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domingo, 24 de enero de 2021

La tierra prometida

No hace tanto tiempo, en una fresca noche primaveral, el mejor fútbolista que el Ciutat ha tenido el  honor de ver jugar bajo su amparo, Víctor Casadesús, enganchó el balón en el borde del área pequeña. Faltaban dos minutos para que el partido pegara la espantada cual mandatario chino justo cuando el maltrecho corazón granota superó su enésima miaja de apechusque (en esa temporada). Aquel punto arrancado de las garras del periquito bien podía significar la diferencia entre vivir o morir. (Aparte: Los antiguos del lugar dicen que solo dos jugadores han regateado andando: Zidane y Casadesús. Yo solo he visto a Casade). Tampoco queda muy lejos el tiro al palo de Mata la noche del inexistente Pacto del Turia; aquel punto en Mestalla sí marcó la diferencia entre vivir o morir (también fue el primer desencadenante de un juicio, pero ese es otro tema). Y no hace falta conjugar tiempos anteriores al iPhone 10: todos los jugadores del cara o cruz de Girona siguen en el club, salvo Pedro López que completó su último servicio a la causa granota con la asistencia del empate.

Desde que nos dimos cuenta que el año en que tuvimos que aguantar a Caparrós no fue tan malo, en Orriols hemos hecho por realizar el antiguo sueño de cuando Villarroel presidía y Harte tiraba las faltas: tener una puta temporada tranquila en Primera División. Porque no nos engañemos, las dos temporadas de JIM y el bonus track de la insufrible presencia de Caparrós ft. Halcón Milenario (a.k.a. Keylor Navas) fueron un atolón perdido en mitad de un mar de dramas, sufrimientos, sudores fríos y un miedo miedosamente miedoso; ese triplete de años fueron como cuando Rochina hace un cambio de orientación de siete pares de cojones después de intentar hacerle un caño a todo el equipo rival, portero incluido. Y todo esto cuando solamente se han mencionado los buenos momentos porque, ninguna duda cabe, que cuando el Betis nos ganó cero dos estando Muñiz en el banquillo o cuando la mafia granadina nos endosó un precioso cinco uno, cualquiera de nosotros habría vendido el pase de este año y del siguiente por convertirnos en el putísimo Celta y vivir durante el resto de nuestros días en la undécima plaza.

El Levante posterior al zurdazo raso de Enis es aquel con el que Villarroel fantaseaba a base de panojita y veteranos y aquel que la grada pedía cuando entraba cada lunes en el Marca y veía a su equipo, probablemente, en descenso. Tras una victoria en los últimos cuatro partidos, el Llevant va décimo y como mucho terminará la jornada decimocuarto mediante la concatenación improbable de victorias del Getafe, Athletic, Celta y los chotos; más que suficiente. Por no mencionar que sumamos un partido menos que el resto; cierto es que ese partido es contra el líder, que no hay quien pare a Luis Suárez, que tal, que cual... pero oye ni el Atlético de Madrid en casa, ni los equipos de la parte alta se nos dan tan mal. Si contra Madrid, Sevilla, Barcelona y Villarreal a punto estuvimos de montar el pollo, no veo por qué no le podemos volver a hacer la trece-catorce a Simeone. El sábado viajamos al infierno de Valdebebas y que tire la primera piedra el valiente que crea que hemos tenido más opciones de volver de Madrid con los tres puntos antes que ahora. Y el martes jugamos una eliminatoria de Copa en Valladolid; desde hoy y hasta entonces, velita tots els dies a la Geperudeta para que no suceda una desgracia de lo que debamos acordarnos por los restos.

Por mucho que no le guste al inaguantable compendio de cuentistas resultadistas de Twitter Levante, los hombres de Paco saben perfectamente a lo que juegan. Y por primera vez en la historia del fútbol esta frase no ha sido usada como eufemismo para enmascarar las más guarras de todas las guarrerías inimaginables. El equipo que el Pelao de Silla ha esculpido en los campos de Buñol conoce mejor que nadie que es probable que, de haberlo, pierda el duelo aéreo; y por eso el Llevant no suelta un solo pelotazo de más. El centro del campo sabe que uno juega y el otro se icorpora al ataque. Clerc y Miramón viven de extremos. Roger y su acompañante (léase León o Dani) saben que no pueden estar un solo segundo sin moverse; los tiempos del delantero referencia en Orriols, son tiempos pretéritos. Y cuando el equipo ataca en conjunto siempre hace por buscar la misma jugada, que es solo una, cierto, pero qué le vamos a hacer si sale siempre: en los últimos cuatro partidos el Levante solo ha sabido meter goles desdoblando por banda; pero repito: qué se le va a hacer si el Levante ha metido siete goles en cuatro partidos. Otra cosa distinta es ver al Levante defender, ahí, todavía, no estamos nada-nada finos, por no decir que somos una lágrima. Pero oye, chico, a tó no sé pué, todavía.

Los mayores deseos de nuestro rival del viernes fueron dos: hacer falta y ser objeto de falta. El Valladolid, como el Levante, sabe perfectamente a lo que juega y conoce que no les conviene que la pelota ruede durante mucho tiempo seguido. Los castellanos demostraron ser un equipo diestro y coral a la hora de presionar y robar la pelota, pero que se volvía torpón y vulgar cuando por fin lograba su objetivo. Sería de tontos decirle a esos chavales que intentaran meter gol tocando y combinando. Pero, sin descentrarnos, lo mejor del partido no fue ver al Llevant tratando incansablemente de superar la presión indómita del Valladolid; tampoco fue lo mejor del partido ver cómo por fin de Frutos, con la colaboración de Dani García, aprovecharon el despiste de Bruno para salirse con la suya. Lo mejor del partido tampoco fue ver como Radoja suma tres partidos casi seguidos participando en el camino que lleva al gol. Ni si quiera lo mejor del partido fue ver como Bardhi redebutaba (y casi dió el tercer gol granota permitiendo el desdoble en banda de Clerc). Aunque pudiera serlo, lo mejor del partido no fue el par de cojones que le echó el equipo para empatar un partido que estaba más que perdido. Lo mejor de todo fue que de no haber engachado Roger el balón en el borde del área pequeña todavía seguiríamos vivos. La tierra prometida es, incluso, mejor de lo que nos prometieron.