Páginas

martes, 4 de enero de 2022

Locos por ver ganar al azul y grana

Para emprender el trayecto que comprende desde mi muy estimada casa hasta el Estadio de El Madrigal solo se necesitan tres cosas: tiempo, dinero y unas ganas locas de ver ganar al Levante. Para lo primero, aunque no muchos tienen la suerte de contar con vacaciones navideñas, yo sí he sido uno de los afortunados; el precio de las entradas era un paso más que asequible y a ochenta por la autopista se consume dos terceras partes que a ciento veinte; y, para lo último, a pesar de que no sea ni mucho menos imprescindible, que el Levante lleve 26 partidos sin saber lo que es ganar ayuda. Hasta lo más malo cuenta con algún filtro optimista escondido. Con el ánimo de echar la tarde, con las ganas de ver fútbol en directo y con la ilusión desbordante de ver ganar al Levante empezó mi viaje con el Fiat Punto a una velocidad moderada pero con Coldplay a toda hostia.

Este es un mensaje para todos aquellos que vayan a ver jugar al Levante a Villarreal y también para el dueño de este sucedáneo de portal web: Toda antelación es poca. Antes de tomar la Nacional 340 uno ya se entera que la tarde va a ser larga, no se hace más fluido el tráfico a la altura de las oficinas centrales de Porcelanosa, y cuando pasado el Carrefour se avista un hueco libre el buen granota valora si será demasiado pronto para lanzarse de cabeza al primer sitio que ve en todo el pueblo. No lo era. Al cuarto de hora y con el orgullo guardado en la guantera, el pequeño Fiat Punto y su arrepentido conductor vuelven sobre sus pasos en busca, todavía, de un hueco en donde dejar el vehículo sin ser multado, a poder ser. 25 minutos andando hasta el rebautizado Estadio de la Cerámica y faltaba media hora para que esto empezara. Las matemáticas no fallan y Google Maps tampoco.

Por mucho que se hubiera querido ver a la veintena de jovenes multimillonarios habilidosos pelotear con música discotequera de fondo, nada puede detener las ganas locas de ver ganar al azul y grana. En esta casa, nunca hemos ido a ver jugar al Levante dependiendo de lo probable que fuera su victoria (de lo contrario ayer no me habría movido de casa), de la enjundia del rival (no hubiera ido a ver el último partido en el Ciutat) o del número de victorias que haya conseguido el equipo (por lo que estaría sin ver fútbol desde mayo). Cuando el buen granota se encamina a un estadio de fútbol susurrando el himno de Pastoret lo único que quiere es ver jugar a su equipo, por mucho que no meta un gol, por mucho que no despeje una, por mucho que no gane un partido o por mucho que sus jugadores no hagan merecer la camiseta que llevan. Y lo que impulsa al buen granota es las ganas locas de ver ganar a les barres blaugranes.

Por supuesto, que nadie merece ver jugar a su equipo durante veintiseis partidos seguidos y que, sin embargo, no haya ganado ni uno solo; y, por supuesto, que nadie merece que al número veintisiete nos toque pasar por la penuria de anoche. Ni si quiera el choto más choto de todos los chotos lo merece. Anoche los noventa minutos del Levante rozaron la vergüenza, ni un solo jugador hizo honores a los ciento doce años del club. Pero cuando uno se vuelve seguidor de un equipo, por decisión propia, no es que se exponga a que desastres como el de ayer ocurran o rachas como la actual tengan a bien abofetearnos, es que directamente todo lo que estamos viviendo los granotas forma parte de animar a un equipo. Y el buen granota lo sabe.

El tiempo para salvar la categoría ya es tiempo pasado. El año que viene no tendremos el mejor estadio de Segunda División porque anoche Gerard Moreno y sus amigos tuvieron la deferencia de clavarnos cinco goles como cinco soles, porque perdamos contra el Mallorca o ni si quiera porque el tiro de De Frutos contra el Osasuna diera al palo y se saliera en lugar de que diera al palo y se metiera. El año que viene jugaremos en Segunda División porque no supimos conservar la ventaja contra el Alavés, porque solo metimos una en Elche, porque estuvimos a por uvas contra el Celta o porque el tiro de Jorge de Frutos, con todo a favor, acabó en manos chotas y no en redes granotas. En Orriols, solo seguimos aquí por dos cosas: por ver si ocurre el milagro y por rezar para ganar en Mestalla.

Volviendo a casa y a una velocidad prudencial que me permita controlar el gasto de combustible, uno se pone a pensar que el fútbol y el Levante o el Levante y el fútbol es mucho más grande que todo lo demás. Es más grande que un cinco a cero en contra, más grande que ocho meses sin ganar, es más grande que una derrota contra esa gente de la Avenida Aragón. El Levante y el fútbol es viajar con la ilusión de ganar un partido por mucho que las condiciones no acompañen lo más mínimo, es salir de casa pronto para poder verlos calentar, es volver a casa con cinco moratones en el estómago pero todavía pensar que ha sido una buena experiencia el desplazamiento para verlos jugar. Y esto es lo que nos queda a los granotas. Es verdaderamente hiriente tener que recurrir a la filosofía y reparar en cuestiones que poca relación guardan con lo que ocurre en el césped, pero también es el momento para hacerlo. Otra opción sería echar pestes sobre este o aquel, el de aquí abajo y el de allí arriba y culpar a Campaña, a Villarroel o a Fenollosa, pero ni me nace, ni me apetece, ni es mi estilo. En Orriols no tenemos otra cosa donde agarrar. En dos años, con suerte, visitaremos El Madrigal y ojalá, para entonces, Tito sea el que fiche a los jugadores y El Pelao de Silla se haga cargo del Destino de todos nosotros, los granotas. Como aficionado promedio poco puedo hacer para intervenir en el devenir del club, no soy más que un pasajero; sin embargo, dentro de dos años, con suerte, volveré a Villarreal con el maletero lo más vacío posible para que me puedan entrar los cinco goles cuando tome el camino de vuelta a casa.