En el año 2011, Pirelli llegó a la Fórmula 1, como único suministrador, relevando a Bridgestone, que tras la marcha de Michelín, sumó dos temporadas compitiendo solo. Presentó ante el mundo unos neumáticos super adherentes, pero que se consumían tras pocas vueltas. Esto generaba una mala prensa, decía la prensa, porque los Pirelli no duraban. En el Gran Premio de Gran Bretaña de 2013, un momento crucial en toda esta historia, hasta cuatro pilotos vieron como sus neumáticos se desintegraban en mitad de la recta a la tan típica como desagradable velocidad de un Fórmula 1. Siete días después, en el circuito de Nürbürgring, Pirelli llevó unos neumáticos que, por favor, no se pincharan, Vettel ganó quince de las diez carreras que quedaban -sí, quince de las diez- y Alonso perdió el mundial; el alonsismo cuenta con tantas llagas en su corazón como temporadas desde 2007 en adelante.
Como si esto fuera una clase de econometría, como si hoy tocara estudiar el equilibrio de Nash, como si todo se redujese a un juego de suma cero -grupo de palabras impregnados de rimbombancia pero que nunca he sabido distinguir, por ejemplo, de los juegos de suma uno-. Desde entonces, Pirelli ha priorizado la durabilidad de sus compuestos por encima de sus prestaciones. ¿Para qué mejorar el agarre que nadie ve si puedo hacer que cualquiera vea que nuestros neumáticos duran una vuelta más?, ¿qué avance, que sin embargo adelante el deterioro de las gomas, merece la pena?, ¿acaso hay alguien que haga mejores neumáticos que yo? Tras doce años descendiendo por esta espiral conservadora, las carreras de ahora ya no son de una parada, sino de una parada obligatoria. Cualquiera podría acabar con los mismos neumáticos con los que empezó, para mayor gloria de la prensa de Pirelli.
No voy a decir la tontería que a Pirelli le iría mejor con, que sin competencia, que hay que tener a los amigos cerca pero a los enemigos más y que la rivalidad solo hará que hacernos mejores, pero una pugna por dirimir qué fabricante hace el mejor neumático del mundo puede disparar la expansión de la marca, aunque, a la luz de la deriva timorata desde aquel crucial Gran Premio de Gran Bretaña, Pirelli debe pensar que perdería.



