Páginas

martes, 6 de diciembre de 2022

Nos hemos reunido hoy aquí

Hermanos, hermanas, nos hemos reunido hoy aquí para ver ganar a Francia un mundial otra vez. Y, además, para ver a España caer otra vez. A mi coleguita Quilian solo le he visto jugar un par de veces; eso sí, partidos enteros: nada de un video en TikTok de sus mejores regates. Y en ese breve lapso de tiempo, elegido casi al azar, ha hecho cosas que ni a Messi ni a CR7, que los tengo bien estudiados, les he visto hacer. Embapé saca a pasear a Leo y a Cris todos los días una vez al día y les da de comer pienso y les tira la pelotita para que corran un poco; espero que se haya entendido que se les está comparando con los perros de Quilian. Tanto en la eliminatoria de Champions contra el Madrid como el domingo contra Polonia, el chaval parecía un niño de sexto de primaria jugando contra los de primero de infantil. Si las matemáticas no me abandonan, el xiquet cumplirá veinte y cuatro años este mes; como diga de retirarse más allá de los treinta y dos, setenta años de la saga de increíbles futbolistas brasileños penden de un hilo.

Si el señor Embapé, el padre de la criatura, no hubiera decidido emigrar a Francia y hubiera preferido, qué se yo, L'Alcùdia de Crespins, Quilian jugaría en nuestra selección. Aunque claro, para ello, tiene que ser mejor que Iago Aspas. Suponiendo que sí, suponiendo que el 10 de España lo lleva Donatello y no lo lleva Asensio, a mí jodería tener que celebrar los aciertos y las victorias de semejante pedazo de capullo; pero lo haría después de haber eliminado a Marruecos hoy, después de haber eliminado luego a Portugal, en semifinales a Francia y en la final a Brasil o a Argentina, cualquiera de los dos me sirve. Si Embappé fuera español, tal vez pensariamos que Haaland es mucho mejor o que Leo y Cris son irrepetibles. Me atrevería a decir que: si Quilian jugase en el Levante... no, creo que es demasiado, seguriamos sin ganar un partido en Mestalla. Sin embargo, el señor Embapé eligió el lado de los Pirineos equivocado y ahora no va a haber gallo suficiente para que le rodeen tantas estrellas.

España ha caído eliminada en octavos y de la misma forma que hace cuatro años. Y con el terrible agravante de no haber necesitado al mismísimo Quilian para clasificarnos a la siguiente eliminatoria. Con un pase filtrado como los que suelen dar Pedri, Gavi, Busquets, Olmo, Soler, Asensio, Rodrigo, Alba o, incluso, Morata o Ferran hubiera bastado hoy y hubiera bastado cuatro años atrás con diferentes protagonistas pero idéntico miedo. España hoy tenia miedo y en 2018 también tenia miedo. Miedo, se ve, a desaprovechar la jugada, miedo a pedir la pelota, miedo a perder el balón y recibir gol por tu culpa. Sin embargo, no sintieron el miedo de volverse a casa por, precisamente, no jugar al primer toque, no meter el balón en el área o no tirar un penalti fuerte.

De hecho, ni si quiera tenemos una ocasión clara de gol que lamentar: el disparo de Sarabia con el tiempo de la prórroga cumplido debió haber sido anulado por fuera de juego. Ni si quiera tenemos un error que lamentar: ni un mal despeje, ni un resbalón, ni un balón que pasa bajo el brazo de Arconada. En España lo único que nos queda es ver cómo Quilian Embapé le da la tercera Copa del Mundo a Francia.



martes, 29 de noviembre de 2022

Libre albedrío

Desconozco el número de poemas amorosos que a lo largo de los siglos se han dedicado al libre albedrío y a su indetectable manera de anudar los acontecimientos pero, sea cual sea ese número incalculable, no me parece suficiente. Sé, al menos, que el libre albedrío ha traído al mundo a tantos hijos que para él resultaría directamente imposible recordar sus nombres. No es que recientemente haya conocido al más apuesto de sus hijos, no obstante, la historia echa andar, por ejemplo, mientras mantienes una llamada telefónica con tu prima. Y empieza quejándose porque no encuentra un lugar en donde vivir durante su próxima estancia lejos de casa. Yo no puedo asegurarle el alojamiento, pero sí puedo asegurarle una visita. Entro en la web de la compañía aerea más popular de todas a pesar de ser la que peor trata a su clientela. Busco un vuelo; después de mi cumpleaños, tal vez, antes de navidad, seguro. Al primer billete que consulto se le ha estimado un precio de veinte euros, la vuelta vale treinta. Ni comparo, tampoco espero a después de comer. Confío en el libre albedrío y sus imprevisibles designios.

Meses después, cruzo el umbral de un garito que perfectamente podría haber pisado Wolfang Amadeus, con mesas de madera, luces naranjas y cuadros señoriales y una televisión de plasma que posiblemente no haya visto nunca una tan grande. Sorprende que, mirando fechas, la visita a mi prima y el mundial coincidan en el tiempo. Pero más improbable era que la única participación de la selección española durante ese periodo fuese un partido contra Alemania. En el garito, todo quisqui habla alemán; el idioma que, se supone, mi prima a ido aprender. El jefe de todos los camareros tiene un aspecto que solo puede relacionarse con una única nacionalidad, mira al mundo entero por encima de sus gafas con el borde dorado y piensa que todos los que estamos allí lo estamos haciendo mal, aunque no logro descifrar qué es lo que todos estamos haciendo mal. El muy gilipollas, por otra parte, es el único que puede tocar el mando de la tele gigante y se ha comido los himnos porque se le ha olvidado activar el sonido. Imbécil. La cámara pasa por delante de todos los futbolistas en completo silencio.

Yo tenía en mente el empate a un gol. Y lo sabía, sabía que íbamos a quedar así desde el momento en que mi prima pidió un pronóstico mientras nos pertrechábamos para resistir el frío colonial en la habitación de la residencia. Lo sabía mientras esperábamos el tren. Lo sabía mientras íbamos en tren. Lo sabía al llegar al bar. Y lo sabía cuando el balón echó a rodar. Lo seguía sabiendo cuando solo una excelente parada de Neuer evitó el gol de Dani Olmo gracias a un disparo desde fuera del área: España había logrado trasladar la pelota por todas las zonas del campo hasta que se propició la oportunidad para que Dani soltara un derechazo. Ese mismo instinto que te hace pensar en el empate a uno, también te hace avisar del peligro a tu acompañante cuando cometimos la primera falta cerca del área de todo el partido. El gol de Rüdiger, sin embargo, fue anulado para mayor gloria de las Españas.

En el descanso hay quien ve caras de desasosiego o, quizás, quiera imaginárselas. Uno a uno, digo alzando ambos índices. Tranquilos, quedamos uno a uno, repito. A la hora de partido, Jordi Alba traslada al área un pase exacto que describe en su trayectoria la palabra gol y Álvaro Morata, que sabe leer perfectamente situaciones como aquellas, no tiene otra cosa mejor que culminar la jugada con un suave toque con el pie que despierta el elogio de hasta el ojo menos adiestrado. Calma, calma, digo una vez superada la euforia, uno a uno, chavales, uno a uno. El lumbreras que dejó la tele en silencio durante los himnos, necesitaba ahora escupir bilis por esa boca de alemán reprimido que lleva sin ver la luz del sol desde que era niño. "A la siguiente, os vais", nos amenaza. De repente, tengo ganas de ganar y suerte tuvo mi coleguita de que el disparo franco de Asensio con su pierna hábil se marchara fuera de la portería, de lo contrario, mi coleguita, no solo tendría que haber aguantado una derrota frente a un equipo de imberbes descarados que representan a un país de moros vagos pandereteros sino que, como buenos moros vagos pandereteros nos habríamos marchado del local y sin pagar. Aún así, el muy subnormal, tuvo un bocadito que llevarse a la boca con el gol del inevitable empate que, sin embargo, fue del todo insuficiente para calmar su interminable soberbia.

La selección española está formada, principalmente, por un grupo de habilidosos chiquitos, irreverentes y que no tienen el gusto de conocer el miedo. Atrevidos, valientes, quieren dejarse barba pero no todos pueden. Sus ataques, capaces de desconectar defensas con un solo movimiento, no tienen mayor gobierno que el de sus ideas alocadas, una sorpresa antecede a la siguiente y así hasta que Morata mete gol. Juegan al fútbol en nombre de su país pero no trabajan como futbolistas para su país. En España las cosas no se hacen como se han hecho toa la vida sino que se están inventando las nuevas formas de hacer las cosas. Todo liderado por tres señores mayores de treinta años dentro del campo con mucha mano izquierda y un entrenador que, a pesar de ser un borde, tiene a todo el grupo convencido. No tengo ni una sola prueba objetiva para probarlo pero Luis Enrique parece el típico profesor de instituto conflictivo que, sin embargo, a unido a todos sus alumnos entorno a sus clases y los chavales están como locos por aprender. Y los chicos le oyen y le creen. Luis tiene un secreto, un secreto que les ha contado a sus jugadores y que solo saben ellos: confiar en el libre albedrío para ganar la copa del mundo.




domingo, 13 de noviembre de 2022

Repasito

Repasito, sí; cabe no confundir con despacito que es como conduce Hamilton los coches de Fórmula 1. Me atrevería a decir, incluso, que Hamilton es el típico flipao que va exageradamente rápido por la autopista, pero luego no sabe meter el coche en el garaje de casa de sus padres. Rapidito en la autopista, despacito en el circuito y torpón, torpón aparcando y torpón en cualquier otra cosa. Sin enredar el hilo que conduce este relato, el nieto de toda Gran Bretaña ha ganado su primera carrera de Fórmula 1. El chaval, no es, precisamente, lo més bonico del món pero para ser de las únicas islas con mal tiempo tiene un pase. Más de una abuela habrá en Peterborough que encuentre en George un parecido a su nieto y le despierte, de alguna manera, ternura esos ojos saltones. Mon cosí George es un tio que no anda justo de soberbia, dejando al margen su indudable aspecto físico, no es necesaria la banderita estrellada azul, roja y blanca cada vez que sale en la tele y, entre buena persona y Lewis Hamilton, está más cerca de lo segundo. Curiosamente, Luis también está más cerca del segundo. Dios los cría y ellos se juntan, los dos principales asalariados del equipo de Toto Wolff son de lo mejorcito del paddock. Pero a Rásel, en esta casa, todavía se le respeta; principalmente, por repasitos como el que hoy le ha calentado al siete veces campeón del mundo.

Hace menos de un mes, Fernando Alonso seguramente protagonizó una de las mejores carreras de las más de 350 que ha disputado. En México estaba dando un recital hasta que la mecánica francesa pasó de hacer sus típicos movimientos mecánicos a otros, cada vez más típicos, pero explosivos. Te venden un Renault cuando acaban las carreras: "Hablemos del motor", dicen. En Interlagos, Fernando también ha dado un repasito. Un repasito a Ocon, que ahora mismo parece Hamilton en 2008, y a su señor jefe, que prefirió a Ocon antes que a Alonso, a Piastri antes que a Alonso y a Gasly antes que Alonso. Con 41 años y una caja de cerillas con volante, Alonso está pilotando a un nivel que chavales en su justo punto de madurez no podrían alcanzar ni por una sola carrera. Si El Nano hubiera pilotado en el lugar de cierto heptacampeón, para empezar, Mercedes no hubiera tenido que esperar a la vigésimo primera y penúltima oportunidad de la temporada para que su piloto novato evitase un año en blanco con una máquina digna para ganar carreras.

Por un momento me planteo que la españolidad se me va a desbordar por los poros antes de que me dé cuenta, después pienso que tal vez ya haya impregnado a estas palabras de ese tan apetitoso sabor ibérico. Finalmente, pienso que, junto con mi coleguita mister consistencia, los dos representantes de la piel de toro en el paddock de la Fórmula 1 han puesto el mundillo patas arriba. Carlos Sainz, ayer sábado, le metió un hachazo a Magnussen, otro a Verstappen y otro al heptacampeón de los que te hacen pensar que en realidad estás viendo jugar a tu hermano con la play. Y hoy, a pesar de que el plástico que protege la visera del casco le ha descosido la estrategia, antes del Safety Car estaba peleando directamente por ser segundo y ha acabado la carrera holgadamente en posición de podio. Carlos ha vuelto al nivel de pilotaje que lo hizo fichar por Ferrari y ya lleva unos cuantos meses así.

Además, Magnussen es un rallao, Ricciardo es un motivao y Verstappen parece tonto, el mismo tonto de hace cuatro años. Son las diez: me piro a dormir.



domingo, 9 de octubre de 2022

Todo va bien, todo va bien (versión extendida)

Siéntate, tronco erguido. Cierra los ojos y relaja los hombros. Toma aire... mantén la respiración... y poco a poco deja que fluya. Inspira ** aire entrando calmadamente por la nariz **, expira ** aire saliendo calmadamente por la boca **.

La Fórmula 1 ha vuelto a... el Gran Premio de Japón ha vuelto a nuestras vidas y eso es motivo de alegría para el promedio de los seguidores de los coches caros, híbridos y con pegatinas. La secuencia absolutamente ininterrumpida de pequeñas putaditas provocadas por la enfermedad más famosa de lo que llevo viviendo parece ir tocando su fin a pesar de que en las gradas de Suzuka to quisqui cumple portando la máscarilla religiosamente. Uno se prepara para ver este Gran Premio desbordado por una ilusión bien distinta a la que suscita, de suscitarlo, la visita al Circuito Internacional de Baréin en Sakhir, el estreno del pseudo-Gran Premio de Miami o, sin ir más lejos, las gradas desiertas de Shanghái. Y encima, el madrugar para ver la carrera es algo que al promedio le mola.

Suzuka mola y la Fórmula 1 también. Ya en clasificación, cuando por fin conectan con una cámara abordo del coche, uno relativiza la importancia del momento de cruzar la línea de meta y se toma la molestia de apreciar cómo Carlos Sainz conduce a toda hostia a través de las puñeteras curvas de Suzuka que, por una vez, no están pensadas para provocar el adelantamiento. Un saludo desde este sucedáneo de portal web al circuito de Montmeló.

La del sábado fue la sesión de clasificación que más disfruté de la temporada. Que fueran en Suzuka dichos entrenamiento cronometrados no fue una casualidad. Pero lo que tampoco fue una casualidad es que viera la cuali con el sonido ambiente. De un tiempo a esta parte, la retransmisiones de los Grandes Premios de Fórmula 1 se basan en tres señores contando sus movidas con coches de fondo. Eso sí, luego la lista de pilotos eliminados, la leen de categoría. Descubrí que desde Yomvi la salida dos de audio también es el sonido ambiente como en la tele y, así, cuando terminó la Q1 activé la voz de Lobato que me leyó quien no iba a participar más en la clasificación y luego volví a mi maravilloso sonido ambiente compuesto por una veintena de coches de Fórmula 1, pero V6. Víctor Abad, referencia ahí donde lo ves de la Fórmula 1 en la piel de toro extendida, dejó muy claro tras el Gran Premio de Singapur que quien no madrugara para ver la carrera de Japón era directamente "un terrorista". Y saco este tema no porque yo quiera rectificar al tio más sabio de tota la Vall d'Uxó, Dios me libre; si no porque este sonido ambiente, desde el ordenador, solo está disponible en el directo, si vas a verlo en diferido no puedes librarte de Lobato y sus coleguitas. Te lo comento por si te faltan motivos para dejar de actuar como un terrorista; que aquí tienes uno, digo.

El sábado por la noche, emocionado todavía al recordar como Leclerc y Sainz rozaron la pole por la mañana. Uno desea que lo primero que vean sus ojos al despertar el domingo sea el cielo encapotado sobre el ocho de Suzuka. Con la cabeza hundida en la almohada, rápidamente se rectifica: "Bueno, bueno, mejor solazo y así, por lo menos, tendremos una carrera que ver". Tarde. En efecto, lo primero que ha aparecido esta mañana en la caja, plana, de luces ha sido a un pobre chaval japonés cubierto por un chubasquero. Después, Fàbrega y Melisa con paraguas y, después, todos dando vueltas y preparándose en la parrilla para salir. Suena el himno, entra el sonido ambiente, aparece la parrilla y ¡pum! imagen desde el coche de Tsunoda preparado para salir. Los mecánicos se retiran de los coches y tú no te lo puedes ni creer: "Va a haber carrera". Empieza la vuelta de formación y ni si quiera hay mensajito de rolling start. Uno siente la emoción de ver una carrera bajo la lluvia, como antes, como siempre.

Todos listos para salir y... no sé si solo ha sido en la tele de mi casa ¿o qué?, pero se han apagado los semáforos muy rápido, ¿no? a Sainz y a Verstappen les ha pillado como a mí, por sorpresa. Hasta el punto que Pérez ha adelantado a Carletes y Leclerc ha llegado a liderar la carrera por unos pocos metros durante el tiempo que tardó Max en soltarle un hachazo de los que salen en los resúmenes a final de año. Lo creas o no, se puede competir contra Max sin que niguno de los dos tenga que abandonar la pista; mensaje dirigido al único heptacampeon con ingerto capilar.

Poco duró la alegría porque, de repente, el coche de Carlos aparece destrozado. A Carletes me dan ganas de matarlo una vez por cada vez que prometo quererlo. El sábado igual, y en cuestión de segundos además. Por otra parte, Vettel y Alonso no se aclaran para dilucidar quien va a hacer la curva uno primero y el alemán termina fuera de pista, a Albon le pasa no sé qué y el franchute reciente fichaje de Alpine se lleva por delante el cartel publicitario que Sainz ha arrancado lanzándolo hacia la pista. Muchas cosas a la vez... y bandera roja.

A todo esto Gasly cabreadito porque había una grúa en medio de la pista retirando el coche de Sainz. Diciendo claramente después de la carrera que podía haber muerto. Que como se les ocurre sacar un "tractor" en medio de la pista para retirar un coche. Que menuda imprudencia. Que fíjate tú. Cuando de lo que tenemos que dar gracias todos es de que el amigo Pierre no tuviera la puta mala suerte de acabar debajo del "tractor" porque a mi coleguita le apetecía ir, por la zona del accidente, a toda hostia y con la carrera parada. ¿Qué pasa, Pierre? te importa mucho evitar chocar contra el "tractor" pero lo de atropellar a un comisario ya te importa un poquito menos, ¿no?

Todo va bien, chavales..., todo va bien. Pasada la centena de minutos debidamente aprovechada para jugar a la play y terminar de ver la película que empecé anoche y no acabé para poder madrugar hoy, uno que llevaba meses, varios años, sin pisar twitter, entra a ver si la Fórmula 1 ya ha proclamado campeón a Verstappen o sigue la bandera roja. Hace 17 segundos se ha publicado un tweet que dice que la carrera empieza a y cuarto. Tú estás que te subes por las paredes, ya es de día y solo has visto a El Matador rebentar una barrera de neumáticos (inspira... expira), pero mis queridos amigos asiáticos en las gradas prefieren a Freddy Mercury. Y ahí te ves tú tres horas después de haber apagado el despertador: pum-pum pum, pum-pum pum, pum-pum pum. "Rolling start", mejor, nos asegurábamos media hora de buena Fórmula 1.

El primer puto rallao que adelanta es Kevin Magnussen; un capullo, sí, unos huevos que no le caben en el cockpit, también, un señor dado a terminar las carreras antes de hora, ¡por supuesto! Aunque, claro, tampoco estaría tan puto rallao cuando Vettel y Latifi no tardaron ni una sola vuelta en calzar a su monoplaza con unos neumáticos para condiciones intermedias, es decir, entre seco y mojado. Los tiempos de estos dos son rápidamente monitorizados y corre la voz a través del sistema de radio de los distintos equipos; en cuestión de pocos minutos, Fernando Alonso lidera la carrera con un juego de neumáticos destinado a conducir bajo una lluvia torrencial y el resto de la parrilla con neumáticos semi-lisos. "Que llueva, que llueva, la virgen de la cueva. Los pajaritos cantan, las nubes se levantan. Que , que no, que caiga un chaparrón, que rompa los cristales de la estación", no sé si lo habéis oído a mitad carrera, pero era yo cantando desde mi casa.

No llovió porque el que marchaba en primer lugar era el asturiano más rápido del planeta y de la historia, pero si llega a ser quien tú ya sabes, el cielo se desploma, la mitad de la parrilla abandona y termina ganando la carrera después de salirse siete veces. Y ya que se cita a mi coleguita Luis... este señor todavía piensa que, de ser por él, hubiera ganado el campeonato del año pasado. Que en realidad lo perdió porque a Masi se le fue la pinza, cree que perdió el mundial porque en carreras como Mónaco tuvo que lidiar con un grupo de ineptos que era su equipo, que en Francia lo dejaron solo y que en Turquía no le hicieron caso, al pobrecito, mientras no se cataba que estaba perdiendo dos segundos por vuelta. Este mismo señor, en Singapur, después de estar chupando el alerón de Carlos media hora tienela puta cara dura de decir que está así porque no le han hecho caso en la elección de neumáticos: más tarde, se chocó jajajajajajajajajajaja. Bueno, pues el tio este le estaba diciendo a su equipo que la situación estaba para neumáticos de lluvia justo medio minuto antes de que todo el mundo le llevara la contraria. Visionario. Heptacampeón. Flipao. Después, este tio, el único tio de todo el paddock que tiene a su fisioterapeuta de esclavo, se tiró media hora detrás de Ocon, que fallaba en todas las curvas, sin poder adelantarlo. ¿Con qué cara le pide luego a Angela que vaya a su motorhome a por el patinete? Mientras, en ese mismo momento, su compañero de equipo estaba dando un recital de cómo adelantar en Suzuka bajo la lluvía. Me parece que nadie tiene ninguna duda de que si Verstappen hubiera pilotado para Mercedes el año pasado, habría ganado el mundial también. Tampoco nadie tiene ninguna duda de que si Latifi no se hubiera estampado, el mismo Hamilton habría ganado el mundial. Pero, tal vez, con Russell en Mercedes no habría sido necesario llegar a Abu Dhabi. Pero Wolff ahí, con Luis y con Bottas, Russell en Williams desde 2019 y Alonso con una caja de zapatos desde 2014.

El nano es una bala. Fue fácil pensar en el Gran Premio de Bélgica de 2008 cuando cambió a un nuevo juego de neumáticos intermedios a falta de 10 minutos para el final y empezó a rodar cuatro segundos por vuelta más rápido que todos. En la última vuelta, recuperó la posición que ostentaba antes de la parada: justo detrás de Vettel; y esa última curva, en paralelo con el tetracampeón, valió más que todos los adelantamientos a mitad recta con DRS que se han visto en lo que va de la temporada. Aunque tuvimos que verlo por YouTube. Latifi, por fin, consiguió un punto contra todo pronóstico y, tal vez, acalle las burlas que se han vertido sobre él, un piloto que paga por estar ahí, que no es todo lo rápido que la categoría requiere pero que es un buen tío y ningún buen tio merecen que se rian de él. Ocon acabó cuarto delante de Hamilton y Leclerc acabó segundo delante de Pérez aunque se pasó de frenada en la última curva y tuvo que rectificar su trazada para evitar ser adelantado en la propia línea de meta. Y, por último, Verstappen se proclamó campeón del mundo. Las carreras de Fórmula 1 no acaban hasta que se ondea la bandera de cuadros, aunque a veces, acaban un poco después.

La omisión en todo momento de la FIA y del ridiculo que nos hacen ver carrera tras carrera, año tras año está hecha a propósito. Inspira... expira. Tronco erguido. Todo va bien, todo va bien.



jueves, 29 de septiembre de 2022

Tota pedra fa paret

Es miércoles por la tarde. No serán ni las cuatro, pero es mi tarde libre. La luz del sol entra por la ventana como Mohamed De Frutos Salah entró por la banda derecha la noche que el Elche tuvo que capear una tormenta faraónica. Vivir en este exacto punto del planeta en la época del año que atravesamos actualmente es una situación lo suficientemente placentera como para viajar de Birmingham a Dénia siempre que se tenga la ocasión. No hace calor, los diminutos poros de tu piel están felices y secos y la camiseta fina sirve cumplidamente de abrigo. Se está de maravilla. Estoy tumbado en el sofá, relajado; hace apenas unos segundos he encontrado la posición perfecta en la que apoyar la cabeza; si cierro los ojos, puedo notar como el color de mis párpados pasa tenuemente de un naranja intenso a un amarillo cálido. Los chavales que tienen la obligación de ascender a Primera División para éxito, riqueza y reconocimiento del club decano del fútbol valenciano, muy seguramente ahora estén comiendo, durmiendo la siesta, viendo Netflix, jugando a la PlayStation o, como yo, tumbados en el sofá. Todos, hasta Iborra. No sé si me explico. Mirando al techo mientras siento como la pereza me impide moverme e ir a por el libro que queda un poco más allá, personalmente, me considero un buen trabajador. De lo contrario, si pensase que no hago mi trabajo como debería, tomaría cartas en el asunto para remediarlo; como firmemente creo haría Joni Montiel, Pepelu, Son, Cárdenas o incluso, Campaña. Ojalá me haya explicado mejor.

Para dedicarse a jugar a fútbol, no solo se requiere ser un buen trabajador. También se necesita talento, mucho talento. Y, en condiciones normales como las que son, no hay chaval que corretee por los campos de Buñol un miércoles a las once de la mañana que no desee exprimir su talento al máximo todos los días, en todos los partidos. Actualmente, quienes portan les barres blaugranes están teniendo problemas para hacer brillar ese talento. Pese a que creo que son buenos trabajadores, no les nace ese momento de lucidez que hace que una defensa se rompa, que hace enhebrar el centro perfecto, que hace anticipar el movimiento del contrario. O, al menos, no les nace con la asiduidad que se requiere. Y todo ello, repito, pese a que son buenos trabajadores, capaces y talentosos.

Las escasas dos victorias en siete partidos no van acorde a las exigencias que conduce a un ascenso. Si la obligación es quedar entre los dos primeros se necesitan menos oportunidades para lograr una victoria. De igual manera, dichos guarismos no hacen justicia a la calidad, el talento, la capacidad... de un grupo que, delante de la defensa, tiene holgados argumentos con los que desarrollar el gol. Por otra parte, casi paradójicamente, solo sumamos una derrota en lo que va de campeonato y con lo barraquero que es mi coleguita Mehdi tal vez sea a lo que más valor le da. El otro día en Burgos no pude ver gran parte del partido porque 120 euros todos los meses a movistar no les parece suficiente como para ofrecer un servicio decente. Piratas, saqueadores, gandules. Pero el Levante sumó el sexto fin de semana incrementando el botín de puntos que espera que lo lleve a la máxima competición del fútbol nacional. Tota pedra, per xicotiua que siga per insuficient que siga, fa paret.

Sé perfectamente de donde viene esa obligación, esa ansiedad por ganar cada partido que hace parecer los empates como inútiles. Pero, ¿por qué?, ¿por qué no solo tenemos que enfretarnos a once tios que van a hacer todo lo posible por liarnos la marrana sino que además tenemos que vencer a la premura de que el siguiente tiro sea gol? Hace mucho tiempo que no entro a Twitter, ni a Instagram, ni a sucedáneos y este es un ejercicio que recomiendo incluso a los usuarios que me hicieron apartar la redes sociales; sin embargo, sí pude percibir, en los momentos previos al que diese comienzo el partido contra el Cartagena, qué sentía una muestra de la grada: Antoniet, bufanda del Levante al cuello, sube al bus donde viaja su compañero Vicent i le diu: "a vore si guanyem i se posem primers". Los partidos del Levante se han convertido en una prueba contra el reloj. El Levante debe meter gol antes de que se cumpla el último minuto y la temporada parece estar siendo la misma prueba. Si en tres días los asalariados de Gerard Piqué consiguen derrotarnos como ya hicieron con el Éibar y el Granada, el Levante no va a sentenciar ni su descenso a Segunda B, ni su permanencia en Segunda. Si el Levante, ganara los siguientes cinco partidos o si se haguera ficat primer front al Cartagena, ni nos garantizará, ni nos hubiera garantizado ascender a final de temporada. Sin embargo, terminar de dar con los movimientos, la velocidad y el plan que nos conduzca al área rival más regularmente, sí nos va a asegurar la promoción de categoría. Mientras se encuentra la manera, el Levante ha sumado en seis de siete ocasiones. Tota pedra fa paret; i si en algún moment el Llevant comença a jugar com toca, tidrem menos paret que alçar.

Pd: A lo mejor, echo gasolina al Fiat Punto y me planto el sábado Andorra.



domingo, 14 de agosto de 2022

Soy del Levante en Segunda División

Desde la refundación de este sucedáneo de portal web solo se han comentado las peripecias del decano del fútbol valenciano en Primera División. Solo en Primera. Desde entonces, les barres blaugranes no han jugado en otra categoría. Solo en Primera. En Primera, nada más. Y esto habla peor del sucedáneo que del Levante. De hecho, habla muy bien del Levante y, especialmente, habla mejor de Paco López. Mi muy querido amigo Pelao agarró a un Levante destinado al fracaso y lo hizo jugar al fútbol como nunca. Antes de la aparición mariana del tio més templat de tota Silla, en Orriols solo podíamos imaginar jugar al fútbol así, o verlo por la tele, también; y tras su dolorosa partida nada más podemos hacer que añorar las combinaciones vertiginosas al primer toque, el ataque sin contemplaciones y también, por supuesto, esa defensa de papel sacrificada en favor del espectaculo y el divertimento. El fútbol es un juego y Paco lo sabe. La valentía es un don que Paco recibió. Durante el calentamiento anoche, mientras mi colega Nafti con polo, vaqueros y zapatillas enchufaba, a pie de cesped, a la represetación granota que jugaría el partido, mi memoria era un taladro (a las tres del mediodía) recordando el larguero de Bardhi en Mestalla, el tiro a las nubes de Roger contra el Celta, el palo de De Frutos contra Osasuna, el cabezazo de Rober Pier contra el Atlético o el puto penalti fallado de Morales en Mallorca. Hace unos meses me despedí de Paco con una carta de amor intentando por todos los medios gafar su sentencia, ahora puedo ver a Pepelu e Iborra defender el orgull granota en Segunda División.

Por otra parte, no sé si la nueva canción de los chiquitos de Levante Fans dice "soy del Levante no importa división" o, por el contrario, dice "soy del Levante en Segunda División". Todo acompañado por Gigi Dagostino. A decir verdad, no se les entiende muy bien lo que dicen. O puede que sí. Creo que cantan la primera letra que propongo, pero a mí me gusta más la segunda. Así que me quedo con la segunda. El simple hecho de cantar y, por tanto, hacer rima no convierte en legítimo un mal uso del castellano. ¿Quiénes somos ahora?, ¿Malú?, ¿Melendi el moderno? El jugar en Primera es mejor que jugar en Segunda. Eso, al menos, está claro. No creo que haya nadie que prefiera que el Levante no esté en Primera, e incluyo a los chotos en esto. Si el empate de ayer nos hubiera dejado a dos puntos del Real Madrid en lugar de a dos puntos del Éibar, todos seriamos un poco más felices, creo. Además de que, seguro, hubiéramos apreciado más el punto que conseguido. Pero una vez se completa el sencillo ejercicio de dejar la categoría a un lado y centrarse en lo que mueve al fútbol, la vida sigue igual: camisetas del Levante en el autobús, dos coleguitas que saludan irónicamente al grito de "¡choto!", un griterio enfervorizado cuando un paladín de les barres blaugranes es objeto de falta y el murmullo de siempre cuando el Levante entra al área rival. Por un momento a uno se le olvida aquellos nueve meses sin intimar con la victoria y piensa que sigue en Primera, después recuerda esa agobiante necesidad de ganar y uno baja a la tierra.

Hace cuatro años, el sorteo de la Copa del Rey emparejó al Levante con el Lugo. Dentro del cuadro gallego destacaba un chaval, con mucha peli encima y con el pelo decolorado, pero bien, paser futbolista entraba dentro del intervalo de confianza. El chico era un fuera de serie y cuando me enteré de que tenía 20 años no conseguí comprender cómo podía estar en Lugo, en propiedad. Fin del acertijo: el chaval era Dani Escriche. Y su estilo de juego, regateador insolente con un radar para encontrar pases, casaba perfectamente con el entrenador que teniamos. Además el chico nació a una hora en coche del Ciutat. Yo pensaba que lo fichábamos. Pero claro, ni yo estaba en la dirección deportiva del Levante, ni lo estaba Tito y, sobre todo, quien estaba era el choto de David Navarro y Manolo Salvador. Escriche anoche dio un nuevo recital, parecido al de Silva en el mismo escenario en mayo de este año, aunque claro, el jugador del Huesca solo se movía si tenía el balón en los pies. Pudo haber ganado él solo el partido.

Por otra parte, no le deseo mal a nadie pero, ¿David Timor no podía haber tenido otra vida? Ya no te digo que su existencia se rebaje a ser la de un simple señor que intenta ganarse la vida con un trabajo corriente; que sea un hipster multimillonario me parece más o menos bien. Lo que me pregunto es: ¿Por qué he tenido que conocerlo?, ¿Por qué he tenido que conocer a un tio capaz de rebentar a Pepelu con un pelotazo en el estómago tras una falta penosamente lanzada y que ni se digne a pedirle perdón?,  ¿Por qué he tenido que conocer a un mendrugo que le niegue el gesto a Brugué cuando éste le tiende la mano alegando buena lid en una noble acción por recuperar el balón?, ¿Por qué se merece tener el don de ser futbolista un puto tramposo que se tira al suelo patéticamente fingiendo falta tras un fallo grosero suyo y después tiene la jeta de pegar cabezazos como diciendo "hombre, claro, como no me van a pitar falta con lo bien que me ha quedado la caída"?

Bien, no me apetece calentarme. El Levante estuvo cerca de ganar. Pero también de perder. El partido fue mucho más parejo de lo que el fútbol y el dominio pudieron reflejar. El fin de semana podría ser muy distinto si la anticipación de Escriche da al larguero, pero luego entra. De igual forma que el panorama habría cambiado por completo si Andresín no responde con un paradón incomprensible al fortísimo testarazo de Melero. Segunda es así. En siete días me esperan dos entradas en la primera fila de La Romareda. Y este año no hay parón por selecciones.



martes, 26 de julio de 2022

El punto, de vista, de Ferrari, y el mío también

Por mucho que nos duela, esas líneas azules y luego rojas, vacías de algún sentido estético y que tuvimos la desgracia de ver el último fin de semana, ya forman parte de lo que se entiende como verano al igual que lo hacen las cuatro esquinas en mitad del paisaje tirolés, el kartódromo de Budapest, el olor a insecticida o un vasito de orxata a las cuatro y media de la tarde. Sin embargo, la calurosa tarde a orillas del Golfo de León con la siempre insuficiente brisa mediterránea peinando el cemento azul y luego rojo de Francia incitó menos a la siesta que de costumbre. Principalmente, por dos razones; dos razones que bien pueden resumirse en una sola: la primera fue Carlos Sainz intentando anular la penalización por usar más motores de los que debía que lo llevó al fondo de la parrilla, la segunda fue Charles Leclerc dando a luz a uno de esos momentos que se recuerdan aún cuando el paso del tiempo posa su espesa capa sobre el pasado. Alrededor de todo este ambiente bajo el gobierno de la soberbia germana, escandinava y, sobre todas las cosas, británica; Ferrari es ese necesario ímpetu mediterráneo que nos recuerda que dentro del pecho hay algo que hace bum-bum-bum-bum-bum. La Scuderia lleva animando la Fórmula 1 desde, que yo recuerde, aquella imagen aérea del circuito de Suzuka en el que el hilo interminable de humo procedente del motor del coche de Michael Schumacher precedió al segundo título mundial del asturiano más rápido de todo el planeta. Por otra parte, es fácil pensar que si Max Verstappen acaba la temporada con otra copa más en la salita de estar de su casa, seguramente se deba a la salida de pista que Charles Leclerc tuvo el infortunio de protagonizar sobre el cemento azul y luego rojo que una noche una mente francesa ideó. Como sé que todavía tienes una sonrisa tonta cubriéndote la cara mientras te imaginas a Fernando Alonso saliendo del R26 y haciendo el quico en el pit lane de Suzuka, voy a intentar devolverte a 2022 mientras te susurro el nombre de Carlos Sainz.

El hijo de El Matador, merece empezar a llamarse solamente El Matador suponiendo que todavía queda alguien que se siga refiriendo a él como Carlos Sainz Junior. Hasta donde puedo imaginar, el grado de satisfación para con la Scudería del promedio de aficionados a los coches de colores y pegatinas en la piel de toro que forma España es irónicamente alto. La cantidad de causas que explican este parecer paronámico es tan extensa como la razón permita analizar. Pero no ayuda, especialmente, que Antonio Lobato piense y verbalice que los mecánicos de Carlos le hacen la cama al pobre chaval en todos los pit stop desde que llegó a la Fórmula 1, que Toni Cuquerella crea firmemente que el podio de Carlos es una realidad y, ya no te digo, si después de hacer una parada que lo trasladó del tercer peldaño provisional a la quinta plaza final, Carlos rebuzna como a quien le toca hacer el trabajo por parejas con la garrapata de la clase. Con decidido objeto a ordenar todos los elementos que componen la trama de la situación, se hace saber que El Matador se lanzó a hacerse un hueco dentro del mundillo de la Fórmula 1 a golpe de adelantamiento marciano, aunque había quien que su mayor preocupación era saber si acabaría tercero o si acabaría séptimo. Le arrancó las pegatinas al Mercedes conducido por George Rusell en la curva más rápida del calendario y el adelantamiento a Pérez para acceder a posición de podio prometo decir que es lo mejor que he visto en toda mi vida. Ostentando la tercera plaza, Ferrari se topó con una encrucijada. De no parar, no se manejaban muchos escenarios distintos a una pelea a la defensiva entre El Matador, Pérez y Russell que, a tenor de la salida precipitada de Carlos del pit stop que acarreó cinco segundos de sanción, le aseguraba cerrar el grupo por mucho que lo liderase al cruzar la meta. Ferrari tenía que decidir entre no pararlo y acabar probablemente quinto asumiendo el riesgo de quedar aún más atrás, y entre pararlo y acabar probablemente quinto abrazando la esperanza de cazar un podio; además de la vuelta rápida y su punto extra. Ferrari lo paró. Y es en este punto dónde mi punto de vista y el punto de vista de Ferrari convergen en un único punto. Para empezar, porque 11 puntos son más que 10 puntos y, para acabar, porque me parece hasta más inteligente quedar quinto deseando ser tercero que quedar quinto deseando no ser séptimo. La carrera de Carlos se vio cercenada mucho antes de que Ferrari lo mandase parar. Hubo dos momentos en el fin de semana que comprometieron el Gran Premio de El Matador: el Safety Car justo cuando comenzaría a recoger lo sembrado, le privó del podio; el cambio de motor antes de la clasificación, le privó de la victoria.

Hamilton no ha sido el primer piloto de la historia de la Fórmula 1 que no ha podido beber durante una carrera. Me atrevería a decir, con cierta imprudencia, que no fue el único piloto del Gran Premio que tuvo algún problema con el sistema de bebida. Entiendo, por otra parte, que se agarró un mareo serio cuando se levantó. Vengo a hablar de mi coleguita porque el único heptacampeón del mundo que lleva una peli encima parecida a la del cani de mi barrio se hubiera quitado un pirsin, sin cirugía ni nada, con tal de haber sido Carlos Sainz el domingo. Ya no solo por atraer todas las miradas, cosa que le vuelve loco, sino por demostrar la valía de su pilotaje, muy en duda, gracias a un par de adelantamientos que solo puede imaginar en sueños. La exhibición de Carlos Sainz, al borde del Mediterráneo, vale mucho más que cualquiera de los segundos puestos anodinos que ha cosechado Bottas a lo largo de su estancia en Mercedes. Hablando de Sainz, rozó la victoria después de echarse la estrategia a la espalda en Mónaco, rozó la pole en Azerbayán, quedó segundo en la isla de Notre Dame a pesar de ser el más rápido, ganó en Silverstone a pesar de no ser el más rápido pero después de explicarle un par de cosas a Morritos Max en la salida, el motor de su Ferrari dijo basta mientras corría segundo en Austria y solamente aquella rotura en medio de las montañas centroeuropeas le apartó de la victoria en el circuito de Paul Ricard. Resulta dificil, en un deporte como la Fórmula 1, saber si un piloto está en el mejor momento de su carrera: puedes conducir como nunca pero simplemente quedar sexto dentro de una caja de zapatos con ruedas (ejem). Pero, no hay dudas de que Carlos atraviesa el punto más dulce de su trayectoria como piloto de Fórmula 1. Antes de acabar esta semana, Carlos visitará el Hungaroring en Budapest y lo hará siendo el principal favorito para alzar los brazos en lo más alto del podio. Mi hermano ya está buscando alojamiento en Montmeló para el año que viene.



domingo, 19 de junio de 2022

Fernando, por el amor de Dios, Fernando

Sí, es sábado por la noche y reina el silencio en la estancia. No sucede lo mismo allende la casa donde la música barata se eleva estruenda en honor, se supone, a la noche de San Juan. El, en cualquier caso, relajante zumbido de Nicky Nicky Jam atraviesa las paredes y se filtra por las ventanas cerradas que pretenden evitar la visita de intrusos voladores y con más patas que el promedio de las especies. La ropa se pega al cuerpo con firme propósito, fuera una voz profunda pregunta ¿dónde están las gatas?, dentro una voz interior pregunta si lo que está respirando es aire o solamente agua en suspensión. De pronto, con caracter inmediato, la inmaculada imagen veraniega se baña con un recuerdo tanto o más refrescante que el zumito de manzana que ahora ingiero y que entonces se convirtió en incentivo para la joven cajera de la mayor cooperativa valenciana que trabaja cerca de aquí. Fernando Alonso se abre paso entre la nube de agua en suspensión que Carlos Sainz había levantado un instante antes, al cruzar la meta Fernando consigue el segundo mejor tiempo de la noche para alegría contenida del dueño de este sucedaneo portal web que todavía navegaba sumido en una honda decepción por ver como, de nuevo, Carlos perdía una pole que, por un momento, era suya.

En 1976, cuatro bravos españolitos, a bordo de una embarcación y con remos en las manos, fueron más rápidos que todos, salvo los que quedaron primeros, en cruzar la pista de remo que se encuentra justo al lado del circuito Gilles Villenueve. (Espérate un segundo que le voy a decir a la mosca esta que soy de Burjassot). Un éxito, el de aquellos cuatro hombres, que se recuerda cincuenta años después, a pesar de no haber conseguido la medalla de oro. Al acabar la clasificación y con la imagen aérea de la instalación cubriendo la pantalla, resulta imposible no trazar, con pocos metros, la comparativa entre aquella hazaña y el saludo de, seguramente, los dos mejores pilotos que ha dado este país, con Verstappen al frente. Un doblete a la española; con Carlos y Fernando a los mandos solo se puede aspirar a que terminen segundo y tercero. La maldición que les persigue no admite mayores alegrías.

No es más sencillo evitar establecer una comparativa entre la vuelta más rápida de Carlos y una tarde de fútbol callejero con los chavales. En esta casa estamos imaginativos, sí. La típica, ¿no? que tú estás ahí con los colegas, jugando a fútbol y no eliges un sitio mejor que una calle con coches aparcados a cada lado. Entonces, tu colega, por que tú nunca haces nada mal, le pega a la pelota como lo haría Diacabí borracho y el esférico va a parar debajo del típico Seat León que no ha tenido a bien aparcar en otro sitio que ese, ¿no? En este punto, empieza la vuelta de El Matador, con la pelota debajo del coche o, mejor dicho, con Morritos Max dejando a cualquier otro terrestre a segundo y pico de distancia. Y tú te crees que, realmente, Carletes va a poder sacar la pelota de debajo del Seat León cuando Lobato te susurra, a voces, que ha marcado el mejor tiempo en el primer sector. Ya toca Carlos la pelota con el pie cuando solo cede la décima que había ganado en el segundo sector. Y tú, que sabes perfectamente que el último sector es una curva, te ves elevando tus plegarias a la Geperudeta para que la haga tal y como la haría Ayrton Senna subido al Mercedes que secuestró el campeonato de la última década de Fórmula 1. Cuando Carletes frena un poco más tarde de lo que la lógica le invita a pensar, se acaba de decidir a soltarle una patada a la pelota para sacarla de ahí ahora o nunca; pero cuando vuelve a seguir su corazón para acelerar una décima de segundo antes de lo que su cabeza le dice, empuja el balón en lugar de tirar de él y ya es inalcanzable.

El promedio de los amantes de los cochecitos con pegatinas, al menos, en esta piel de toro que forma España tiene una tendencia, a mi entender, ilógica a menospreciar los resultados de los entrenamientos libres. Si El Nano lleva dos viernes seguidos quedando cuarto es, entre otras razones, porque puede. Que sí, que la carga de combustible no se puede saber, que tampoco se puede saber la potencia que se le aplicó al motor y todo ese rollo. Pero no hace falta ir tan atrás para ver al mismo piloto que, aún ni con masclets explotando cada dos segundos para propulsar su pobre monoplaza podía llegar a ser cuarto. Si Alonso, el viernes consigue el cuarto mejor tiempo, será más probable que repita posición el sábado a que si el viernes no puede ni pasar a Ocon. Y, si cuando se pone a llover el sábado por la tarde, El Nano está toda la sesión siendo el primero, más probable será que también ocupe la zona alta de la tabla que si no encuentra su pie derecho quedando decimoquinto como el único heptacampeón del mundo con pírsins e ingerto capilar. De igual forma, no podía ser yo el único que veía la que se nos podía venir encima cuando Leclerc dice que no sé qué y que va a salir el último. Tampoco podía ser yo el único que se diera cuenta cuando Checo encontró en las barreras de la tercera curva del circuito sitio para aparcar. Y ya te dices a ti mismo: "Va a pasar", cuando Russell pone neumáticos de seco y los rivales de El Nano pasan a ser: el taxista más rápido del lado derecho del box de Haas, el hijo de Schumacher, un chico de ojos rasgados que ha pagado para estar ahí, Ocon, esta versión raruna de Ricciardo y cierto heptacampeón. Emergiendo entre la nube de agua en suspensión que dejó Carlos en su intento de sacar la pelota de debajo del Seat León, Fernando Alonso apareció para inflar el orgullo patrio y henchir de alegría nuestro español corazón como aquella vez lo hicieron cuatro bravos hombres a orillas de la isla de Notre Dame.

Mañana, el dueño de este sucedáneo de portal web acudirá a la comida familiar con la elástica de Alpine, pero nos la cambiaríamos por la de Ferrari y nos la volveríamos a cambiar por la de Alpine si los acontecimientos se mostrasen así de caprichosos. Papá o mamá se torna una elección sencilla cuando, por contra, se te ofrece o la primera victora de Carlos o la trigésimo tercera de Fernando tras nueve años conduciendo cajas de zapatos. Aunque claro, con Carlos y Fernando a los mandos y la maldición que les persigue, tampoco se descarta que terminen en la primera curva uno chocado contra el otro. También puede pasar que Fernando se lleve a Morritos Max por delante en un arrebato de española furia, Carlos se ponga líder y que, entonces, se choque, se le joda el coche o salga un Safety Car justo en el momento propicio para que Hamilton gane la carrera. Tampoco se descarta la avería de Alpine. O una mala salida de ambos. O una buena salida de Carlos, pero que lo tapone una mala salida de Alonso. O que Hamilton se lleve por delante a los dos. O la peor de todas: que El Matador quede segundo y que El Nano quede cuarto. Estoy seguro que entre tú y yo ya hemos pensado todas las cosas malas que pueden pasar. Por tanto, solo queda que pasen las buenas.



domingo, 1 de mayo de 2022

Cabezonería

En esta casa estamos encantados con el perímetro craneal de Óscar Duarte. Ayer, ya de noche, la cabeza más grande de toda Costa Rica fue bendecida por la Gepedureta para emoción y alegría del buen granota. Nuevamente, un digno partido de les barres blaugranes se colaba por el sumidero que nos va a llevar a Segunda División hasta que Bardhi, a instancias de Alessio, sacó en corto para lograr el segundo gol de corner en toda la temporada. El pase de Morales fue medido, como ensayado, y el cabezazo de la almendra que Duarte lleva sobre sus hombros impactó en la red con Valencia... violencia, quiero decir.

Tras birlarle una victoria fácil a los chotos en Mestalla a diez minutos del final, la posición clasificatoria pasa a ser como la categoría en la que jugaremos la temporada que viene: secundaria. El sistema de puntos es un convenio acogido por el total de aficionados al fútbol cuyo objetivo es no morir de aburrimiento cuando se juega con el Celta, Osasuna o cualquier otro equipo con el que no compartas ciudad. Un convenio que, por cierto, nos va a mandar a Segunda División. Para el tipo de partido que se jugó ayer, es decir, contra el Valencia, los puntos, en el mejor de los casos, son algo despreciable. Yo hubiera sido el tio más feliz del universo si al final del partido, con una victoria en el bolsillo, le hubieran dado los tres puntos al Valencia, en lugar de a nosotros. Hubiera cambiado 0 puntos y una victoria por 3 puntos y una derrota sin mirar quién me tendía la mano. Saberse en segunda o salvarse en primera da lo mismo cuando se visita la Avenida Aragón.

Y tu te lo crees. Te lo crees porque lo llevas rumiando toda la semama. Pero también te lo crees cuando antes del primer minuto ya tienes un corner a favor. Campaña había cortado ya tres pases interiores en 20 minutos, Soler no estaba fino a balón parado y el Levante estaba decidido a atacar largo en el espacio y corto en el tiempo que es justo lo que nos ha funcionado desde la promoción de Alessio. Uno realmente piensa que puede ser el día cuando ninguno de los dos centrales de ellos tampoco están atinados. Y, a pesar del gol en contra y de las peinetas en la grada (y no me refiero a las dos chicas tan simpáticas que vi a la salida peinadas de falleras), el Levante tiene a un tio más en el campo un minuto después de encajar gol. Había quien prefería recibir un gol y provocar una expulsión a jugar once contra once pero mantener la portería intacta.

Era fácil pensar que iban a llegar más oportunidades de gol después de que Campaña fallase por poco un balón perdido dentro del área. Sin embargo, ya se podía intuir la que se nos venía encima, cuando el señor Giorgi, que el pobre no tiene ninguna culpade haber elegido al equipo incorrecto, paró con el sobaco el mano a mano que Dani Gómez no tuvo a bien marcar justo antes del descanso. No te viene de nuevas que Son se tire dentro del área pequeña en lugar de dar el pase de gol, como tampoco sorprende que Morales recorte para pegarle con la izquierda mientra corría cara a portería o que la carrera de Dani sea cada vez más lenta en lugar de cada vez más rápida en la jugada que pudo haber cambiado el partido tras un pase excelente de Pepelu. Y en el momento en el que Bardhi hace sonar el larguero desde la otra puta punta de donde nos tienen en la grada, el buen granota asume la realidad y entiende que esta es la vida que le ha tocado vivir. Por suerte, Alessio y Duarte tenían otros planes para nosotros.

Bordalás es ese tipo de entrenador que sabe que los méritos en el fútbol son cosa prescindible. Solamente es una forma de entender el juego. Aunque, a decir verdad, a Pepe no le gusta mucho eso de jugar. Él tiene bien aprendido que para ganar un partido no se necesita una exhibición sobresaliente durante noventa minutos; con tres pases buenos en cualquier momento del partido se puede llegar a la victoria. Y, de hecho, lo estuvo consiguiendo hasta faltando diez. La moral, el honor o incluso la palabra son cualidades ajenas a él y que simplemente impiden o ayudan a impedir su objetivo: ganar. Para él, ser entrenador es un trabajo que se hace y punto. Seguramente, el camino más corto que encontró para hacerse con un buen montón de dinero. Diría que al señor Bordalás ni si quiera le gusta el fútbol. Su planteamiento ayer no fue tener la pelota, tampoco fue replegarse para aprovechar el espacio tras un robo, ni si quiera se centró en defender o en trabar el juego con agresividad. A lo único a lo que se dedicaron sus chicos ayer antes y después de la expulsión fue a imitar ser objeto de falta. El gol de ellos tras una acción fulgurante de tres pases fruto de una falta fingida, llenó de orgullo su corazón (de tenerlo). Uno con peinado, zapatos y traje y otro con zapatillas, chándal y polo. La diferencia entre cumplir y jugar, entre trabajar y dirigir a tu equipo. Y, aunque Bardhi se agarrara la cabeza en el círculo central cuando todo se terminó, el aficionado no granota que acudió a ver el fútbol marcharía pensando si, en realidad, su equipo no es mejor que el Cádiz hace dos semanas, que el Osasuna hace siete días o que el último clasificado ayer. A veinte días para desmontar la paraeta, el Levante tiene 26 puntos y uno es en Mestalla.



domingo, 3 de abril de 2022

Oda al Levante

Estoy en una etapa de mi vida en la que tengo que dedicar un cuarto de hora al día a ducharme porque si no, no me ducho. Como el pobre chaval que confía plenamente en sus posibilidades de trabajar y estudiar todo a la vez, el tiempo libre es un bien escaso tal y como lo es la leche en el supermercado que tú y yo sabemos. Siendo un ser humano promedio, solo tengo dos manos: con una aguanto a la señora Universidad y con la otra aguanto a la Cooperativa Valenciana; al Levante lo aguanto con el corazón, chato. Además de pobre chaval y ser humano promedio, soy una estrella de rock, ¿sabes? Por la calle la gente me pregunta: "Y oye... ¿cómo llevas eso de compaginar?" y yo le digo a la multitud: "Mal, rematadamente mal". Pero nadie dice: "Y oye... ¿cómo te lo estás pasando?", "Teta. Entretenimiento sin respiro de ocho a diez", por si te interesa la contestación. Al toro que me descentro. En esta etapa de mi vida, de uno se apodera el instinto de un magnate singapurense cualquiera y hace con el sucedáneo de portal web lo mismo que el citado instinto haría con su clientela: dejarla en un segundo plano. El acérrimo lector del lugar, hablo en singular desde el principio porque para hablar en plural tendrían que leerlo al menos dos, ya sabe perfectamente que en esta casa queremos al Levante por encima de resultados, condiciones o posiciones clasificatorias. Solamente quería motivar este silencio.

El partido de hoy por la tarde se resume en menos de lo que tarda Jorge de Frutos en llevar el balón del centro del campo a la portería rival: Postigo suelta un despeje a ninguna parte, nadie sabe muy bien cómo pero el balón entra en el área y, de repente, ves a Morales solo delante del portero. Desde la grada, o desde la zona en la que el dueño del sucedáneo vio la acción, solo se pudo distinguir a Roger meter los codos como quien baja en Àngel Guimerà para pillar el trasbordo que le lleva a Colón. Aunque, vista la repetición, da un poco de vergüenza describir el pase al espacio de Roger con el talón del pie y entre las piernas de Pau diciendo "nadie sabe muy bien cómo". Estoy seguro, no obstante, de que El Chiquet del Poble pensó lo mismo. El gol de la victoria te pilla oyendo que el Ciutat València ha honrado a Guedes acogiéndolo en su palco y, por otra parte, deduciendo que a Ruben Vezo le pertenecerá una entrada de ese 40% que el instinto te hace reservar para ti mismo. Pocos veían el gol mientras el despeje desnortado de Sergio Postigo surcaba el cielo, por suerte, Roger era uno de esos pocos. Con el tiempo cumplido, Estupiñán no acertó a conectar su vuelo con el balón y Morales hizo el segundo dejando, de paso, a Rulli por los suelos. Ronda de chuches para el personal y a celebrar la victoria con un elegido del mix ensucrat de la Cooperativa Valenciana pegándote un petardazo en la boca.

¿Se puede no ganar un solo partido, pero estar orgulloso de tu equipo? La respuesta es sí. Arriba se han descrito precisamente los motivos del silencio, pero ellos no impedían que no tuviera ganas de describir el embarazo de la victoria frente al Mallorca tras nueve meses sin ganar, o explicar cómo me perdí la victoria heroica en el Vicente Calderón o contar como el Levante seguía apretando, atacando y jugando con dos cojones a pesar de que ni el resultado, ni la situación clasificatoria acompañase contra el Getafe, el Athletic, el Celta, Osasuna o el Betis. Con el equipo prácticamente en Segunda y sin ganar un partido ni a palos, era realmente inspirador ver como el Levante lo seguía intentando aunque supiesen que por mucho que hiciesen ni nos íbamos a mantener, ni íbamos a ganar el partido. Si el Levante no se rinde después de que Fekir corte una remontada de tres goles, ¿por qué iba a hacerlo yo? (y no me refiero a la salvación). Uno se ve sorprendido levantándose del sofá a la velocidad del rayo cuando Cantero recibió dentro del área en la última jugada en Balaídos, habiendo perdido toda fe de victoria minutos antes. En Pamplona, palmando por tres solo once granotas creía en revertir la situación y tampoco hacía falta ser el más creyente de todos para saber que si Morales no llega a mandar a las nubes un disparo franco dentro del área pequeña, nos ponemos tres a dos con diez minutos por delante.

La temporada del Levante no es para ir último, la plantilla que tenemos tampoco es para ir último y, sobre todo, la actitud no es para ir último. En tres meses, el Levante ha conseguido cuatro victorias. Una buena proporción para mantenerse en Primera en un campeonato de nueve meses. El inconveniente es que la temporada se termina en 50 días. Alessio Lisci ha transformado el equipo y sigue haciéndolo para hacerlo jugar como él quiere. El equipo ha perdido creatividad y recursos en el ataque posicional; y prueba de ello es el páramo desolador que poblaba el centro del campo cuando el Villarreal se pertrechaba, todo el Levante se abalanzaba sobre el área y Cáceres era el encargado de filtrar los pases. También se vio cierto sin-sabor a la hora de conducir los ataques fulgurantes que tanto le gustaba a PacoLo; en cualquier caso, solo hicimos bien una jugada, la buena, la que valía, la de la victoria. Pero esta tarde hemos sido ese equipo pesado que siempre tenía a un tio tapando el pase, persiguiendo a no sé quien y bloqueando cualquier tiro. Todos los partidos que hemos ganado esta temporada ha sido con Alessio en el banquillo. Nuestras cuatro victorias han sido con la portería a cero. Y siempre que hemos dejado la portería a cero con Alessio hemos ganado. Cárdenas ha detenido dos de las tres oportunidades que tuvo el Villarreal para meter gol, la tercera la detuvo la escuadra, Miramón esta tarde ha valido por diez y Pepelu es todo lo que quiero ser en esta vida. Pese a todo, el año que viene jugaremos en Segunda División. Resulta dificil señalar el momento concreto en el que nuestro funesto destino fue sellado. Hay muchos puntos clave que nos han alejado a patadas de la élite del fútbol español y todos pertenecen al pasado más lejano. Pero tampoco es menos cierto que lo único que puede evitar lo inevitable es que ganemos cinco partidos de los ocho que quedan.



martes, 4 de enero de 2022

Locos por ver ganar al azul y grana

Para emprender el trayecto que comprende desde mi muy estimada casa hasta el Estadio de El Madrigal solo se necesitan tres cosas: tiempo, dinero y unas ganas locas de ver ganar al Levante. Para lo primero, aunque no muchos tienen la suerte de contar con vacaciones navideñas, yo sí he sido uno de los afortunados; el precio de las entradas era un paso más que asequible y a ochenta por la autopista se consume dos terceras partes que a ciento veinte; y, para lo último, a pesar de que no sea ni mucho menos imprescindible, que el Levante lleve 26 partidos sin saber lo que es ganar ayuda. Hasta lo más malo cuenta con algún filtro optimista escondido. Con el ánimo de echar la tarde, con las ganas de ver fútbol en directo y con la ilusión desbordante de ver ganar al Levante empezó mi viaje con el Fiat Punto a una velocidad moderada pero con Coldplay a toda hostia.

Este es un mensaje para todos aquellos que vayan a ver jugar al Levante a Villarreal y también para el dueño de este sucedáneo de portal web: Toda antelación es poca. Antes de tomar la Nacional 340 uno ya se entera que la tarde va a ser larga, no se hace más fluido el tráfico a la altura de las oficinas centrales de Porcelanosa, y cuando pasado el Carrefour se avista un hueco libre el buen granota valora si será demasiado pronto para lanzarse de cabeza al primer sitio que ve en todo el pueblo. No lo era. Al cuarto de hora y con el orgullo guardado en la guantera, el pequeño Fiat Punto y su arrepentido conductor vuelven sobre sus pasos en busca, todavía, de un hueco en donde dejar el vehículo sin ser multado, a poder ser. 25 minutos andando hasta el rebautizado Estadio de la Cerámica y faltaba media hora para que esto empezara. Las matemáticas no fallan y Google Maps tampoco.

Por mucho que se hubiera querido ver a la veintena de jovenes multimillonarios habilidosos pelotear con música discotequera de fondo, nada puede detener las ganas locas de ver ganar al azul y grana. En esta casa, nunca hemos ido a ver jugar al Levante dependiendo de lo probable que fuera su victoria (de lo contrario ayer no me habría movido de casa), de la enjundia del rival (no hubiera ido a ver el último partido en el Ciutat) o del número de victorias que haya conseguido el equipo (por lo que estaría sin ver fútbol desde mayo). Cuando el buen granota se encamina a un estadio de fútbol susurrando el himno de Pastoret lo único que quiere es ver jugar a su equipo, por mucho que no meta un gol, por mucho que no despeje una, por mucho que no gane un partido o por mucho que sus jugadores no hagan merecer la camiseta que llevan. Y lo que impulsa al buen granota es las ganas locas de ver ganar a les barres blaugranes.

Por supuesto, que nadie merece ver jugar a su equipo durante veintiseis partidos seguidos y que, sin embargo, no haya ganado ni uno solo; y, por supuesto, que nadie merece que al número veintisiete nos toque pasar por la penuria de anoche. Ni si quiera el choto más choto de todos los chotos lo merece. Anoche los noventa minutos del Levante rozaron la vergüenza, ni un solo jugador hizo honores a los ciento doce años del club. Pero cuando uno se vuelve seguidor de un equipo, por decisión propia, no es que se exponga a que desastres como el de ayer ocurran o rachas como la actual tengan a bien abofetearnos, es que directamente todo lo que estamos viviendo los granotas forma parte de animar a un equipo. Y el buen granota lo sabe.

El tiempo para salvar la categoría ya es tiempo pasado. El año que viene no tendremos el mejor estadio de Segunda División porque anoche Gerard Moreno y sus amigos tuvieron la deferencia de clavarnos cinco goles como cinco soles, porque perdamos contra el Mallorca o ni si quiera porque el tiro de De Frutos contra el Osasuna diera al palo y se saliera en lugar de que diera al palo y se metiera. El año que viene jugaremos en Segunda División porque no supimos conservar la ventaja contra el Alavés, porque solo metimos una en Elche, porque estuvimos a por uvas contra el Celta o porque el tiro de Jorge de Frutos, con todo a favor, acabó en manos chotas y no en redes granotas. En Orriols, solo seguimos aquí por dos cosas: por ver si ocurre el milagro y por rezar para ganar en Mestalla.

Volviendo a casa y a una velocidad prudencial que me permita controlar el gasto de combustible, uno se pone a pensar que el fútbol y el Levante o el Levante y el fútbol es mucho más grande que todo lo demás. Es más grande que un cinco a cero en contra, más grande que ocho meses sin ganar, es más grande que una derrota contra esa gente de la Avenida Aragón. El Levante y el fútbol es viajar con la ilusión de ganar un partido por mucho que las condiciones no acompañen lo más mínimo, es salir de casa pronto para poder verlos calentar, es volver a casa con cinco moratones en el estómago pero todavía pensar que ha sido una buena experiencia el desplazamiento para verlos jugar. Y esto es lo que nos queda a los granotas. Es verdaderamente hiriente tener que recurrir a la filosofía y reparar en cuestiones que poca relación guardan con lo que ocurre en el césped, pero también es el momento para hacerlo. Otra opción sería echar pestes sobre este o aquel, el de aquí abajo y el de allí arriba y culpar a Campaña, a Villarroel o a Fenollosa, pero ni me nace, ni me apetece, ni es mi estilo. En Orriols no tenemos otra cosa donde agarrar. En dos años, con suerte, visitaremos El Madrigal y ojalá, para entonces, Tito sea el que fiche a los jugadores y El Pelao de Silla se haga cargo del Destino de todos nosotros, los granotas. Como aficionado promedio poco puedo hacer para intervenir en el devenir del club, no soy más que un pasajero; sin embargo, dentro de dos años, con suerte, volveré a Villarreal con el maletero lo más vacío posible para que me puedan entrar los cinco goles cuando tome el camino de vuelta a casa.