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miércoles, 30 de abril de 2025

Número 17

Aprovechando mi descanso respecto de la setentaycincoañera, voy a tratar un tema discutido en los podcasts y programas que sigo y que han hecho mucho más por mantenerme ligado a la Fórmula 1, que la propia Fórmula 1 vendiendo su alma a Maiami a cambio de una ingente cantidad de dinero. Debería haber más de un suministrador de neumáticos. Si plasmase todas las razones que me están alejando de este deporte, ordenadas de más grave a más leve, en un pergamino dejado caer desde la quinta planta de un edificio de viviendas, éste tocaría el suelo -me reservo el derecho a revelar el tamaño de la fuente y el detalle de los argumentos-. En esta aciaga lista de la frustración y el martirio, el asunto relacionado con el número de suministradores de neumáticos ocuparía la posición 17, sin embargo, lo más sangrante no es que el lector crea que haya dedicado un fin de semana a apuntar en una libreta, con el escudo del Levante en una de las tapas, todos los motivos por los que debería dejar de ver la Fórmula 1, lo peor de todo es que hay 16 por delante, y todavía queda un carro por detrás.

En el año 2011, Pirelli llegó a la Fórmula 1, como único suministrador, relevando a Bridgestone, que tras la marcha de Michelín, sumó dos temporadas compitiendo solo. Presentó ante el mundo unos neumáticos super adherentes, pero que se consumían tras pocas vueltas. Esto generaba una mala prensa, decía la prensa, porque los Pirelli no duraban. En el Gran Premio de Gran Bretaña de 2013, un momento crucial en toda esta historia, hasta cuatro pilotos vieron como sus neumáticos se desintegraban en mitad de la recta a la tan típica como desagradable velocidad de un Fórmula 1. Siete días después, en el circuito de Nürbürgring, Pirelli llevó unos neumáticos que, por favor, no se pincharan, Vettel ganó quince de las diez carreras que quedaban -sí, quince de las diez- y Alonso perdió el mundial; el alonsismo cuenta con tantas llagas en su corazón como temporadas desde 2007 en adelante.

Como si esto fuera una clase de econometría, como si hoy tocara estudiar el equilibrio de Nash, como si todo se redujese a un juego de suma cero -grupo de palabras impregnados de rimbombancia pero que nunca he sabido distinguir, por ejemplo, de los juegos de suma uno-. Desde entonces, Pirelli ha priorizado la durabilidad de sus compuestos por encima de sus prestaciones. ¿Para qué mejorar el agarre que nadie ve si puedo hacer que cualquiera vea que nuestros neumáticos duran una vuelta más?, ¿qué avance, que sin embargo adelante el deterioro de las gomas, merece la pena?, ¿acaso hay alguien que haga mejores neumáticos que yo? Tras doce años descendiendo por esta espiral conservadora, las carreras de ahora ya no son de una parada, sino de una parada obligatoria. Cualquiera podría acabar con los mismos neumáticos con los que empezó, para mayor gloria de la prensa de Pirelli.

No voy a decir la tontería que a Pirelli le iría mejor con, que sin competencia, que hay que tener a los amigos cerca pero a los enemigos más y que la rivalidad solo hará que hacernos mejores, pero una pugna por dirimir qué fabricante hace el mejor neumático del mundo puede disparar la expansión de la marca, aunque, a la luz de la deriva timorata desde aquel crucial Gran Premio de Gran Bretaña, Pirelli debe pensar que perdería.



martes, 22 de abril de 2025

Como director de arte

Aprovechando que este fin de semana me he concedido una tregua con la setentaycincoañera y no he visto nada del Gran Premio de Arabia Saudí, me gustaría expresar una opinión muy particular acerca del Gran Premio de Baréin: debería disputarse bajo luz diurna, tal y como fue concebido. A pesar que obstruya ese afán por ser espectacular que últimamente la Fórmula 1 promociona, la ingesta cantidad de focos vomitando luz artificial ya no le sienta bien, de asumir que hubo un momento en el que tuvo su gracia. Las carreras disputadas con nocturnidad -premeditación y alevosía- han dejado de sorprenderme y ya no cautivan mi mirada. Ahora, y desde hace un tiempo, veo a través de la bruma color oro con la que son bañados coches y curvas, y los reflejos y destellos de las luces que cruzan a gran velocidad por la visera, casco y carrocería me pasan desapercibidos. Además de lo contrario y poco natural que me resulta que, precisamente, el desierto, lugar apartado donde este circuito fue dejado caer, sea iluminado por bombillas y farolas en lugar de por la luz del sol.

Las carreras nocturnas ya no gozan de mi atención. En primer lugar, porque en septiembre se cumplirán diez y siete años de la primera en la historia de la Fórmula 1 y, si bien me acerqué a ella lleno de curiosidad, pasadas unas temporadas, que ya sabía cómo era, las empecé a ver sin mayor aliciente. Después, cuando la novedad ya ha perdido frescura, como si fuera un chicle de menta, ¿cómo puede ser atractivo si ya hay tantas bajo los focos como disputadas en Europa? Y, por último, todos estos Grandes Premios inyectados en glamour, ellos solos, se han ido situando en una misma categoría en la que predominan las comisiones golosas, una promoción comercial desmesurada y lo aburridos y parecidos que son. El circuito de Marina Bay, en Singapur, que rezumaba innovación, modernidad y progreso en 2008, ahora ha quedado relegado a ser uno más; Mónaco, liderando el cuadro de circuitos urbanos, tardará más en caer, pero con tantos queriendo ser el nuevo Mónaco, lo acabaran exprimiendo hasta que solo sea uno más.

El escenario en una carrera de Fórmula 1 es mucho más importante de lo que se quiere admitir en una época en la que lo primero que se acuerda es la ciudad, luego se valora el lugar y, por último, se construye y diseña el circuito. Haré lo posible por explicarme: en un campeonato que busca recorrer el planeta desde los tiempos en que Bernie Ecclestone era joven, el poder que tiene un Gran Premio en medio del desierto es insustituible. La Fórmula 1 aspira -o debería hacerlo- a ser una competición en la que, quince días después de organizar una carrera en los Alpes, viajase para correr entre dunas y arena, para luego colmar el paseo marítimo de Mónaco. Sus carreras deberían ser, y lo son para mí, como una película, como el capítulo de un libro, en la que el espectador se sumerja en el paraje, y no solo disfrute de la carrera o de la técnica, sino que, viendo el coche de Leclerc doblándose en las curvas a toda velocidad, se imagine a Brad Pitt bordando el cine en Babel, dirigida por González Iñárritu. Ojalá la Fórmula 1 fuese como Babel y Sakhir dejase de ser ese circuito que por sumarse a la moda y sacar músculo con sus focos y luces, esconda su mayor virtud.



lunes, 14 de abril de 2025

Programa de centrifugado

Una vez acabado el Gran Premio de Baréin estaba abrumado, sin saber muy bien qué había pasado. Tuve la misma sensación que cuando acabé de ver Tenet, la mayor ida de olla que he visto jamás; una botella, puesta de pie y que pierde agua, pero por la tapa. Al igual que con la película indudablemente dirigida por el sobrao de Nolan, dejé de destinar esfuerzos para enterarme de qué estaba sucediendo pasado el primer cuarto de hora, en el que solo se encadenaron sin sentidos. Hasta que alguien puso algo de orden y sacaron el Safety Car -para parar la carrera, por el amor de Dios-, el aficionado promedio a los coches caros y con pegatinas se columpiaba en un vaivén frenético, rodeado y aplastado por agua, detergente y ropa mojada en la fase de centrifugado de la lavadora. El segundo acto, tras el choque leve entre Sainz y Tsunoda que provocó la salida del coche de seguridad, pareció un ejercicio de meditación, en comparación, a pesar de una persecución vibrante y ajustada en los puestos de podio.

Como si esto siguiera siendo una obra de Nolan, se puede comentar acerca de las decisiones tomadas por el director en torno a cómo contar la historia y cuándo enseñar qué, que hacen enredar el entendimiento del público y dejan espectadores frustrados por el camino. No estoy plenamente seguro de lo que voy a decir, porque con la mayor de mis honestidades: ayer no me enteré de nada, pero tal vez la realización y la selección de cámaras tuvieron que ver en que, a la veintena de vueltas, mirase la tele como quien mira la pared. No me gustaría culpar al realizador, al Nolan de la Fórmula 1, de haber estado yo despistado en una carrera difícil de seguir. De lo que sí estoy seguro es que el nivel, en esta materia, ha disminuido en comparación con las siete u ocho carreras que vi la temporada pasada, de las que recuerdo halagar el montaje y las imágenes ofrecidas de los Grandes Premios con algún amigo que, para entonces, ya estaba moderadamente hastiado de oírme hablar de Fórmula 1.

Ciñéndome a lo que conseguí destilar de la agitada carrera de ayer, creo que la degradación de los neumáticos fue superior a la esperada en las primeras vueltas, Hülkenberg y Ocon entraron en boxes y empezaron a rodar rapidísimo, especialmente el segundo, y entonces se desencadenó la parada prematura del resto de la parrilla. Entre los pilotos lentos, que pararon antes, y marchaban por delante y los pilotos rápidos, que pararon después, y marchaban por detrás se desató una marabunta, especialmente animada, a base de palos, hasta que la salida del Safety Car, parada en boxes mediante, igualó el deterioro de los neumáticos de todos. Pero no me hagas mucho caso, puede que no pasara nada de eso.

Sin embargo, hay más motivos que abrigan estar abrumado, estar desbordado. El pasado fin de semana ha sido el cuarto de los últimos cinco con Gran Premio de Fórmula 1, y esto, lejos de ser una situación excepcional, no solo se repetirá regularmente en otros momentos de la temporada, sino que será seguido por el Gran Premio de Arabia Saudí, el quinto en seis domingos. Y yo, que en el punto álgido de la clasificación del sábado, con la imagen vertiginosa de la cámara instalada en el coche de Antonelli cubriendo la pantalla, pienso en lo repetitivo que es esto, me aburro siguiendo el ritmo sin descanso de la Fórmula 1. Pesaos. Que llegue ya el circuito de Ímola, pero que se espere quince días.



domingo, 6 de abril de 2025

El compasivo

No me escondo: si el césped ardiendo durante las sesiones de entrenamiento no hubiera sido el del circuito de Suzuka y sí hubiera sido el de otros circuitos, que el avezado lector ya conoce, donde no hay césped pero sí alcantarillas, habría apagado la tele. Imagínate ser el dueño de un sucedáneo de portal web para luego esconderte de opiniones que oponen resistencia a la coherencia y que alimentan la tan humana contradicción, imagínate ser xoto y negarte a celebrar una victoria en el Bernabéu porque eres del Valencia y el Valencia debería ganar siempre en el Bernabéu, imagínate ser xoto -no tengo nada más que añadir-. El disgusto por ver a los coches dirigirse al garaje porque se está quemando parte del césped que rodea el circuito se pasa rápido cuando, tras la reanudación, Verstappen va limando cada palmo de asfalto que ofrece la curva del cucharón; maldices cuando el césped ha pegado a arder otra vez, pero te ponen una cámara lenta de Piastri doblando el coche en la chicane y a Suzuka se lo perdonas todo.

El Gran Premio de Verstappen ha sido de los que se recuerda al acabar la temporada, de los que se menciona al repasar las mayores gestas de su carrera. Y lo ha hecho sin adelantar ni una sola vez, al más puro estilo de Fernando Alonso en Singapur 2010. Citar a El Nano y su paso por Ferrari no es una casualidad sin más. El arranque de temporada de Max, con un podio pescado, una cuarta posición primorosa y un carrerón con victoria, recuerda a la temporada 2012 de Alonso en Ferrari. Una caja de cerillas por coche y un pilotaje sobresaliente les une. Y ahora me reconozco deseándole a Verstappen el éxito que no tuvo Fernando, como si la gloria de MadMax convirtiera a El Nano en tricampeón en aquella aciaga tarde en Interlagos. Verstappen es un tipo arrebatadoramente rápido, con el carácter justo para no ser un gilipollas y cuando habla lo hace con total transparencia y cierta lógica. Su carrera libre de adelantamientos, por tanto, libre de cerdadas, me tiene germinando el fenómeno fan. Algún día superaré Brasil 2012.

La Fórmula 1 pasa por un momento que identifico con el deporte que me aficionó, Albert Park y Suzuka se han volcado con esta causa. La falta de ritmo de Piastri en las eses del primer sector durante su vuelta de clasificación del sábado le costó la carrera del domingo porque, solo no haber hecho la pole, le ha impedido ganar. Alonso acaba undécimo porque adelanta a Gasly en la salida, sino no habría tenido otra oportunidad en toda la carrera. El día que un tío salga quinto y acabe primero volverá a ser fruto de una actuación descomunal. Las procesiones, de uno en uno, de coches caros con pegatinas no son aburridas, son la Fórmula 1. Quiero explicarme más breve y claramente: así las cosas, los errores se pagan y las genialidades son recompensadas. Y sigo sin saber el nombre del director de comisarios. Afrontando, como un hombre, que mi destino es el Gran Premio de Bahréin y luego el de Arabia Saudí y luego el de Miami, valoro pegar la espantada, soltar una bomba de humo, oír a Víctor Abad los lunes y aparecer el 18 de mayo, como quien no quiere la cosa, con motivo del Gran Premio della Emilia Romagna, en el circuito de Imola, porque no sé si seré tan compasivo con una bandera roja, una carrera aburrida o una barra libre de adelantamientos.