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domingo, 22 de septiembre de 2024

Más allá del fútbol

En el momento en el que los jugadores del Levante Unión Deportiva saltaron anoche al fenomenal estadio de La Romareda para practicar ejercicios de calentamiento a pocos minutos de empezar el partido; en ese momento, tuve un sentimiento muy alejado del fútbol. Atrás quedó un tenebroso viaje por la deteriorada autovía del Mudéjar entre densas nieblas puntuales y chubascos intermitentes que cubrían en un instante el parabrisas del vehículo. También quedó atrás un gris paseo por la Avenida de Fernando el Católico de Zaragoza en busca de un par de perritos calientes del Bar Mostaza -un saludo a la novela Patria y a la tapa de gambas a la plancha que se pedía Nerea y su novio el alemán-, avituallamiento más que necesario para el descanso de un partido que tenía previsto disputarse sábado por la noche a la misma hora de cenar. Sentado en una de las butacas situada convenientemente bajo el abrigo que proporcionaba el techo del estadio, vi salir a los jugadores dejándome abrazar por un puñado de emociones que me atravesaron el ánimo. Difíciles de encontrar, sencillas de sentir, igual de complejas el convertirlas en palabras: simplemente acerté a resumir en: «Estos son los míos». Un sentimiento de pertenencia tan arraigado como genuino. La identificación más pura con un grupo de chavales que, no solamente tienen la misma edad que yo, sino que además representan a mi equipo, nuestro equipo.

El Levante es mi equipo, y lo puedo decir lleno de orgullo a pesar del resultado adverso que se dio anoche. Si se hubieran dedicado a hacer monadas o no les hubiera apetecido también seguiría siendo mi equipo y seguiría diciéndolo, pero tú ya me entiendes: soy del Levante y lo digo sin que solo dependa de mi fidelidad incondicional. Allende la decepción inherente a una derrota, el Levante anoche inspiró en mí una contradictoria sensación de satisfacción, que tampoco brota del optimismo ante la probable opción de ganar el próximo partido de jugar así -que por cierto, lo hay-. Mi agrado, camino hacia el coche, para con el equipo no iba en relación con las esperanzas depositadas en el próximo partido sino más bien con el partido que ya había pasado, con el hecho de que el equipo hubiera jugado un partido así. El de anoche, y además frente al Zaragoza, es el típico relato de dos episodios que se retomará en primavera cuando los aragoneses vengan a jugar a Valencia. ¿Qué granota no tendría ganas de revalidar una derrota tan ajustada como la de ayer?, ¿Qué mejor motivación podrá encontrar Calero para sus jugadores, entonces, que simplemente recordar el partido de anoche?

Qué diferentes fueron otros desplazamientos, en otras temporadas, con otros entrenadores, con mejores resultados y un botín de puntos indiscutiblemente mayor, pero con un juego apático y una sensación sosa abandonando el estadio. El Levante empezó durante los primeros quince minutos siendo sometido por el ataque del Zaragoza que se llevó premio al anotar el primer gol del partido de penalti. Acto seguido, con un juego fulgurante, el Levante que, a tenor del discurrir del encuentro, iba a encontrar el gol de un momento a otro, empató gracias a un tanto de José Luis Morales cuyo disparo, casi desde el suelo, acabó traspasando la línea de gol por unos pocos centímetros. En la segunda parte, pese a seguir disfrutando de un fútbol soberbio, ambos entrenadores ajustaron tácticamente a sus equipos, en especial Víctor Fernández, y el juego se redujo a la parte central del campo. Solo Iván Calero con un derechazo y Brugué que no llegó por poco, se encontraron con la meta rival. Hasta que a unos diez minutos del final el Zaragoza se aprovechó de un mal gesto técnico de Sergio Lozano y se llevó la victoria gracias a un disparo que chocó en el palo antes de entrar. Pero lo más importante de todo no es esto. Lo más importante tampoco es el recuerdo de vuelta en el coche de la pelota a punto de ser controlada por Sergio Lozano. El fútbol juega un papel secundario. Lo más importante es el viaje a Zaragoza, los perritos calientes del descanso, el cuerpo poniéndose del revés al verlos saltar al campo y, finalmente, estar satisfecho, orgulloso y sentirte identificado con tu equipo mientras estás meando el árbol de al lado de donde has aparcado el coche.





lunes, 16 de septiembre de 2024

Viajeros al tren

El sábado por la tarde el Levante consiguió su tercera victoria en cinco partidos. Los otros dos acabaron en empate. Este ritmo de puntuación nos puede permitir volver a Primera División; de hecho, lo hará seguro. Y ante este fulgurante comienzo de les barres blaugranes, el granota promedio con su pase de gol Alboraya en la cartera, duda. Duda otra vez. Duda sobre si liarse la manta a la cabeza y aferrarse al discurso de Julián Calero como un recién nacido se fía de la mano de su padre; o si en cambio le vale más la pena abrazar suavemente los designios de su maltrecho corazón y dejar de pensar en cosas demasiado bonitas para ser ciertas. Todavía no existe en Orriols la persona lo suficientemente valiente para llevarle la contraria a Julián Cañero -gracias Bea por brindarnos el mejor apodo que nuestro entrenador jamás podría haber recibido-, de lo contrario, te mandaría muy cariñosamente a pegarle veinte vueltas al campo de entrenamiento de Buñol y ahí seguro que no se te ocurría rechistar. Yo no soy esa persona. El más avezado lector de este sucedáneo de portal web seguramente disfrutaría viendo mi comportamiento totalmente colaborativo en una charla amistosa con Calero -«sí mi muy señor mío»- ante el inminente riesgo de ser brutalmente sometido a un ejercicio físico mayúsculo con mis tonificados músculos tostándose al sol matutino de Buñol un día despejado de nubes a las mismas doce de la mañana. Pero, bajo el amparo que este sucedáneo me brinda y con el suplicante deseo de que Julián no se pase por aquí, diré: Tengo dudas.

Tengo dudas casi más por lo que oigo que por lo que veo. Lo que veo es que detrás de Morales hay cuatro tíos que son un cañón; lo que oigo es que hay que cerrar la portería, mejorar atrás y defender con balón cuando el resultado nos acompaña. Si tuviéramos defendiendo a Alex Muñoz, Ballesteros, Maldini y Mertesacker y Vyntra de carrileros os juro que no hacía salir al equipo ni para tirar la basura. ¿Qué se supone que debe hacer un Caparrós de la vida con Diop, Mate y Sissoko en el centro del campo?, ¿cortar y regar el césped?, ¿echar el balón a menos de dos metros del suelo?, ¿hacer un rondo antes de empezar el entrenamiento? Se me entiende. Al contrario de todo eso tenemos a Andrés Garcia -que tiene de lateral lo que yo tengo de xoto-, Elgezabal -ok-, Cabello -...- y Pampín -un mediapunta que un día un entrenador panenquita lo puso de lateral para sumar efectivos en fase ofensiva ante un bloque bajo-. Pues Calero ve a estos cuatro -junto con Andrés Fernández, que puede ser el mejor portero de la categoría- y en su castizo acento de chulapa madrileño dice: «Buah, no nos va a meter gol ni Dios». Como contrapunto, en el otro lado del campo, jugamos, sí jugamos, con Sergio Lozano, Pablo Martínez y Carlos Alvarez -que no sé cómo no están en Primera División-, Roger Brugué -un misil en Segunda División- y, cuando se decidan a trasladar a Morales al banquillo, Carlos Braut Espí. Pues Calero ve a estos cinco celebrar un gol como cabrones y en su castizo acento de chulapa madrileño dice: «Ahora toca defender con el balón».

Este Levante tiene una mayor facilidad para hacer tres goles, que para no recibir ninguno en todo el partido. El granota promedio debería ver los partidos con la tranquilidad que si el equipo concede uno o dos goles todavía tiene capacidad para contrarrestar el golpe e, incluso concediendo tres, podría optar a ganar el partido. Y esto, lo de tener el álbum de cromos en punta de ataque, pero defender nuestra portería con mejunje Art Attack -cola y papel a partes iguales- es algo que viene ocurriendo desde hace algunas temporadas y que ha sobrevivido al paso de varios entrenadores con una inclinación por poco obsesiva a mantener nuestra portería libre de goles. El empeño en defender, aún con tus peores jugadores, a cambio de no atacar, ahogando a los mejores, es algo que despierta mi más ingenua curiosidad. No obstante, Calero tampoco está potenciando nuestra mejor arma, como hacía Calleja, que no quiere decir que sea igual que Calleja, que no quiere decir que sea peor que Calleja. En Orriols están cambiando las cosas y lo que no hace mucho era cruz, ahora es cara. Con el resultado a favor y después de echar el equipo hacia atrás, las victorias en El Molinón y en Cartagonova hubieran acabado en empate no hace mucho tiempo, no muy lejos de aquí. Después de que el árbitro les hiciera pasar las más oscuras penurias a los jugadores del Eldense y nos sirviera la victoria en bandeja ante un equipo que se defendía con dos hombres menos, el Levante, obligado a marcar, lo hizo y ganó. Con tres a uno en el marcador y el partido visto para sentencia, el Levante se regaló unos minutos de pachangeo paver kien metía gol que recordó a la típica kedada con los xavales en las pistas municipales de Marxalenes que por cinco euros por cabeza alquilas un campo una hora y por seis, te dan balón. ¿cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que pasó? El Levante es líder de Segunda y solo Racing y Éibar le siguen el ritmo. El sábado visitamos La Romareda, estadio del Zaragoza que nos sigue a un punto de distancia, y para entonces prefiero que dirija a nuestros jugadores Calero, por mucho cariño que le tenga a las ventajas de un solo gol, que Calleja, que además es miedica.

Me subo al tren más por la fidelidad ciega que le tengo al Levante que por el convencimiento más puro, pero os invito a acompañarme.