tener a Pepelu y Campaña dando pases de cinco metros. Igual que no sirve de nada no darle la pelota ni a Montiel ni a De Frutos. En el día más importante en lo que va de temporada, no brilló nadie y quien destacó, lo hizo para mal: al fallo de Róber Pier se le unió Son, que concede una oportunidad de gol por partido, e Iborra que lleva un periodo demasiado dilatado sin estar bien. Cuando ayer ganábamos el partido, estábamos segundos y solo nos separaba un punto del liderato quizás veíamos un panorama no del todo fiel a la realidad.

Con respecto a lo que va a determinar la categoría en la que jugaremos la temporada que viene, solo hemos ganado un partido de los últimos seis y ese fue gracias a un zurdazo de falta directa y a un penalti parado. No sería de extrañar que el Levante acabara la temporada con más empates que derrotas, de igual manera, salvo un improbable giro en los acontecimientos, cuando se eche el telón tendremos más empates a cero (9) que victorias por más de un gol (5). En todo el campeonato, no hemos tenido un maldito tres a cero que nos aplace el sufrimiento por ganar para el siguiente domingo. El pichichi del equipo, Mohammed Bouldini, lleva siete goles, cinco de ellos a puerta vacía; su sustituto, a pesar de que desembarcó como titular, no ha metido ni una sola vez en toda la temporada, cero goles, un tiro al palo y otro anulado; y el tercer delantero lleva dos goles, uno de penalti y seis amarillas en un tiempo equivalente a ocho partidos. La enfermería sigue llena y, de los sanos, hay varios que están rozando la lesión muscular, en cambio, Son, Wesly y Musonda están en perfecto estado físico. Volviendo de Cartagena, con una victoria en el maletero, tenía dudas sobre qué nos iba a deparar el futuro (mis dudas), pero ya no las tengo: creo que no vamos a ascender.



miércoles, 5 de abril de 2023

Tenemos que hablar

Cuando digo que este es el último Gran Premio de Fórmula 1 que veo no me lo creo ni yo mismo. Espero que el experimentado lector de este sucedaneo de portal web tampoco se lo crea. Pero, honestamente pienso que tengo motivos para hacerlo; y aquí sí que creo en lo que digo. Y creo en lo que digo porque se ha convertido en habitual que las decisiones que toma Dirección de Carrera me saquen de quicio. En adelante, quedaría de los más profesional nombrar todas las tropelias que han conseguido lo que jamás pensé que podría pasarme: enfadarme por una puta carrera de Fórmula 1. Pero no lo voy a hacer porque te juro que no cabrían todas sin sobredimensionar esta entrada que quiere ser picadita y concisa. A cambio, sí citaré el desastre en Monza el año pasado, la vuelta anulada de Lando Norris en Imola en 2021, el accidente múltiple en Mugello en pandemia y el lamentable Gran Premio de Italia de 2019 donde todo empezó a torcerse. Cuatro Grandes Premios sin salir del mismo territorio y en años consecutivos.

El solo hecho de pensar que no voy a volver a ver una carrera de Fórmula 1 no es una buena señal para la setenteañera, me aventuro a pensar. Pero siempre vuelvo, entre otras cosas, porque todo lo que rodea, está debajo y está sobre las decisiones de Dirección de Carrera coincide exactamente con mis gustos. Los Drivers' Parade, me gustan. Las entrevistas a pie de pista, las apruebo. Digo sí a la ceremonia del podio, a los himnos, a George Bizet y, por favor, digo sí a dejar caer la botella de champán a los mecánicos. Pulgar arriba a los planos desde el helicóptero, a las microcámaras incrustadas en el asfalto y a las que van abordo de las suspensiones; y no a las imágenes sin sentido de las gradas. Fanático de Räikkönen comiéndose un polo, de Leclerc yendo a mear y de Alonso empujando el carrito de las ruedas. Del corralito de prensa, de las cámaras lentas, de Sainz hablando con su ingeniero antes de la carrera, de Ricciardo escuchando música y de Pierre Gasly y sus pelotas de tenis. ¡Que me gusta la Fórmula 1, joder!

Pero, claro, sin tiempo para darse cuenta a Leclerc o a Stroll se les avería el monoplaza, cualquiera de los dos lo dejan perfectamente apartado, preparado para ser evacuado con la mayor prontitud y los mismos tios de siempre vuelven a hacer manualidades artemaniacas. Uno siente que le estan privando del espectaculo delante de sus narices o, peor todavía, que éste está siendo artificialmente generado. De entre los que conozco, la Fórmula 1 es de los poco deportes cuya acción se produce de forma ininterrumpida. No hay pausas entre ejercicios, la pelota no se escapa del terreno de juego y, por Dios, no hay futbolistas fingiendo dolores. Todo es seguido salvo, claro está, que un coche no pueda continuar y entonces paren la carrera. Hay un momento en que me pierdo, no sé quienes son los responsables de todo este desastre, pero espero que tú ya lo sepas: los que hacen bien las cosas, no; los otros, los que la pifian siempre. Pues bien, me niego a creer lo que luego dice esa gente en sus comunicados de prensa que todo es en pos de la seguridad.

El pasado Gran Premio de Australia con Albon rezando a la Geperudeta, con una rueda menos y en medio de la pista, esta gente espero pacientemente a que pasaran todos los coches a toda leche por la zona del accidente y, entonces, cuando ya no había peligro alguno aminoró la marcha de la carrera desplegando el coche de seguridad. Tócate los cojones. De igual manera, que hizo cargo a cada equipo de que avisara por radio a cada piloto de los peligros inminentes, a saber, varios coches parados durante la vuelta de reconocimiento o una puñetera rueda entera en mitad del circuito. ¿Qué clase de seguridad aporta esta gente?, ¿Qué anticipan que no pueda ver el piloto con sus propios ojos, los equipos con sus monitores o cualquier espectador desde su casa? Fernando Alonso le debe su primera victoria en el Gran Premio de España en 2006 a un hábil grupo de comisarios que retiró de la pista con rapidez el monoplaza de Juan Pablo Montoya evitando, no solo la aparición de Safety Car, sino también males mayores. 17 años después, un comisario, seguramente igual de hábil, no puede estirar el brazo y tocar el coche averiado porque está esperando la autorización de esta gente, ¿pero quién sois vosotros para autorizar a nadie?

¿Qué merecimientos habéis reunido para mandar sobre nadie? Cuando empecé a ver Fórmula 1, a penas podía distinguir quien iba primero de quien iba segundo, pero me quedé maravillado con que se supiera qué piloto acaba de atravesar la línea de meta en ese mismo momento; y pasaban uno detrás del otro. No fue menor mi sorpresa cuando me percaté de que cada coche podía rodar con varios tipos de neumáticos unos más adherentes pero menos duraderos y otros al revés. Y ya directamente aluciné cuando vi que había un reloj que dividía un segundo en mil partes iguales y nunca fallaba. Y ninguno de estos inventos forma parte, si quiera, del pasado reciente de la Fórmula 1, ya llevan mucho tiempo con nosotros. Hace dos años un asalariado de Mercedes ideó un sistema que permitía variar la inclinación de las ruedas moviendo el volante de atrás a adelante y viceversa. McLaren añadió un conducto sobre la letra f de su patrocinador vodafone que, al ser tapado manualmente por el piloto, se reducía la resistencia al aire de todo el monoplaza. Ferrari esquivó la norma del caudalímetro con una idea genial y antes Red Bull hizo algo un poco similar con los difusores soplados.

¿Qué ha hecho esta gente a cambio? Hacerme pasar una vergüenza terrible el año pasado en Suzuka y proponer un modelo de coche que, además de seguir sin permitir la lucha cuerpo a cuerpo, cuando llega a 250 kilómetros por hora bota. Espectacular. ¿Cómo es posible que unos y otros contribuyan al mismo deporte? Esta gente no está a la altura de quien puso un aparatito en el coche que almacena la energia al frenar para luego proporcionarla al vehículo en la aceleración y lo llamó KERS, no; esta gente más bien solo se pueden comparar con el plástico que protege la visera del casco que cuando un piloto se lo quiere quitar tiene dos opciones o lanzarlo al circuito o metérselo debajo del culo.



viernes, 17 de marzo de 2023

Mortadelo y Filemón

No me gusta cómo caza la perrita, por no decir que directamente estoy preocupado. Roberto Soldado, con cara de loco, también parece estarlo o, como poco, eso dice su gesto. Sentado en el banquillo y sin jugar, con la mirada perdida, los brazos cruzados y la camiseta como collar. Antes de empezar la segunda parte él ya sabía que no iba ni a calentar. Calleja no mete un cambio hasta que solo quedan veinte minutos para el final y su primer sustituto dura un suspiro en el campo. Mientras se acaria la frente, Róber Ibáñez se marcha andando, con los ojos clavados en el césped y sin mirar al compañero que le reemplaza; una sobrecarga que no se va, dice Calleja. Lo primero que hace Wesley es retrasar un saque de esquina porque tiene que empujar a no sé quién y lo segundo que hace es abrirle la ceja a no sé cuántos con un sopapo que jura no lo haber soltado; su colega Charly, en cambio, no hizo ni una sola cosa. Con el tiempo a punto de cumplirse, Iborra se mete entre los centrales malagueños para bajar un balón que a Wesley no le sale de los cojones pelear. Y en el último ataque del Levante en el partido, Montiel se juega un disparo cubierto desde veinticinco metros porque sus alternativas eran o dársela a Moraes o dársela a Musonda. Esa misma pareja que al acabar el partido en Huesca aplaudieron dos veces desde a tomar por culo de la grada y volvieron perfectamente sincronzados por donde hubieron llegado. Tras las sustituciones de Bouldini e Ibáñez el Levante se acula sobre la portería de Cárdenas como sabiendo que solamente puede aspirar a empatar y lo conseguimos gracias a una milagrosa intervención de la Geperudeta, invalidando el gol de la derrota, que siempre cuida de nosotros hasta en las horas más bajas. Calleja sigue creyendo en el ascenso, y puntualiza de hecho, en el ascenso directo, como si la promoción fuera una opción, pero le preocupa que el equipo se deje ir, y lo repite hasta dos veces, que no quiere que el equipo se deje ir. Rara vez las cosas son para siempreee y cuando dices que te vas es que ya te has iiidooo.



domingo, 5 de marzo de 2023

Espérate

La racha de partidos sin conocer la derrota del Levante ha tocado su fin. Mi coleguita el resultadista debe estar más contento que Wesley al ver a Cárdenas soltar un pelotazo de los suyos. Aquí, mi primo mientras controla el balón con el pecho, primero se percata de que los últimos veinte partidos del Levante han acabado o bien en empate o bien en victoria de les barres blaugranes. Después se da cuenta de que ayer por la tarde el Huesca metió más goles que el Levante, con el antebrazo apoyado sobre el defensa panenquita que intenta quitarle la pelota. Y, entonces, cae en que hemos perdido por primera vez, en veinte partidos. Calleja sumó su primera derrota como entrenador granota casi seis meses después de su meditada contratación. Y esta lamentable noticia llegó seguramente en el momento más indicado, cuando las condiciones eran las más propicias.

Calleja ayer tenía más hombres lesionados que soluciones en el banquillo. Dejando en un margen la pseudo-baja de Roberto Soldado, ni Vezo ni Postigo pudieron jugar en el centro de la defensa; por no hablar de la lesión de Mustafi que lo tiene apartado de la actividad desde la tercera jornada del campeonato. La carrera de Campaña ya no solo en el Levante, sino en el mundo del fútbol hubiera sido muy diferente si no llega a ser por todas esas lesiones que le llevan haciendo la vida imposible desde hace aproximadamente cuatro años. Roger, Roger el bueno, Roger Brugué me tiene el corazón en un puño desde que hace un mes se anunciase que se perdía prácticamente lo que restaba de campeonato. Y para colmo Vicente Iborra se lesionó en el último ensayo justo antes del partido.

Además ayer el Huesca a balón parado funcionó como un buen reloj que marca siempre bien la hora y durante mucho tiempo. De las cinco acciones que recuerdo solamente en una Mohamed Bouldini pudo despejar el peligro con relativa facilidad. El resto fueron ocasiones claras de gol y, de hecho, dos de ellas obligaron al Levante a sacar de nuevo desde el centro del campo.

Cuando acabó el partido Javi Calleja, que agarró de las solapas a Wesley y a Musonda para ponerlos otra vez delante de la afición, aplaudió a la zona visitante de la grada. Los naturales de la zona me reconocieron que la representación valenciana en El Alcoraz era mucho más bulliciosa que los seguidores locales. El técnico madrileño, que combina elegancia y desenfado en sus atuendos, aplaudía sabiendo, o al menos eso quiero pensar yo, que si el Levante es capaz de desarrollar este fútbol con regularidad la derrota no será la norma y el empate tampoco. Los protagonistas de un nuevo desplazamiento masivo, afincados en una esquina de la grada, supieron entender las circunstancias y sobre todo reconocer el esfuerzo de un equipo que nunca mereció perder.

La Geperudeta le guarde la salud a Montiel y a De Frutos, especialmente a este último. Ninguno de los dos son más altos que Paquito Fenollosa, pero si son rápidos como el Aston Martin de Fernando Alonso y habilidosos como el mejor Ronaldinho de todos los tiempos. El partido que hicieron ayer bien vale el dinero de la entrada y el trayecto hasta llegar a Huesca. De Frutos, con cal en las botas y Montiel sin ninguna otra obligación que la de meter gol, bien pueden ser dos argumentos sólidos para ganar el partido. Tanto es así que ayer lo fueron a pesar del resultado. Por otra parte tener a Son haciendo labores artemaniacas en campo propio también puede ser un argumento para perder el partido, que a Cárdenas se le escape el balón entre sus guantes y que no haya un tío en el primer palo que despeje ese córner, por el amor de Dios, también son argumentos para perder el partido. De Frutos volvió a estar brillante y Montiel, descomunal. La única pega es que no tuvieron premio.

Y no lo tuvieron por dos acciones concretas. Quitando los goles y el disparo al larguero de Bouldini que retumbó en el estadio, hubo dos momentos claves en el resultado final. Hacia el final de la primera parte el Levante tuvo un ataque larguísimo muy bien conducido y con varias alternativas para conseguir el gol pero que el Huesca defendió todavía mejor. Y luego, al poco de comenzar la segunda mitad, con el Levante bordando el fútbol, David Timor fingió una falta lamentable. Conocido ya en este sucedáneo de portal web, Timor es motivo suficiente como para ahorrarse el dinero de la entrada y el trayecto hasta Huesca. El muy capullo estuvo tres minutos tirado en el suelo manoteando, gritando, llorando cuando más apretado tenía el culo. Después de que los servicios médicos lo resucitaran, lo único que impidió que tirase esa misma falta fue el consejo de Marc Mateu que le vino a decir algo así como: "Pa que le pegues tú con ese palo de golf que tienes, mejor saco yo que sé darle a la pelota". La jugada, que terminó con una parada portentosa de Dani Cárdenas, fue invalidada por fuera de juego. Sin embargo, el partido, en ese momento, cambió y el gol de Huesca no tardó en llegar. Una victoria más del fútbol de mierda de David Timor con la permisividad de quien tu ya sabes.

El descanso del partido no solo bastó para conocer que una parte de la afición en El Alcoraz, cuando quieren playa, prefieren ir a Vinaroz o a Oropesa antes que cruzar a Cataluña. Merendando un señor bocadillo de jamón ibérico comprado en la mayor cooperativa valenciana, colegí que sería fácil que el Levante anotase dos tantos de replicar el nivel de juego que había presentado. Todo eso, justo antes que me comentaran, con acento en todas las silabas, que: «A 130... por la autovía de Teruel y en línea recta, en seguida estás en Castellón». El nivel en la segunda parte se mantuvo, pero los goles lamentablemente no llegaron. No sé cuántos partidos restan, pero toda victoria que no consigan les barres blaugranes de aquí a junio, será una oportunidad perdida. Como lo fue el empate a nada en Ponferrada y como también lo fue, en menor medida, la derrota ayer. En noventa días nuestro destino quedará sellado para, por lo pronto, un año más. Y en ese breve lapso de tiempo, nos veremos las caras contra el Éibar, Las Palmas y el Alavés, tres de los cinco equipos, junto a Granada y nosotros, de entre los que parece que saldrá el trio del ascenso. El tiro al larguero de Pablo Martínez en El Molinón, nos puede dejar en Segunda; el tiro al larguero ayer de Bouldini, nos puede dejar en Segunda; jugar bien y no marcar gol, también.

Escrito volviendo de Huesca, no vaya a ser que Fernando lie el taco esta tarde y se me acumule la faena.



martes, 7 de febrero de 2023

Creo que De Frutos es el mejor jugador de la historia del fútbol

No sé si vamos a ascender. De verdad, no lo sé. Si lo supiera, si realmente pensara que fuéramos a ascender, lo diría. Igualmente, si supiera que nos íbamos a quedar en segunda, también lo diría. Pero como no lo sé; no lo sé. El sábado al acabar el partido la mayoritaria representación valenciana desplazada a Carthago Nova cantaba a grito pelao que sí, que lo tenían claro y decir joder hacía que quedase todavía más claro, que vamos a ascender. Pepelu, acompañado de Rúben Vezo y, el goleador, Róber Ibáñez saltaban abrazados y mirando a la grada. Ellos también parecían estar convencidos, incluso, juraría que también cantaron que iban a ascender. El partido terminó con el Levante empotrado en el área temiendo perder en el último tramo del tiempo añadido una ventaja de dos goles. Y allí mismo, al otro lado de la línea de fondo, solo unos segundos después, se gestó la celebración en la que Pepelu, Rúben y Róber no estaban solos sino más bien acompañados por todo el equipo. El fotógrafo que seguía a la expedición granota reunió a la plantilla delante de la misma portería que minutos atrás habíamos defendido con la respiración contenida. Viéndolo todo desde exactamente la otra punta del estadio, yo estaba contento, claro que sí, no somos gilipollas; pero también puedo asegurar que no estaba tan convencido del ascenso a final de temporada como lo parecía la masa principal de la grada y el conjunto de los jugadores, que es lo que importa.

Tras un largo recorrido desde principios de Agosto hasta aquí, el Levante por fin se ha alojado en la zona que da la promoción directa a la máxima competición del fútbol nacional. Y lo ha hecho un mes y medio antes que la penúltima vez que subimos, última temporada en la que solo ascendían los tres primeros clasificados directamente, cuando Juanlu anunció el «cagazo» que se iban a llevar nuestro más inmediatos rivales en la clasificación al día siguiente al vernos ahí arriba. Incomprensiblemente, tal vez, en aquella ocasión estaba mucho más convencido de nuestro ascenso de lo que lo estoy ahora. El caso es que, ahora mismo, al Levante solo lo supera Las Palmas y eso, en la categoría de plata, equivale a la gloria más absoluta. Y, por mucho que sea momentáneo, que quede camino por andar y que sea fácil decir que aún no hemos hecho nada, el Levante, grada y equipo, lo celebraron como la oportunidad lo merece.

Y el escenario era inmejorable. Hasta el domingo, para lo que la memoria me permite recordar, el Levante solo había jugado una vez en aquel estadio pero siendo esa vez del todo insuperable. Conduciendo de camino al Cartagena, resulta imposible no pensar en aquel partido, a todo o nada para ascender a Primera División, que el Levante decantó a su favor con un marcador completamente desproporcionado de tres a cinco. Por cierto, unas semanas después de que Juanlu anunciase que a equipos, como al Cartagena, les iba a entrar el «cagazo» cuando nos vieran ahí arriba. No tienen, sin embargo, tan buen recuerdo de aquella tarde quienes nos hospedaron el domingo. Un agradable caballero se lamentaba de la oportunidad perdida mientras Cárdenas y Femenías peloteaban antes del partido y la facción más aguda de la grada local puso en relieve la actuación arbitral de hace diez años cuando se juzgaron erroneamente una serie de faltas a nuestro favor durante el transcurso del encuentro de hoy. Tal fue la magnitud de aquel partido que en Orriols, para referirse a él, solo hace falta decir «el tres a cinco», con esas pocas palabras uno ya sabe a lo que se refiere. De igual manera, en el fragor del momento, al buen granota le apetece establecer el paralelismo entre aquella victoria gloriosa y el hito dentro de esta temporada que supone pasar una semana, por fin, en Primera División.

Sigo pensando que la contundente victoria en Mendizorroza, con una pizca de suerte, supuso un punto de inflexión en la forma en la que el Levante ha venido jugando. Desde entonces, contamos con un bon cabàs de ocasiones de gol a nuestro favor. Los partidos de un tiro a puerta y rezar por que entre parecen cosa del pasado. Tras esa victoria por dos goles en Álava, el Levante parece haber encontrado el ritmo correcto en la circulación del balón que permite a De Frutos pisar el área con mayor regularidad. Ya no se ven esas posesiones de balonmano que acababan con un mal centro de Son a la desesperada y sí a las defensas rivales meciéndose hasta que conceden una ocasión. Por otra parte, la del domingo fue la segunda visita consecutiva consintiendo al rival más de la cuenta. Calleja plantó cuatro tallos delante de Dani Cárdenas que, sin embargo, no encajaron tres goles tras balones aéreos al área porque de todos es sabido que la Geperudeta está del lado de los Desamparados. Jairo, un pobre chaval que en Primera División con el Cádiz sufría como un animal jugando de lateral, resulta ser «Messi», como proclamaban en la grada, encarando desde el extremo de ataque. Los entrenadores y esas manías tan suyas de poner a sus jugadores fuera de posición. Jairo perdió la categoría después de que su periodo de cesión en Cádiz no prosperase, ponerlo de lateral hace dos días fue el mayor favor que le pudieron hacer al Levante: nos regaló el segundo gol. Joni Montiel, atornillado a la cal y desaparecido en el partido, se cruzó la banda, combinó con De Frutos en el borde del área y nos regaló el primero.

No es descartable que el cuarto disparo al larguero en cuatro partidos consecutivos de Pablo Martínez sea lo que más llame la atención de todo. El del domingo era un golazo que, de nuevo, se le negó. El cabrón, que parecía incapaz estas últimas temporadas, provocó un penalti en Mestalla en el último minuto con uno a cero y podría haber metido, fácilmente, cinco golazos este año sin despeinarse ese tupé vacilón que lleva. No obstante, esa frustrante racha de balones enviados a la madera no eclipsa el partidazo que jugó De Frutos. Hubo un tiempo que dije de él que «empieza a ser una losa demasiado pesada en el ataque del Llevant» (No somos tan malos). No me escondo, era lo que pensaba. Pero siete días después, abrió en canal a la defensa del Alavés con un slalom que me hizo cambiar, por completo, la opinión que tenía de este buen hombre. Hace un mes, en el día de Reyes, me pareció que hizo el mejor partido de la temporada, pero es que el domingo se superó. Y, si no fuera por la tormenta faraónica que el Elche tuvo que soportar en Febrero del año pasado, no habría visto un mejor partido del chaval con la camiseta del decano del fútbol valenciano. Ya no queda ni rastro de aquel extremo alejado del equipo, intranscendente, suplente que nos dejó Nafti. Calleja ha hecho brillar la mejor versión de De Frutos que solo Nafti consiguió apagar. El domingo todos los balones iban a él y el chaval le echaba un par de huevos y, además, ganaba. Como asumiendo la responsabilidad de que el equipo recuperaba balones solo para dárselos a él, se empleó a fondo y no hizo ningún mal gesto. Se enfrentó a situaciones imposibles con atrevimiento y descaro, a pesar de que sabía que iba a perder la posesión. Y solo cometió un error, en la última jugada de la primera parte, que casi nos costó un gol tras el saque de la falta que provocó equivocadamente. El chaval es rápido, fuerte, habilidoso, generoso... El Levante le negó dos salidas, una a la liga francesa y otra a Primera División tras el descenso, que seguramente hayan limitado su carrera deportiva y, a esa situación, su respuesta ha sido cargarse el equipo a la espalda para conseguir el ascenso. No se tira al suelo, no protesta, no pierde tiempo, no lleva tatús, ni degradado, no tiene la típica película de poligonero con la que viene cualquier futbolista profesional. No es tan intensito como el suplente del submarino amarillo y no lleva el brazalete. Su mujer no está operada, no es supermodelo, desentonaría en la Isla de las Tentaciones, es una chica normal. Él es un chaval normal que seguramente cuando vuelva después de entrenar arregle la casa, haga la cena y acueste a su hijo. Ay, Casade... En una época dificil para tener ídolos en el mundo del fútbol, De Frutos es quien me hace mantener la esperanza.



domingo, 22 de enero de 2023

Pum, empatito



En esta casa somos de todo menos resultadistas. Seremos incrédulos, tal vez cándidos o directamente, tontos; pero resultadistas, nunca. De hecho, tan inquebrantable es la sentencia que solamente seriamos resultadistas antes que chotos, se consideraría conveniente ser francés antes que resultadista y con respecto a ser catalán, se prefiere no responder. Este mediodía el Levante Unión Deportiva ha arañado un punto con un tanto en el último minuto del partido; esta sería la lectura resultadista a la que se le podría añadir que claro, lo que no puede ser, es jugar un día bien (bien porque se ganó tres a uno) y al día siguiente mal (mal porque se empató hacia el final del partido). Esta es la explicación que podría encontrar cualquier persona que conociera las reglas por las que se rigen los números y mirase al marcador una vez al menos cada cinco-diez minutos. Se le podría añadir, por otra parte, que el gol agónico anotado por Róber Ibáñez ha convertido en justo el resultado según lo jugado por ambos equipos y, ya que estamos, también se podría decir que el problema no es que no hayamos podido ganar a pesar de haber contado con los medios para hacerlo o que el gol del empate llegase más tarde de la cuenta, el problema más grande de todos es que el Levante haya jugado un partido en el que el resultado más justo sea el empate.

El simple hecho de no ser resultadista obliga a empequeñecer la importancia del resultado final, pero no evita tenerlo en consideración. La temporada anterior el Levante descendió por no sumar más puntos que el envidiado decimoséptimo clasificado, a pesar de merecerlo. Hoy, el Levante se codea con la élite de la división de plata del fútbol español gracias a los resultados cosechados por mucho que no merezcamos algunos puntos de los que ostentamos. Y en mayo, el Levante se quedará en segunda o subirá en primera solamente por los resultados obtenidos: por las victorias, por las victorias que acaban siendo empatitos y por los empatitos que terminan esquivando derrotas. Sin embargo, lo que a mi manera de entender parece evidente es que cuantos más puntos se merezcan, más puntos se obtendrán y exactamente al revés.

Hablando del descenso que no pudimos remediar con Alessio en el banquillo y con Morales y Roger haciendo goles, uno de los principales motivos fue la dolorosa espiral de resultados negativos que nos hacía perder partidos que, incluso, mereciamos ganar. El Levante de entonces se sentía hechizado por varios tuertos y todos ellos llevaban la camiseta del equipo que tú ya sabes y no hace falta que mencione. Había un embrujo etéreo, sobrehumano, transcendental, multidimensional que nos hacía recibir el gol de la derrota siempre. No se precisa, por tanto, una explicación muy pormenorizada de lo que le está ocurriendo al Levante actualmente; pero la voy a hacer.

Como contrapunto, el Levante se siente ahora intocable. Intocable en su imbatibilidad, en su férrea negación a perder partidos. Ese Levante que sabe que no va a caer derrotado porque De Frutos entra al área y pum, penalti; y ya van siete, tres en los últimos tres partidos y cinco en las últimas ocho visitas, todos anotados. Este es el Levante que cuando le pitan un penalti en contra como una casa, pum, lo para Cárdenas. Ese Levante que cuando finalmente le meten gol, porque entre Vezo y Postigo hoy no han hecho uno, pum, ocasión de Saracchi inmediamente después. Ese Levante que siente que va a perder por primera vez desde principios de octubre pero pum, Pepelu cerrando la defensa a la desesperada cruza un pase a la banda. Ese Levante que teme mancillar la racha de partidos invictos desde que Calleja llegó al banquilo, pero pum De Frutos y ese recio propósito suyo para echarse el equipo a la espalda conduce la pelota hasta el propio borde del área. Ese Levante que deja entender que va a desaprovechar ponerse por delante fuera de casa pero, pum Bouldini redondea una jugada repleta de fútbol con un sutil toque al área. Ese Levante que te hace anticipar que va a despediciar su quinto tiro de volea en la segunda parte, pero pum Nyom despeja como un niño y Róber Ibáñez empuja la pelota al fondo de la red. Ese Levante que cuando parece que va a perder, pum empatito.

Dicho esto: apuntad la primera derrota con Calleja el próximo partido contra el Burgos.