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domingo, 22 de septiembre de 2024

Más allá del fútbol

En el momento en el que los jugadores del Levante Unión Deportiva saltaron anoche al fenomenal estadio de La Romareda para practicar ejercicios de calentamiento a pocos minutos de empezar el partido; en ese momento, tuve un sentimiento muy alejado del fútbol. Atrás quedó un tenebroso viaje por la deteriorada autovía del Mudéjar entre densas nieblas puntuales y chubascos intermitentes que cubrían en un instante el parabrisas del vehículo. También quedó atrás un gris paseo por la Avenida de Fernando el Católico de Zaragoza en busca de un par de perritos calientes del Bar Mostaza -un saludo a la novela Patria y a la tapa de gambas a la plancha que se pedía Nerea y su novio el alemán-, avituallamiento más que necesario para el descanso de un partido que tenía previsto disputarse sábado por la noche a la misma hora de cenar. Sentado en una de las butacas situada convenientemente bajo el abrigo que proporcionaba el techo del estadio, vi salir a los jugadores dejándome abrazar por un puñado de emociones que me atravesaron el ánimo. Difíciles de encontrar, sencillas de sentir, igual de complejas el convertirlas en palabras: simplemente acerté a resumir en: «Estos son los míos». Un sentimiento de pertenencia tan arraigado como genuino. La identificación más pura con un grupo de chavales que, no solamente tienen la misma edad que yo, sino que además representan a mi equipo, nuestro equipo.

El Levante es mi equipo, y lo puedo decir lleno de orgullo a pesar del resultado adverso que se dio anoche. Si se hubieran dedicado a hacer monadas o no les hubiera apetecido también seguiría siendo mi equipo y seguiría diciéndolo, pero tú ya me entiendes: soy del Levante y lo digo sin que solo dependa de mi fidelidad incondicional. Allende la decepción inherente a una derrota, el Levante anoche inspiró en mí una contradictoria sensación de satisfacción, que tampoco brota del optimismo ante la probable opción de ganar el próximo partido de jugar así -que por cierto, lo hay-. Mi agrado, camino hacia el coche, para con el equipo no iba en relación con las esperanzas depositadas en el próximo partido sino más bien con el partido que ya había pasado, con el hecho de que el equipo hubiera jugado un partido así. El de anoche, y además frente al Zaragoza, es el típico relato de dos episodios que se retomará en primavera cuando los aragoneses vengan a jugar a Valencia. ¿Qué granota no tendría ganas de revalidar una derrota tan ajustada como la de ayer?, ¿Qué mejor motivación podrá encontrar Calero para sus jugadores, entonces, que simplemente recordar el partido de anoche?

Qué diferentes fueron otros desplazamientos, en otras temporadas, con otros entrenadores, con mejores resultados y un botín de puntos indiscutiblemente mayor, pero con un juego apático y una sensación sosa abandonando el estadio. El Levante empezó durante los primeros quince minutos siendo sometido por el ataque del Zaragoza que se llevó premio al anotar el primer gol del partido de penalti. Acto seguido, con un juego fulgurante, el Levante que, a tenor del discurrir del encuentro, iba a encontrar el gol de un momento a otro, empató gracias a un tanto de José Luis Morales cuyo disparo, casi desde el suelo, acabó traspasando la línea de gol por unos pocos centímetros. En la segunda parte, pese a seguir disfrutando de un fútbol soberbio, ambos entrenadores ajustaron tácticamente a sus equipos, en especial Víctor Fernández, y el juego se redujo a la parte central del campo. Solo Iván Calero con un derechazo y Brugué que no llegó por poco, se encontraron con la meta rival. Hasta que a unos diez minutos del final el Zaragoza se aprovechó de un mal gesto técnico de Sergio Lozano y se llevó la victoria gracias a un disparo que chocó en el palo antes de entrar. Pero lo más importante de todo no es esto. Lo más importante tampoco es el recuerdo de vuelta en el coche de la pelota a punto de ser controlada por Sergio Lozano. El fútbol juega un papel secundario. Lo más importante es el viaje a Zaragoza, los perritos calientes del descanso, el cuerpo poniéndose del revés al verlos saltar al campo y, finalmente, estar satisfecho, orgulloso y sentirte identificado con tu equipo mientras estás meando el árbol de al lado de donde has aparcado el coche.





lunes, 16 de septiembre de 2024

Viajeros al tren

El sábado por la tarde el Levante consiguió su tercera victoria en cinco partidos. Los otros dos acabaron en empate. Este ritmo de puntuación nos puede permitir volver a Primera División; de hecho, lo hará seguro. Y ante este fulgurante comienzo de les barres blaugranes, el granota promedio con su pase de gol Alboraya en la cartera, duda. Duda otra vez. Duda sobre si liarse la manta a la cabeza y aferrarse al discurso de Julián Calero como un recién nacido se fía de la mano de su padre; o si en cambio le vale más la pena abrazar suavemente los designios de su maltrecho corazón y dejar de pensar en cosas demasiado bonitas para ser ciertas. Todavía no existe en Orriols la persona lo suficientemente valiente para llevarle la contraria a Julián Cañero -gracias Bea por brindarnos el mejor apodo que nuestro entrenador jamás podría haber recibido-, de lo contrario, te mandaría muy cariñosamente a pegarle veinte vueltas al campo de entrenamiento de Buñol y ahí seguro que no se te ocurría rechistar. Yo no soy esa persona. El más avezado lector de este sucedáneo de portal web seguramente disfrutaría viendo mi comportamiento totalmente colaborativo en una charla amistosa con Calero -«sí mi muy señor mío»- ante el inminente riesgo de ser brutalmente sometido a un ejercicio físico mayúsculo con mis tonificados músculos tostándose al sol matutino de Buñol un día despejado de nubes a las mismas doce de la mañana. Pero, bajo el amparo que este sucedáneo me brinda y con el suplicante deseo de que Julián no se pase por aquí, diré: Tengo dudas.

Tengo dudas casi más por lo que oigo que por lo que veo. Lo que veo es que detrás de Morales hay cuatro tíos que son un cañón; lo que oigo es que hay que cerrar la portería, mejorar atrás y defender con balón cuando el resultado nos acompaña. Si tuviéramos defendiendo a Alex Muñoz, Ballesteros, Maldini y Mertesacker y Vyntra de carrileros os juro que no hacía salir al equipo ni para tirar la basura. ¿Qué se supone que debe hacer un Caparrós de la vida con Diop, Mate y Sissoko en el centro del campo?, ¿cortar y regar el césped?, ¿echar el balón a menos de dos metros del suelo?, ¿hacer un rondo antes de empezar el entrenamiento? Se me entiende. Al contrario de todo eso tenemos a Andrés Garcia -que tiene de lateral lo que yo tengo de xoto-, Elgezabal -ok-, Cabello -...- y Pampín -un mediapunta que un día un entrenador panenquita lo puso de lateral para sumar efectivos en fase ofensiva ante un bloque bajo-. Pues Calero ve a estos cuatro -junto con Andrés Fernández, que puede ser el mejor portero de la categoría- y en su castizo acento de chulapa madrileño dice: «Buah, no nos va a meter gol ni Dios». Como contrapunto, en el otro lado del campo, jugamos, sí jugamos, con Sergio Lozano, Pablo Martínez y Carlos Alvarez -que no sé cómo no están en Primera División-, Roger Brugué -un misil en Segunda División- y, cuando se decidan a trasladar a Morales al banquillo, Carlos Braut Espí. Pues Calero ve a estos cinco celebrar un gol como cabrones y en su castizo acento de chulapa madrileño dice: «Ahora toca defender con el balón».

Este Levante tiene una mayor facilidad para hacer tres goles, que para no recibir ninguno en todo el partido. El granota promedio debería ver los partidos con la tranquilidad que si el equipo concede uno o dos goles todavía tiene capacidad para contrarrestar el golpe e, incluso concediendo tres, podría optar a ganar el partido. Y esto, lo de tener el álbum de cromos en punta de ataque, pero defender nuestra portería con mejunje Art Attack -cola y papel a partes iguales- es algo que viene ocurriendo desde hace algunas temporadas y que ha sobrevivido al paso de varios entrenadores con una inclinación por poco obsesiva a mantener nuestra portería libre de goles. El empeño en defender, aún con tus peores jugadores, a cambio de no atacar, ahogando a los mejores, es algo que despierta mi más ingenua curiosidad. No obstante, Calero tampoco está potenciando nuestra mejor arma, como hacía Calleja, que no quiere decir que sea igual que Calleja, que no quiere decir que sea peor que Calleja. En Orriols están cambiando las cosas y lo que no hace mucho era cruz, ahora es cara. Con el resultado a favor y después de echar el equipo hacia atrás, las victorias en El Molinón y en Cartagonova hubieran acabado en empate no hace mucho tiempo, no muy lejos de aquí. Después de que el árbitro les hiciera pasar las más oscuras penurias a los jugadores del Eldense y nos sirviera la victoria en bandeja ante un equipo que se defendía con dos hombres menos, el Levante, obligado a marcar, lo hizo y ganó. Con tres a uno en el marcador y el partido visto para sentencia, el Levante se regaló unos minutos de pachangeo paver kien metía gol que recordó a la típica kedada con los xavales en las pistas municipales de Marxalenes que por cinco euros por cabeza alquilas un campo una hora y por seis, te dan balón. ¿cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que pasó? El Levante es líder de Segunda y solo Racing y Éibar le siguen el ritmo. El sábado visitamos La Romareda, estadio del Zaragoza que nos sigue a un punto de distancia, y para entonces prefiero que dirija a nuestros jugadores Calero, por mucho cariño que le tenga a las ventajas de un solo gol, que Calleja, que además es miedica.

Me subo al tren más por la fidelidad ciega que le tengo al Levante que por el convencimiento más puro, pero os invito a acompañarme.



domingo, 25 de agosto de 2024

Serenidad

Tiempo de descuento en Orriols. La acción se sitúa en el recientemente renovado Ciutat de València. Ahora sus asistentes cuentan con una cubierta que sobrevuela todo el perímetro del estadio y que no solo permite disfrutar de una merecida sombra en la mayor parte de las localidades, sino que también brinda una acústica en ciertos momentos del todo ensordecedora. Unos asientos más allá, un recién nacido porta unos cascos que protegen sus oídos como consecuencia de tener una madre preocupada, previsora. En el momento que nos ocupa, la grada está totalmente volcada sobre el jugador rival Gonzalo Escalante que, con sus músculos fatigados, muestra gestos de aparente dolor. En la otra portería, segundos antes, el Levante ha fallado su quinto mano a mano del partido en lo que acabó por ser una exhibición del guardameta David Gil en las distancias cortas. El público ruge enfervorizado a medio camino entre la rabia y la fustración.

Quien te ha visto y que te ve. El dueño de este sucedáneo de portal web que, no hace mucho tiempo, no muy lejos de aquí hubiera estado nervioso, expresivo, apremiando a Gonzalo y luego con las manitas juntas rogando un último gol granota, ahora se muestra sereno guardando apaciblemente su asiento. Saboreando el momento como si fuera una onza de chocolate Valor almendrado. Ajeno al delirio generalizado que le rodea, imaginándose cómo sería todo con unos cascos alrededor de las orejas, imaginando lo aburrido que sería. El mismo que parece estar viendo con pachorra una competición de tiro con arco, no comprende qué le lleva a sus compañeros de sitio y al resto de estadio a querer expulsar el corazón por la boca. El mismo que el día del empate contra el Zaragoza hubiera rodeado de aspavientos e improperios el aire circundante, ahora no encuentra motivo alguno para alterar el estado de sosiego en el que se encuentra sumergido. Ángel Algobia, un esforzado mediocentro que viste dignamente la samarreta de les barres blaugranes, lleva la pelota hasta el área rival empujado por el grito emocionado del espectador granota; mientras el dueño de este sucedáneo de portal web henchido de honestidad hasta el más diminuto de sus capilares solo puede pensar: «buah, xaval, no puedo estar más tranquilo».

Os voy a contar una cosa -asumiendo que mi público sea superior a una persona-: no creo que el Levante vaya a subir a Primera División al final de esta temporada. Puedo estar equivocado, no asumo como cierto exactamente todo lo que pienso, no soy de esos. Puedo estar equivocado y ojalá lo esté, me encantaría, pero decir algo contrario sería engañarme a mí mismo y eso, lo de engañarse, se lo dejó a la facción más cerrada de los xotos y a colectivos de similar enjundia. Bajo el color del prisma con el que veo el fútbol, el Llevant Unió Esportiva no está en la carrera para conseguir el ascenso y eso solo significa una cosa: que el Levante no tiene la obligación de ganar todos los partidos. Desde que la situación se complicó con la destitución de Paco y contratación de Javi Pereira, el Levante ha vivido en un ganar o morir domingo sí, domingo también. El empate era botín insuficiente en todos los partidos que precedieron a los de esta temporada, salvo aquella visita a Mestalla protagonizada por el perímetro craneal de Óscar Duarte. Del partido puedo contar poco, si me dicen que David Aganzo salió en la segunda parte a apuntalar el ataque, me lo creo. Pasé de disfrutar analizando el partido mientras sufría por no meter gol a simplemente disfrutar del fútbol. La tierra prometida también existe en Segunda División.



domingo, 18 de agosto de 2024

La cabeza de un alfiler

Doña Segunda División, la dueña de nuestras emociones más primarias, está sentada en una rígida silla de madera apoyada sobre un tablero que descansa, en perfecto equilibrio, sobre la cabeza de un alfiler que está pinchando el culo de Pepelu. Acupultura de la buena para el reciente capitán del Valènsia. Bueno, bien, en realidad Pepelu y ese culo xoto que tiene sobran. Doña Segunda División mantiene el equilibrio sobre la cabeza de un alfiler. La señora ni se inmuta, parece ajena a la casualidad que la conserva firme. Sin embargo, sus partidos son tan igualados que, paradójicamente, cualquier cosa los puede hacer vencer hacia un lado o hacia el otro.

Doña Segunda División debería estudiarse en las clases de la asignatura de «Probabilidad y Simulación». Llega el mes de abril y once equipos optan al ascenso o la diferencia entre el primero y el último son quince puntos o demás pregones que copan la portada de Marca.com. Pero yo veo partidos como el de esta tarde y suelto con el más castizo de mis acentos: «Poj claro». En el segundo minuto de la temporada el Sporting de Gijón anota un gol que acaba siendo anulado por fuera de juego. Veinte minutos después se saca una falta rápido y diez minutos después el portero está despistado. Y tú, que aprovechas el descanso para sacar la basura, bajas las escaleras creyendo que tu equipo es el Real Madrid multicampeón de Europa pero con una mosca que te persigue la oreja mientras piensas lo diferente que hubiera sido el viaje en ascensor de vuelta si Elgezábal deja el pie un poco más atrás. El fútbol de los momentos que tanta gracia hace a Doña Segunda División.

Voy a decir una cosa: El Levante podría haber jugado exactamente este mismo partido pero haber perdido tres a cero sin que ninguna cosa futbolisticamente improbable hubiera pasado. Tampoco digo que el Sporting nos haya superado con su juego, de hecho, no lo ha hecho. En esta casa, hemos visto  este partido cincuenta veces en los últimos dos años -tras el descenso- y sabemos perfectamente que Doña Segunda División puede engullir rendimientos tan excelentes como los de Carlos o Kochorashvili y luego devolver un empate a dos como una casa. Nada es fruto del juego. Me puedo imaginar al puñado de aficionados granotas que se han desplazado a Gijón y que ahora conducen a casa disfrutando de una victoria inaugural por primera vez desde 2018, permitiéndose un minuto de ilusión, dibujando un ascenso en mayo, veintidós victorias, ganando en Mestalla la temporada que viene... y yo pienso en lo frágil que es todo bajo la dirección de Doña Segunda División, la dueña de nuestras emociones más primarias.



domingo, 11 de agosto de 2024

Creo que te entiendo

Benvinguts al Estadi Ciutat de València Martínez Valero on es va disputar el partit corresponent a la jornada número zero del campionat de lliga de Segona Divisió que enfrontarà al Elx Club de Fútbol front al nostre Llevant Unió Esportiva. Els equips presenten per a hui la següent alineació. Cuando solo quedan siete días para que la temporada dé comienzo en Gijón, el grupo que conduce Julián Calero muestra indicios de estar preparado. Calero ha evitado el mayor temor de todo entrenador y al término de la pretemporada su equipo parece ordenado y bien entrenado; los movimientos y las decisiones de sus jugadores, mayormente correctas, tiene un motivo superior a su propia intuición y experiencia, es decir, los dicta su jefe. Ayer, tras el primer corner del partido a favor del Levante, el equipo replegó a sus puestos en dos parpadeos para alegría del dueño de este sucedáneo de portal web, partidario de un fútbol más fantasioso, y para satisfacción plena de Julián que, aunque no lo vi de cerca, me lo puedo imaginar fácilmente. Tanto es así que, de no ser por las camisetas huérfanas de apellidos y la participación de algún juvenil o jugador candidato a las apariciones esporádicas, yo habría pensado que el de ayer se trataba directamente un partido de liga. Piropazo.

El avezado lector de este sucedáneo de portal web conocerá perfectamente mi acérrima animadversión para con entrenadores como Calero. Su contratación no colmó mi corazón granota de alegría. Con equipos tan repelentes como aquel Burgos que perdió fuerza en plena carrera por el ascenso y con declaraciones tan amables y consideradas como la manoseada: «Que los rivales odien nuestro fútbol es una señal inequívoca de que estamos haciendo las cosas bien» -me pregunto cuántas veces usan la palabra «inequívoca» este tipo de entrenadores salvo para decir esa chorrada- Julián Calero ha ido labrando mi total y leal admiración. Es ironía. Sin embargo, debo puntualizar una cosa, ayer el Levante jugó al fútbol mucho más de lo que esperaba, si bien mis expectativas eran nulas. Y eso me pone feliz y me hace abrigar la esperanza de que en este campeonato no vamos a visitar los campos de España, con nuestro escudo como estandarte, brotando la irritación de los rivales a cambio de conseguir un puñado de puntos y una victoria tan inequívoca como vergonzosa.

Si este Levante nuestro fuera un estudiante y el próximo domingo tuviera un examen en Gijón, no se le podría negar a nuestro querido alumno que le ha puesto empeño para prepararse la prueba. Más allá de destellos en jugadas concretas como el repliegue en los primeros minutos o una excelente combinación, claramente preparada, tras un saque de meta, el Levante tuvo una idea y ordenó su juego alrededor de esa idea. Dos extremos estaban tapando la banda -Morales y Brugué- sin balón para pasar al centro del ataque y dejar el camino libre a los laterales -Marcos y Andrés-. Una solución táctica que se mantuvo incorruptible ante el paso de los minutos y que permitió, especialmente en el primer acto, cargar el área rival con tres jugadores, más Pablo. El gol del recambio de Javi Guerra vino gracias a un potente latigazo que no sé si pilló despistado a Edgar Badía o, en cambio, lo despistó; la perspectiva que ofrecía mi localidad en el Martínez Valero no me dejó apreciarlo. Que Pablo Martínez juegue pegado al área me mola, que Kocho y Oriol Rey ocupen el centro del campo me parece coherente, que Lozano y Pablo se tengan que repartir los minutos ya no me gusta tanto. Como tampoco me gustaría que Brugué o Carlos se vieran relegados al banquillo porque tenga que jugar El Comandante, ayer tan desesperante como siempre. Pero si un equipo se basa en diferentes roles y su éxito depende de cubrir todos, el Levante tiene un problema con la función del lateral. Ayer Andrés, que ya lleva el número dos, sufrió como un cabrón defendiendo al mejor jugador del partido -Yago Santiago- entre otras cuestiones porque tiene de lateral lo mismo que yo tengo de xoto; su sustituto fue un juvenil. Por el otro lado, Marcos Navarro, otro juvenil, mejoró el nivel que ofreció en los dos momentos que jugó la temporada pasada, no brilló, tampoco desentonó; su sustituto fue un central casi juvenil al que le sustituyó otro juvenil. Es una pena tener que repartir minutos o tener que perder la finta y el esprín de Andrés; creo que te entiendo, Calero.



martes, 30 de julio de 2024

Un momento de silencio

Un momento de silencio, por favor. No me quiero venir arriba. El domingo tuvo lugar una de las mejores carreras de Fórmula 1 que he visto nunca. Tan simple como eso. Así de caprichosa es la setentañera y así de acusado es el vaivén que tiene mi relación con ella, a veces pendiendo de un hilo y a veces anclada con pernos de los duros. El domingo en el soberbio circuito de Spa-Francorchamps se vivió una carrera en la que hasta ocho pilotos tuvieron, en algún momento, en alguna vuelta, opciones de llevársela. Esta rabiosa igualdad que reina en la Fórmula 1 siempre ha sido un oscuro objeto de deseo por parte del aficionado promedio a los cochecitos con pegatinas, yo, que no obstante, abrigaba ciertas reservas, he de reconocer que es mejor de lo que me imaginaba. Sin embargo, pese a ser una de las mejores carreras jamás vista, sí tengo la sensación de haberlo visto con anterioridad. Espera que voy. Mi escepticismo para con la igualdad que se promulgaba en tiempos donde la Fórmula 1 estaba secuestrada por Mercedes, Red Bull o Ferrari no iba tan en la línea del gusto que pudiera sentir por ver ganar a Hamilton sin pasar de la quinta marcha, sino más bien por la igualdad sí presente en la parte media de la parrilla. Al acabar la carrera, totalmente eufórico por esa última persecución, tuve la sensación de haber revivido aquellas peleas tan ajustadas por el sexto puesto en 2019, solo que esta vez era por la victoria; un detalle no menor.

Si mañana me planto en casa de Frédéric Vasseur y, como si fuera el genio de Aladdin, le concedo tres deseos... bueno que tres deseos, un solo deseo y encima lo elijo yo, sé que me diría que sí. Si mañana, cual vendedor de enciclopedias de los que ya no hay, me planto en casa de Frédéric Vasseur y le digo: «Acabo de conseguir que solo Charles Leclerc participé en el resto de carreras de la temporada. Carlos Sainz ya no va a correr más para tí.» y el francesazo de mi primo me diría: «¿Y te debo algo?». Me puedo imaginar que seguiría insistiendo ante mi negativa y al final acabaría accediendo a que me invitara a una bichisuá, como gesto simbólico, o a la basura de comida a la que inviten los franceses cuando por el cuerpo les recorre esa extraña sensación -para ellos- de agradecimiento. Venga va, como si fuera Mourinho: Abiteboul, Vasseur, Marko y tantos jefes cazurros que no han sabido tener en consideración a Carletes. Antes de empezar la carrera veo que Carlos es el único, salvo Zhou, que sale con neumáticos duros. Sonrío. Qué poco cuesta contentar a un aficionado a la Fórmula 1. A partir de la vuelta 15 Carlos lidera la carrera, tal y como estaba previsto, todo marchaba según el plan: Smooth Operator. Unas pocas vueltas después lo llaman a boxes mientras miro la tele muy de cerca y asombrado. Le calzan medios y con media carrera por delante, todavía quedaba vida; pero siete vueltas después lo llaman a boxes. Media hora más tarde, Russell gana yendo a una parada. Puto Vasseur.

Y todo este carrerón, episodio de Carlos Sainz incluido, sin la imperiosa necesidad de verse enterrado en adelantamientos. Nadie me va a quitar la sensación que hace un tiempo, los señores que dirigen el negocio de la Fórmula 1, después de hacer un DAFO y un CAME en un pizarra magnética, definieron un objetivo SMART de aumentar en un 15% el número de adelantamientos. Años después, cuando vieron todos los adelantamientos que consiguió Verstappen en cinco vueltas la temporada pasada en Spa-Francorchamps, no entendían qué estaba pasando: «¿Pero cómo puede ser? -decían- si el número de adelantamientos es mayor que el del año pasado». Las carreras de Fórmula 1 se parecen más a un concierto de jazz que a una canción de requetón, más a una película de Scorsese que a un TikTok cortando jabón. No estoy diciendo que una cosa sea mejor que la otra, bueno sí: lo estoy diciendo directamente. Pero el objetivo de esta comparativa es ejemplificar que, de igual manera que un vídeo de una chavala bailando no puede durar tres horas captando la atención, Scorssese no puede condensar un pausado ritmo creciente para desembocar en un punto álgido en menos de un minuto. Y eso es exactamente lo que ocurre en la Fórmula 1: que el mejor momento de la película llega tras una persecución de veinte minutos, con un invitado inesperado en el último momento, y sin que se produzca un solo adelantamiento.

Total, que miro a ver si Víctor Abad ya ha empezado su directo post-carrera y me dice que Russell está descalificado.



martes, 23 de julio de 2024

Todo un honor

La Fórmula 1 pasa por un buen momento. Cuando solo quedan tres días para que empiece el Gran Premio de Bélgica, ocho son los pilotos candidatos a alzar los brazos en la meta del circuito que recorre el bosque de Spa-Francorchamps; siete si se ignora la improbable recuperación de Sergio Pérez. Entre McLaren, RedBull, Ferrari y Mercedes -cuatro de los más importantes equipos de la historia de la Fórmula 1- se está librando una competición tan ajustada que un piloto con un ritmo de carrera decente, y no muy lejos del más rápido, puede acabar el Gran Premio séptimo con una mano delante y un Aston Martin detrás. La igualdad en la máxima competición del automovilismo ha alcanzado un punto que no debe haber reparo por comparar esta situación con la de 2010, en donde cuatro pilotos pudieron ganar el campeonato en la última prueba, o con la de 2012, temporada en la que se sucedieron consecutivamente siete ganadores diferentes. 2012... el recuerdo, la infancia, la carrera pasada por agua en Brasil, Fernando Alonso en el punto más dulce de su trayectoria... Será la madurez o será la última desilusión, de una larga lista, fruto de una insondable diferencia entre la habilidad de Alonso y la velocidad del coche que pilota, pero estoy seguro que los ecos de aquellos años no me dejan valorar las numerosas bondades de la presente temporada. Con la victoria del domingo, Óscar Piastri se convierte en el séptimo piloto diferente en conseguir una victoria en las trece carreras que lleva el campeonato. Y no me pude alegrar más por él.

Esta igualdad tan ajustada es una de las cosas que me puede ayudar en mi proceso de reconciliación con la setentañera. Para los que me preguntéis cómo lo llevo: «Poco a poco». Estoy totalmente convencido de ver Fórmula 1 durante toda mi vida, pero reconozco que tal vez deba dejar pasar tres o cuatro carreras ahora para no perderme treinta o cuarenta y hartarme del todo de aquí a veinte años. La última carrera que ví, antes de la de este fin de semana, fue la del Gran Premio de España, en junio, y antes, la que tuvo lugar en el fenomenal circuito de Suzuka, en abril. Así las cosas, llegado el viernes tenía verdaderas ganas de zambullirme en un Gran Premio de Fórmula 1, buscando, como últimamente, un reencuentro con la setentañera: y lo encontré. Tan pronto como se apagan los semáforos, Lando Norris, el poleman, se duerme y como resultado lo pasan por izquierda y derecha. Oscar Piastri lidera la carrera, seguido de Verstappen y Norris, pero a Max le aconsejan ceder su posición para evitar malentendidos con el director de carrera y pasa a ser tercero en beneficio de Norris. Hamilton y Leclerc arriesgan con la estrategia y tras las primeras paradas en boxes, Max Verstappen, segundo tras la salida, se ve relegado a la quinta posición. Mad Max entra en acción y empieza a despotricar a través de la radio, su ingeniero pidiéndole calma y madurez, para frustrarse y perder toda opción de podio al chocar como un burro contra Hamilton. Por delante, Norris para una vuelta antes que Piastri y se pone primero por efecto del rendimiento extra que le ofreció su neumático más nuevo durante una vuelta. Y al final todo se resuelve con un paripé cediendo la posición.

El caso es que, finalmente, Óscar Piastri ganó la carrera. Mi primo australiano es seis meses más joven que yo. Él ya se convirtió en el primer piloto en participar en la Fórmula 1 que había nacido después de noviembre del 2000 y el domingo se convirtió en el primer ganador de un Gran Premio que es más pequeño que yo. Más allá de la reflexión suscitada al mismo término de la carrera acerca de mi edad y mi inicio de adultez, creo que debo abandonar aquel antiguo sueño de aceptar una oferta como piloto de Fórmula 1 de Ferrari. Piastri, como cualquier otro buen piloto, es un tío que como chaval arrasó en las categorías inferiores del automovilismo pero que, al dar su paso a la Fórmula 1, se vio envuelto en una trama legal solo alimentada por la desmesurada soberbia francesa del equipo Alpine. Tras debutar el año pasado pilotando un McLaren tuvo que soportar el ninguneo de su equipo, en no pocas carreras, para dejar pasar a su compañero cuando éste era más lento que él y marchaba por detrás. Un tío tranquilo, que no dice una palabra más alta que la otra, que después de asombrar al mundo en su primera participación en un Gran Premio de Japón no pudo ocultar una leve sonrisa. En esta casa no somos del Levante Unión Deportiva por la grandeza de sus victorias, de lo contrario nos faltarían argumentos, sino por el sentimiento más profundo que provocan sus derrotas. Me imagino a Piastri conteniendo la ilusión dentro del casco, sin querer fiarse demasiado de esa intuición que le invitaba a pensar que su primera victoria en la Fórmula 1 estaba cerca; me imagino también la rabia que sentiría al ver que, otra vez, su equipo estaba beneficiando a su compañero y el desazón completo que sintió al adelantar al primer clasificado, que se estaba dejando. Me pregunto si en las últimas vueltas se acordaría de todos aquellos momentos que le llevaron a conseguir su primera victoria, de su familia y amigos o si por el contario no podría dejar de desear que las cosas se hubieran dado diferentes. Hasta su primera victoria ha tenido que ser así. Me pongo a pensar en todos los pilotos que podrían haberme hecho sentir mayor durante una tarde y Óscar, tío, es todo un honor que hayas sido tú.



sábado, 6 de abril de 2024

Reconciliación

No es ningún secreto que mi relación con la Fórmula 1 ha pasado por momentos mejores. Aquí ante todo me gustaría ser sincero. Sin embargo, desde esta misma mañana, sí puedo asegurar que mi relación con la Fórmula 1 también ha pasado por momentos peores. La pasada temporada, tras la última carrera bajo los focos del circuito de Abi Dhabi, acabé bastante cansado del tinglado artificial que entre FIA y FOM hubieron montado. Veintitres fines de semana, en lugares que despertaban, cuando menos, poco interés, con carreras al sprint los sábados y otros pequeños detalles que hacían cuestionarme si realmente estaba viendo un campeonato de la máxima expresión de automobilismo. Este año, como el lector más avezado de este sucedáneo de portal web sabrá, la temporada dio comienzo, a mi manera de entender la Fórmula 1, hace quince días en el circuito que rodea el lago de Albert Park; las dos carreras de antes solo fueron dos sesiones de entrenamientos previas a la temporada -como esas que antes se hacían en Barcelona.

Siempre me ha gustado este momento del fin de semana del Gran Premio: el del sábado por la noche. Con todas las cartas boca arriba, con la parrilla definida para el domingo y trescientos seis kilómetros por delante para ordenar a coches y pilotos de más rápido a más lento. Esta mañana Max Verstappen ha aventajado a su compañero de equipo en tres décimas de segundo solo durante la frenada de la última curva para acabar consiguiendo la pole position por sesenta y seis milésimas. Lando Norris, a los mandos de uno de los McLaren, ha conseguido una vuelta tan buena para ser tercero que ni si quiera ha podido mejorarla en su segundo intento; y algo parecido le ha sucedido a Carlos Sainz con el registro que le ha servido para ser cuarto. Ferrari que, durante gran parte del fin de semana parecía el principal rival de los coches RedBull, se han desinflado en el último momento -en la simulación de clasificación de los terceros entrenamientos libres- y ahora es, incluso, el quinto equipo de la parrilla. Quinto sale Fernando Alonso y su gloriosa tanda con neumáticos duros que tiene a España entera soñando con un podio, en el peor de los casos. El nano, que no sabía cómo ir más rápido, ha mejorado su tiempo y ha pasado en su último intento a Piastri -sexto-, a Hamilton -séptimo- y a Leclerc -octavo-. Russell sale merecidamente en la novena posición como el peor piloto de los mejores. Y para la última plaza que da acceso a puntos se presenta una lucha a cuatro bandas con Tsunoda y Bottas como principales candidatos y Ricciardo -con más ganas que acierto- y Hulkenberg como alternativas.

En la soledad del hogar y en el silencio inducido de Antonio Lobato he logrado encontrar la tranquilidad para iniciar mi reconciliación con la setenteañera Fórmula 1. Anoche me quedé embobado viendo en diferido los primeros entrenamientos libres y hoy he saltado del susto cuando he visto que Ferrari era el quinto equipo, antes de la clasificación, y se me ha hecho tarde porque me he entretenido con la retransmisión en directo de Víctor Abad, después de la clasificación. En quince días, veo reverdecer el páramo que hace no tanto era selva frondosa. Me pregunto por qué será. No obstante, tras dos jornadas de genuina competición, mañana, con la carrera, llega la prueba de fuego lidiando con el juguete roto del DRS y siempre desproporcionado juicio de la FIA. Porque mira tú por donde, prefiero antes el jamón ibérico o el sushi bueno que los garbanzos triturados o las hamburguesas de un euro. Porque mira tú por donde, antes que ver un circuito callejero artificialmente iluminado, prefiero ver a George Russell atravesar la última curva del soberbio circuito de Suzuka tan rápido como le sea posible.



jueves, 8 de febrero de 2024

La ficha técnica

En el tiempo justo para que tres domingos pasen y dejen su festiva impronta, el Levante ha jugado una pareja de partidos que, de ser personas, muchos creerían hermanos. El pasado empate en Miranda del Ebro y la reciente derrota en Barcelona guardan ciertos puntos en común que, retorciendo la realidad, parecen el mismo recuerdo. Cierro los ojos y no sé si lo que veo pertenece al domingo pasado o a quince días atrás. Jugados a domicilio, domingo por la tarde, ambos con el dulce gusto de una victoria que sin embargo se amarga justo antes del final. Ambos con carretera para pensar; y ambos acompañados de un lunes a la mitad de nuestras posibilidades como ser humano. Trece y ocho horas, respectivamente, sin moverse dentro del coche para ver cómo el Levante pierde solo cuando ya no hay tiempo para más: un plan sin fisuras, Torrente. Dichos los hechos innegables que caben en las cinco líneas en las que se extiende la ficha técnica del partido, abordemos, con permiso suyo, las cuestiones verdaderamente transcendentes, aquello que fundamentalmente importa.

Espero no perder la atención del asiduo lector de este sucedáneo de portal web: voy a dejar el puto resultado a un lado. Bajo circunstancias normales -cualquier partido en el que no intervengan mis queridos compañeros blanquinegros o una determinada situación clasificatoria especialmente apretada- el número de goles en un partido de fútbol debería recibir el mismo trato que el número de saques de esquina. Una jugada acertada de veinte segundos no puede eclipsar hora y media de juego. A veces, es dificil saber lo que uno siente, o, mejor dicho, es dificil saber lo que uno siente pero lo realmente dificil es encontrar las razones. Bajando la escalera de la tribuna del estadio de Anduva, uno lidia con la tentación de elevar el resplandeciente destello de Carlos Álvarez y adjudicar a la mala suerte el gol tardío en contra. Uno se siente molesto en definitiva, pero duda sobre si es por el inútil deseo de que ese último cabezazo vaya fuera de la portería en lugar de dentro de ella o, si más bien, la molestia tiene que ver con el tantísimo recelo por encajar gol -para finalmente encajarlo y con merecimiento. Al poco de dejar Logroño atrás uno se convence de lo segundo y para cuando llega a Teruel uno se explica a sí mismo: «pero qué sumamente cobardes hemos sido».

Es más, en ese momento turolense, me animo a imaginar un pasado distinto: con un Levante decidido, con alma, que después de pelear y buscar el segundo gol sin embargo recibe, por designios del fútbol, el gol del empate en el mismo exacto minuto: «Estaría contento -aseguro finalmente». Ambos hermanos Schumacher eran pilotos de Fórmula 1, pero tú ya me entiendes. La del domingo pasado en Barcelona es una experiencia que recomiendo a todo buen granota. Once representantes de les barres blaugranes, en un escenario abrumador, jugando al fútbol con determinación, con garra, con deportividad, con ganas de jugar, sin un solo fingimiento -salvo la jugada que mereció la expulsión de Dela. Un equipo de once chavales jóvenes, con hambre de comerse el mundo, con el deseo de hacerse un hueco en la élite y con el que evidentemente me siento identificado. El gol del empate es fruto de ese juego coral, de ese compañerismo que rezumó el Levante durante el partido; Dani Gómez, ajustándose las medias, hace un hueco delante del portero, todos al segundo palo, pase raso y tenso al primero e inevitablemente gol. El Espanyol, cierto es, que no estuvo muy atinado pero eso nunca ha sido óbice para que los nuestros se tumben a la bartola delante de la portería de Andrés. Que Dani Gómez tenía que haber metido gol, que Carlos no tenía que haber tirado al centro, que Róber Ibáñez no sé qué. ¿Pero, qué mas da todo eso? Dani Gómez puso el pie para meter, Carlos apuntó a la escuadra y Róber Ibáñez no quería perder el balón, ¿Qué sucedió lo contrario? pues ya está, pasó así. ¿Qué más te da que te piten un penalti en el último minuto cuando puedes bajar la escalera del fenomenal estadio de Cornellà orgulloso de haber visto jugar al Levante?, ¿Qué más da todo lo demás? El coche, el tiempo, el domingo perdido, el lunes sacrificado, el sabor de la derrota. Todo es menos importante.

Total que, un poco más allá, en la grada visitante, uno de ellos mira el marcador, el otro mira la clasificación en el móvil y mientras yo aplaudía como un padre que felicita a su hijo, se dice como una sola voz: «Esa camiseta no la merecéis» Justo en el día en el que más se merecieron jugar en nombre del Levante Unión Deportiva. La ficha técnica del partido debe ser muy aburrida.