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domingo, 28 de julio de 2019

La mala suerte no es genética (o sí)

Estimado lector, le invito a formarse el momento en su imaginario. Thibaut Pinot es un ciclista francés, excepcional cuando el asfalto se agarra y el firme se empina pero torpe en el descenso, su nombre siempre ha aparecido en la nómina de favoritos para enfundarse el maillot amarillo en los Campos Eliseos; sin embargo, como buen pupas que es, en todas sus participaciones ha habido algo que lo ha alejado de la victoria. Este año ha sido una fuerte dolencia en su muslo izquierdo. Javier Ares, otro excepcional profesional, con la imagen del escalador francés abandonando la carrera en su cabeza, reflexionó apostillando que la mala suerte, por fortuna, no es genética y que llegará el día en el que el mal fario se canse de visitarlo. Biológicamente, la frase es impecable; pero en el plano práctico, sabemos que la Diosa Fortuna siempre deja de lado a los mismos.

Semana de Gran Premio y vacaciones, y por si faltaba poco, Antonio Lobato subía una foto a twitter anunciando lluvía. La emoción que se infló en lunes y siguió sacando pecho el viernes, con doblete italiano incluido, se pinchó el sábado cuando Vettel puso un pie fuera de su Ferrari y respiró pa' dentro cuando Leclerc hizo lo mismo. Ferrari no pierde ciertas capacidades en solo una semana.

Desalentadora tarde del sábado que, no obstante, creció como la espuma la mañana del domingo; la esperada dejó de hacerse esperar. Nuevo tweet de Movistar+ anunciando lluvia. Se me siguen poniendo los pelos de punta. Verstappen arruinó su sábado cuando, partiendo desde la segunda posición, se hundió en la recta de meta justo después de que los semáforos se apagasen; motivo insuficiente para trastornarse, Max es la suerte. Y antes de que te dieses cuenta la gente ya estaba cambiando sus neumáticos a intermedios, pues el accidente de Sergio Pérez contra el muro a la salida de curva ocho era la perfecta escusa para hacerlo y no perder casi tiempo.

Leclerc, medio-francés aunque monegasco, posee la misma combinación genética que Thibaut Pinot y gastó cualquier traza residual de fortuna en el momento que besó la escapatoria de la curva 16 y, contra pronóstico, se mantuvo en pista. Los genes apellidados Sainz nunca estuvieron asociados a la suerte y falló como Leclerc en la curva 16; el incidente, aunque no derivó en abandono, lo envió a las últimas posiciones.

Pues no va Magnussen y pone neumáticos secos; y pues no va la parrilla entera de la Fórmula 1, con sus ingenieros y sus coeficientes intelectuales, y siguen los pasos de un taxista. Cinco vueltas después de que Kevin abanderase la nueva religión de la ignorancia, solo resistían Carlos, Albon y Nico con neumáticos de agua. Verstappen, que ya era segundo desde la tercera vuelta, trompeó en los albores de la curva 16 pero mantuvo la posición y pudo cambiar a los neumáticos apropiados; quien no tuvo la oportunidad de rectificar su Gran Premio fue la otra cara de la moneda, Leclerc, que no salió vivo de su segunda excursión en la decimosexta curva: Safety Car y el rigor, la cordura y la inteligencia rebrotó en el pitlane: todos, de nuevo, a neumáticos de lluvia. El trío de sobrios recogieron los frutos.

Al que tampoco le crecen tréboles de cuatro hojas en su jardín es a Daniel Ricciardo que se perdió la carrera más divertida del año por culpa de un fallo de su motor francés Renol. Lando Norris todavía es demasiado joven para determinar con firmeza si la suerte la acompaña o no; pero sus últimas carreras lo están situando de lado de los sacrificados; hoy, un fallo en su motor francés Renol lo apartó de la carrera más divertida del año.

Magnussen y sus seguidores dejaron de hacer el cabra durante un rato y cada coche puso a cada piloto en su sitio con el paso de las primeras vueltas normales de la carrera; poco duraron. El punto de frenada de la curva 16 es difícil de tomar hasta en la PlayStation, ni te cuento ya cuando llueve. Nico Hülkenberg, que no se acuesta precisamente con la señora suerte, no quiso irse del circuito sin catar el muro de la curva 16 y Kimi Räikkönen, por encima siempre del bien y el mal, oyó que había hielo en ese punto y creyó oír ice-cream, el finés sí continuó. Hamilton también tuvo su pertinente visita por los alrededores del circuito, la salida cultural se saldó con el alerón roto y con cinco segundos de retraso por entrar al pit-lane por donde no le estaba permitido y va y los Haas se chocan entre ellos; el público celebró su propia suerte genética.

Safety Car, de nuevo, por el accidente de Nico Hülkenberg, y todos los como locos a los boxes, había oferta de tiempo. En las últimas vueltas de régimen, a Stroll, al que su padre le compró el gen de la buena suerte hace veinte años, le cayó la manzana en la cabeza. Quizás le cayó a su ingeniero. Puso neumáticos secos. Le siguió Kvyat. Una vuelta después toda la parrilla juró ser Strollista, Kvyatista y sus sucedáneos. Ya era tarde, sin embargo, arrebatarle el primer puesto al millonario piloto canadiense, al menos en los siguientes doscientos metros. Sainz, con el torpedo y Stroll todavía por delante, olía a podio desde la quinta posición. En mi casa se contenía la respiración.

Desde el día que Vettel estimó oportuno correr con dos monedas en el pie, la suerte siempre estuvo de su lado. Cabe recordar también, que la suerte no corre sola, hay que darle de comer como poco. El alemán que parecía volver a tener veinte y tres años escaló desde la décima posición, y Bottas le allanó el camino cuando estampó su Mercedes contra las protecciones de la primera curva del circuito. Con cinco vueltas por delante, que Vettel quedase delante de Sainz, del torpedo y de Stroll era como beberse un vaso de agua. Las cuentas de Sainz, no tan afortunado, pasaban por verse superado por Vettel, pero adelantar a los outsiders para hacer podio; sin embargo, justamente hoy, la carrera en el Hockenheimring duró tres vueltas menos de los habitual y la bandera cayó antes de que Sainz le arrancase las orejas (y el rabo) a Stroll y a Kvyat. Para ver hacer podio al madrileño habrá que esperar que solo corran tres y que ese día todas las piezas de su coche resistan 306 kilómetros.

Verstappen, que le da igual salir mal, hacer un trompo o poner neumáticos medios, ganó. Vettel, que hace diez años bien podía ser como Verstappen, quedó segundo. Y Kvyat, al que en 2016 le comunicaron por teléfono mientras veía Juego de Tronos que no seguiría en RedBull, parece querer revertir cierto contenido en su ADN. El mismo Sebastian Vettel forzó, desde Ferrari, para que Kvyat abandonase RedBull cuando el torpedo ruso le metió un repasito interesante en Shanghái; a Vettel le pusieron a Verstappen al lado y a Kvyat lo relegaron al pelotón de la parrilla privándole de ganar los Grandes Premios que está ganando MadMax. Ayer por la noche nació su hija y no pudo estar allí, pero ella sí contiene el gen de la buena suerte, y hoy su padre ha conseguido un podio inimaginable.


domingo, 14 de julio de 2019

En Northamptonshire no hace sol

En la salida, Carlos Sainz serpenteó a los dos Alfa Romeo antes de atraversar la vertical del semáforo apagado. Lando Norris, por su parte, le demostró a Ricciardo que sí tenía pelos en los huevos tras meterle un hachazo de locos a la entrada de la curva Beckets. Y, por último, los taxistas no dejaron a nadie desanimado cuando se chocaron solo tres curvas después de empezar el Gran Premio; pasadas unas vueltas decidieron aparacar los coches en los boxes y cortar de raíz el ridículo de su participación; fuentes cercanas al equipo americano aseguran que en la próxima carrera en Alemania correrán en un cuadrilátero para sí poder zurrarse debidamente sin el incómodo estorbo de conducir un monoplaza.

Bottas, que partía en pole position, defendió sus privilegios en los primeros compases, motivo más que suficiente para agitar el asunto. Que mal me cae Hamilton cuando va primero, pero que agradable me ha resultado verlo segundo durante una vueltas, buscándose el porvenir más inmediato en cada frenada, en cada aceleración. Llega aparecer por ahí Vettel en un Red Bull liderando, Alonso llevando a cuestas el carrito de la compra de Ferrari y Andrés Iniesta convirtiéndonos en campeones del mundo y me creo que estamos en 2010, cuando la presencia de Lewis era mucho más amable. Sin embargo, todo parecía venirse abajo cuando en la quinta vuelta el sombrío, aunque británico, piloto de Mercedes se había hartado de hacer el quico tras el alerón de su compañero finés: aguerrida pelea en la curva seis y sobrada de Bottas, dos curvas después, en Copse, a 295 km/h. Justo cuando creías que Valtteri era un moñas. La pelea vino a menos cuando Hamilton se percató de que hoy no sería tan fácil, retrocedió unos metros y empezó a jugar al ajedrez para tener la oportunidad de asaltar el liderato en la parada en boxes.

A Verstappen empezaba a nos gustarle el ver a un Ferrari delante de él y tardó, menos de lo que tardaron Grosjean y Magnussen en quitarse los guantes, pero no el casco, para cascarse en el motorhome, en embestir a Leclerc. Lo que no sabía el neerlandés, ni tampoco nosotros es que el del principado defendía la posición tan sumamente bien. Magnussen, mientras le enseñaba a Grosjean el diente que le había arrancado mediante su último puñetazo, no pudo ver a Charles y aprender a defender la posición sin hacer el guarro. Gasly entró prematuramente a boxes para asaltar el podio después de que dejase atrás al tetracampeón; Leclerc se defendió parando una vuelta después y Verstappen le siguió por el pit lane; Ferrari nunca deja de lado su capacidad para decepcionarnos, y arruinó, momentáneamente, la defensa italiana de su segundo piloto. Leclerc, no obstante, adelantó a Verstappen dos curvas después y le enseñó a de Red Bull cómo adelantar en Silverstone; el ganador del Gran Premio de Austria se quejó de que no tenía grip. A 16 de los 17 pilotos que acompañaban a Verstappen en la salida los hubiese adelantado al primer intento, quizás Gasly hubiese resistido algún ataque (JAJAJAJAJA), pero Leclerc prolongó el milagro de mantenerse tercero veinte vueltas. Miren que fácil es animar una carrera. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce; Leclerc defendió la posición en su última intervención como bien lo hubiese hecho su contendiente y me preocupa que un piloto tan rápido y tan noble caiga en la tentación de la guarrería por la golosa recompensa de los resultados a corto plazo. Aguante Carlos.

Y hablando de Carlos, el Carlos español, es decir, Charly decidió madurar la carrera, conservó neumáticos porque iba a una parada, aunque para Lobato se estaba: «quedando» (le di al mute después de eso), y tuvo la buena suerte de que el Safety Car coincidiese con el momento en que el resto de la parrilla había parado y él no. Emergió de los boxes, mágicamente, sexto. El que también promocionó por efecto de la salida del coche de seguridad fue el puto Hamilton. Bien le debe a Giovinazzi una cena en Hockenheim, hablo de Charly porque Hamilton ni sabe quien es el Llovinatchi ese. Leclerc y Verstappen tenían que hacer todavía una parada cuando el Alfa Romeo de Antonio quedó varado en la grava de la curva Club, pero al parecer solo conocía esta circunstancia los hombres de Cristian Horner; y la pelea de Leclerc de veinte vueltas se diluyó en el tiempo que tardó el ingeniero de Verstappen en guiarlo a los boxes. La Scuderia, lejos de jugar a estrategia distinta, reaccionó tarde y mal. Leclerc paró una vuelta después y salió a pista detrás de Mad Max. «¿Cómo cojones hemos perdido la posición?», no es mio, es de Carlos. Ferrari nunca deja de lado su capacidad para decepcionarnos.

Pierre Gasly, que estaría fuera de Red Bull si Albon llevara un año más en Fórmula 1, se apartó a poco que vio a los morritos de su compañero por los retrovisores; me preguntó qué tendrá más en cuenta el amigo Helmut para valorar la continuidad del francés en el primer equipo, si este último movimiento o el adelantamiento a Vettel. Verstappen, desatado como quince días atrás veía cada vez más grande a Vettel, que o le estaban inflando o se estaba acercando peligrosamente al número 33. A Hamilton le temblaron las rastas instintivamente cuando Max superó a Vettel, pero ya se encargó el alemán de echar leche al café, y se llevó a Verstappen por delante solo unos metros después. Con el tiempo ciertas capacidades ferraristas se van adquiriendo. Max, que el pobrecito nada malo hizo hoy, recibió las disculpas del tetracampeón. Pobre Max...

El puto Hamilton ya iba primero y con el colchón de los dos segundos de siempre. No sé en qué apéndice del contrato que los pilotos firman con Mercedes pone que si Hamilton va líder hay que guardar un distancia de dos segundos. Pero Sainz, que con lo de Vettel-Verstappen era sexto, luchaba por mantener a Ricciardo aspirando de su rebufo; diez vueltas consiguió consolidar la sexta plaza. Me preguntó si sigue habiendo gente que se ponga realmente feliz con las victorias de Hamilton. Su teatrillo le auto-descarta de mi investigación.

lunes, 1 de julio de 2019

Maximiliano, Carlos y Charly

En el año 2013 Mercedes era un equipo simpaticón. Curioso deporte el de la Fórmula 1 en el que el que más gana suele ser el más odiado. Quienes denegaron la siesta el último domingo del mes de junio, adquieren automáticamente ese carácter segundón que les hace apoyar al más desfavorecido, a ese que no siempre gana, en este caso, cualquiera de los otros ocho equipos (Haas no se considera equipo de Fórmula 1 desde que pusieron a taxistas en sus monoplazas). En 2013 el público aplaudía cada maniobra de Hamilton, de Alonso, de Rosberg, de Webber o de Charles Pic que amenazase con putear a Vettel; desde entonces, Hamilton se ha vuelto más tontico y en muchos circuitos le silban. El domingo se planteaba interesante dado que se alzaba la posibilidad de ver a los dos metros de arrogancia del peliculero Toto Wolff rebozarse en el barro de la resignación de una vez por todas. En 2013, también, la gente era menos guarra adelantando; Magnussen estaba a un año de irrumpir y Verstappen estaba estudiando el verbo to be en el cole. En 2013, además, los circuitos parecían reticentes a las escapatorias de asfalto; mero espejismo.

Pues no va el muy idiota de Maximiliano y la lía en la salida. Bottas y Hamilton, segundo y tercero, esperaban pacientes que las ruedas blandas de Leclerc dijeran basta. Pero cuando te habías olvidado del ahorro de los neumáticos, coge Leclerc y empieza a pilotar como se hacia en 2013; el del principado redujo a nada la diferencia en la duración que existía entre sus gomas y las de sus perseguidores. Hamilton, sin embargo, tuvo la oportunidad de asaltar el liderato alargando la vida de sus cuatro compuestos deteriorados; necesitaba, eso sí, que la moneda cayese de canto, pero peores cosas se vieron en Shakir y en la isla de Notre Dame. La tragedia se mascaba en las laderas tirolesas: otra victoria de la estrella de tres puntas; hasta que de pronto, el británico, aunque sobrío, piloto de Mercedes, alegaba por radio problemas con el alerón delantero e instaba a sus hombres a cambiarlos. El planeta sonrío.

Carlos Sainz, mientras tanto, se abonó a la idea de guardar neumáticos y, a pesar de que el piloto español rodaba sexto, competía por recortar distancia con Lance Stroll que era decimocuarto o decimoquinto (dígamos que decimoquinto para agigantar la remontada de Charly). En esta casa no hemos sido muy de Sainz; los argentinos explicarían mi sensación llamándole pecho frío. A mi, personalmente, no me ha insipirado mucho las carreras de Sainz, y no ha sido por falta de voluntad. Sin embargo, desde que tumbase la puerta en Abu Dhabi el año pasado, bien se está ganando que cambie de opinión. Esto, tal vez, demuestre que ha tenido mucho que callar en Toro Rosso y Renault. La pantalla del ordenador de su ingeniero mutó a verde. Era el momento de cambiar neumáticos i manar per l'aire a la parrilla entera. Uno a uno fue apartándose a todo aquel que se ponía por delante, sin ningún toque, sin ninguna guarrada... era octavo solo unas vueltas después hasta que el alerón delantero de su McLaren dejó de redirigir el aire como acostumbraba; justo después, le doblaron Charles Leclerc y Maximiliano. Os juro que dura el alerón y torra a Gasly (7º), a Norris (6º), a Hamilton (5º) y a Rosberg (en la cabina de una televisión seria comentando la carrera).

A destacar la carrera de Vettel, que dejó de ser él, para llevar a cabo una excelente remontada que bien mereció podio.

Verstappen también se había apuntado al ancestral ejercicio de cuidar neumáticos. Su ingeniero, susurrándole al oído el plan, sirvió de excepcional preludio. El neerlandés comenzó a exprimir sus neumáticos cuando los cálculos de su ingeniero pronosticaron que llegaría con goma suficiente a las últimas vueltas. Adelantó a to Dios, a Vettel, a Hamilton, a Bottas y hasta a los doblados. Iba segundo, a cinco o seis vueltas del final; y, entonces, recordé que se le había calado el coche en la salida. En esta casa no es que no seamos mucho de Verstappen, es que directamente lo odiamos. Entré en conflicto, de pronto: a un lado estaba la épica victoria de Verstappen aún metiendo la pata en la salida y al otro la primera victoria de Leclerc, un piloto más afín a mi gusto. Dudé realmente sobre si quería ver a Verstappen alzar los brazos en el podio, hasta que a la segunda vuelta de batalla celebré la defensa italiana de Leclerc y me decidí por completo. Una vuelta después Maximiliano hizo de las suyas, TIRÓ A LECLERC DE LA PISTA, y arruinó lo que hubiese sido la mejor carrera de su vida. Mi odio no es gratuitamente dispensado. Querido Carlos, yo también tenía ganas de reventarle la botella de champán en los morritos.